Un palacete en París
Apuntes desde la Bastilla ·
Los nacionalismos ya deben buscar en uno de estos servidores de inteligencia artificial qué pedir al Gobierno para aprobar el penúltimo decreto de turnoMe bastaba caminar cinco minutos entre los tilos de la Place des États-Unis y recorrer la rue George Bizet, con sus restaurantes caros (tan ... caros que nunca me pude permitir una cena), para llegar al 11 de la Avenue Marceau. En aquel tiempo constituía la sede de la Biblioteca Octavio Paz, adscrita al Instituto Cervantes de París. Lo recuerdo como un rincón para exiliados de todo tipo, nostálgicos de España que acudían allí cada mañana a leer los periódicos como si estuviesen en la Puerta del Sol. Charlábamos bajo el retrato que pintó Zuloaga de Manuel de Falla y nos curábamos el mal de la lejanía con un compendio extraordinario de libros clásicos y novedades. Aquella biblioteca era una república independiente, una España anclada en una época indeterminada. Existía y a la vez significaba una ilusión. El país que pensó Marañón, que pintó Picasso, que escribió Semprún, en el que se refugió Isabel II, a un paso de la irrealidad, del sueño, de la pena y la esperanza, donde todas las ideologías tenían cabida, desde hijos de exiliados republicanos hasta descendientes de Alfonso XIII, ya sin patrimonio, sin apenas apellido. Salía siempre de sus salas pensando que ojalá mi país se pareciese a aquel palacete parisino, con la sonrisa cálida de Mari, la recepcionista, que quitó el hambre a muchos jóvenes como yo y nos dio un motivo más para vivir y sentir la ciudad como una parte de nuestro cuerpo.
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Siento como una profanación personal que esta última semana todo el mundo hable sobre el palacete de Alma-Marceau. El lugar en el que tantas horas pasé, ignorado por gobiernos de todo color que lo dejaban ahogarse entre goteras y desperfectos, ha asaltado los titulares de los medios de comunicación porque forma parte del último juego parlamentario. Las joyas de la abuela, escuché decir a un pensionista en un bar la otra mañana. En efecto, ya no nos quedan más que las joyas de la abuela que dar a cambio. Como la raspa de un pescado que fue suculento, los nacionalismos ya deben buscar en uno de estos nuevos servidores de inteligencia artificial qué pedir al Gobierno para aprobar el penúltimo decreto de turno.
Es un sistema que se ha cronificado en España, que no inventó Sánchez pero que ha llevado hasta el extremo sonrojante de hacerlo patológico. Me refiero al chantaje, a gobernar a golpe de favor, a dejarse la dignidad en cada negociación, de sacar alacranes debajo de las piedras y acostumbrarse a vivir con el veneno de la picadura. Algunos analistas ingenuos piensan que a las manos del presidente no le caben más arañazos. ¡Como si fuese su piel la que padece los dolores! ¡Es el pueblo!, querría decirles a todos ellos. El nacionalismo pone el listón, el PSOE firma y España paga. Usted paga.
El palacete en París ha desnudado, una vez más, el trilerismo en el que vive instalada la política española. El PNV reclama su titularidad sin poder demostrar la compra del inmueble con sus fondos. Se utilizó para ello dinero público, en un momento en el que las arcas de aquel Estado moribundo que fue el republicano al final de la guerra servían para pagar exilios de oro. He ahí el pecado original de esta demanda. Fue la sede del Gobierno vasco durante la República en el exilio. Luego, el peso de la historia actuó y, durante la ocupación nazi de Francia, pasó a ser una delegación de la Falange. Tres sentencias de tribunales franceses concluyeron este hecho. La más importante, en 1951, cuando había pocas relaciones diplomáticas entre la España de Franco y el país vecino. El Tribunal Supremo, en 2003, falló en este sentido también. A pesar de todo, la verdad judicial poco importa, si estorba por mera supervivencia.
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Es el enésimo ejemplo. Sánchez establece las reglas del juego, dispone el tablero sobre la mesa. El PP vuelve a quedar como ese animal asustadizo, paralizado por las luces del coche que está a punto de atropellarlo. Feijóo, aterrorizado por el relato, mortifica las esperanzas de buena parte de los españoles de contar con una oposición firme, digna, que sabe a lo que está. El palacete en París sirvió la semana pasada para votar en contra del decreto ómnibus. Y esta sola concesión ya justificaba la negativa. No solo es patrimonio. Es también historia y verdad, más noble que el relato.
Ahora el PP anuncia que votará a favor del decreto, con palacete incluido. No por convicción, dicen, sino por estrategia. Teme una reacción adversa de los pensionistas. Y así no se puede construir una alternativa seria. El Palace en París desnuda una verdad: en este país se respira al son de Sánchez. Es el ganador de todas las partidas, incluso de las que pierde, porque la oposición siempre sale peor parada. Los votantes del PSOE dejaron de escandalizarse hace mucho de esta manera de gobernar. El resto de votantes no tiene ninguna duda de que si el PP necesitase los votos del PNV, también cederían el palacete parisino. Y esta certeza es angustiosa.
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