No es Ulises, es Eneas
Apuntes desde la Bastilla ·
Vivir en Gaza debe de ser una condena anticipada al infierno, subyugados por una ideología constituida sobre el terror, que desprecia al ser humano y su libertadMe subí al avión rumbo a Tenerife aún con el artículo de Rubén García Bastida (publicado en LA VERDAD) resonando en mi cabeza. Escribió en ' ... Nacer mal' que muchas personas pagan un precio muy alto por haber nacido en el lugar equivocado. Mientras leía a Rubén ya habían comenzado los bombardeos sobre Gaza, los tentáculos del terrorismo islámico se ocultaban en las escuelas, en los hospitales, y una multitud de nombres y apellidos daban la razón al artículo de Rubén. Vivir en Gaza debe de ser una condena anticipada al infierno, subyugados por una ideología constituida sobre el terror, que desprecia al ser humano y su libertad, vela a las mujeres y llena de odio a los hombres, a la par que conviven con una angustia constante de asfixia, en un territorio sin Estado, en un país sin derechos, en una prisión permanente.
Doble condena, haber nacido palestino. Llevé conmigo durante toda mi estancia en el Puerto de la Cruz las palabras de Rubén, las imágenes de las mujeres violadas y asesinadas en un festival de música en Israel, los rostros de desolación de los niños palestinos mirando al cielo. En las islas participé en Periplo, un festival de literatura y viajes, y por el escenario de este pueblito de aspecto tropical, donde crecen los banianos y las yucas como babeles vegetales, vi pasar a todo tipo de viajeros, corresponsales de guerra, activistas, inmigrantes, supervivientes en general de un mundo moldeado por la guerra. Aquel escenario parecía un oasis en el desierto de la Humanidad. Una pausa y una reflexión. Un cristal por el que poder pensar la realidad, aunque duela.
La primera noche en las islas trajo una conversación distendida. Hablamos de la 'Odisea', de la necesidad de Ulises de volver a su patria, a pesar de llevar el viaje inscrito en la piel. El héroe homérico es una especie de dios protector para todo aventurero. Un referente en las huellas sobre la arena. El viajero lo imita en la tristeza, llorando en la playa la falta de patria, y también cuando, desplazando el recuerdo de Penélope, retoza en la playa junto a Circe. Pero Ulises es un ganador. Ha vencido en una guerra. Ha sobrevivido a las lanzas troyanas y ha visto cómo ardía la ciudad, se consumían sus muros y el grito de las mujeres se ahogaba en un charco de infamia. Ulises, para la narrativa contemporánea, sería un personaje incómodo.
Rosa María Calaf demostró que hay un edificio mucho más resistente que la ideología, que es la experiencia
Comentábamos la actualidad homérica cuando supimos del misil caído en un hospital de Gaza. Los asistentes a la cena no tardaron en abrir un debate encendido sobre la inhumanidad de la guerra, y pronto sacaron conclusiones sobre la autoría de la masacre, el número de víctimas y la respuesta que había que dar. Se estableció cierto consenso entre los asistentes a la cena, salvo los que preferimos callar por prudencia. Rosa María Calaf intervino, demostrando que hay un edificio mucho más resistente que la ideología, que es la experiencia. Advirtió de los peligros de emitir juicios sumarísimos en un conflicto tan complicado como el israelí-palestino, recordó que si bien es cierto que estamos en la época de la información, también se caracteriza nuestro hoy por la mentira, la manipulación mediática hasta el extremo. Hablaba la voz de la experiencia, de una mujer que ha visto mucha sangre salpicada en el suelo, que ha recorrido el mundo contando su crudeza, su terrible perfil bélico, la sombra de los cráteres de todas las décadas, con el mismo olor siempre a gasolina quemada. Los demás podíamos aspirar a ser Ulises, pero ella, Rosa María Calaf, había escrito la 'Odisea', y aquella noche nos la estaba contando.
A la mañana siguiente habían desaparecido las noticias que culpaban a Israel de la matanza. Incluso los ochocientos muertos que llegué a leer en la edición digital de algunos diarios, se habían desvanecido. Me acordé de la Calaf, su temple cuando el mundo entero prendía las antorchas. Pasamos el día juntos, conversando, curioseando su vida, tan apasionante como extensa. Tras los posos del café, en el muelle, vimos pasar un grupo de veinte chavales, no más de quince años, de origen subsahariano. Caminaban sin rumbo, perdidos, sin nada que hacer, abriendo los ojos a lo que para ellos sería la salvación, el nuevo mundo, un billete hacia la prosperidad. Fue entonces cuando recordé de nuevo a Rubén y su artículo, el nacer mal, la suerte de abrir los ojos en un territorio con garantías sanitarias, con libertad, con educación. Imaginé todos los naufragios que habían tenido que pasar esos pobres chicos, los amaneceres en los cayucos, a merced de las mafias, las alambradas y los desiertos, y supe entonces que es Eneas el verdadero protagonista de nuestra época, no Ulises. Eneas, el derrotado de Troya, el que sufrió la muerte y la persecución y viajó a la deriva hasta encontrar un hogar que no oliera a muerte. Es Eneas y no Ulises el que camina, perdido, por nuestras ciudades.
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