Pactar con Vox en un tablero inclinado
Apuntes desde La Bastilla ·
No es lícito reclamar al PP moderación y centralidad cuando el Partido Comunista ha ostentado varios ministeriosHan llegado los bárbaros, rezan los titulares de esta semana ante el acuerdo de Gobierno en la Comunidad Valencia entre el PP y Vox. Se ... abren los siete sellos que anuncian el Apocalipsis y España es hoy más pobre, más machista y está más contaminada que ayer. Los agoreros ya proclaman en las calles, en los medios de comunicación, que el país se verá asolado por la perversión de los totalitarismos. Se leen sesudas reflexiones sobre el peligro que corren los derechos humanos y desfilan por las plazas de los ayuntamientos yugos y flechas. El carnaval del fascismo contemporáneo ha llegado a su localidad como los fantasmas de los cuentos infantiles, con sábanas y bolas de presidiario atadas a la pierna. Lo que no estoy tan seguro es de la capacidad de muchos españoles para creerse las fábulas infantiles.
Son muchos los años que llevo escuchando el mismo ritual de miedo e incertidumbre. El hoy moderado Rajoy, tachado de pusilánime por un sector conservador, también padeció la enfermedad del fascismo. El día de su investidura rodearon el Congreso para intentar evitar lo que, según ellos, era un golpe de Estado en toda regla. Rajoy, entre líos sintácticos y mucha paciencia, había logrado ganar las elecciones por segunda vez, y los que lo acusaban de ser el hermano menor de Mussolini luego alcanzaron la vicepresidencia del Gobierno y varios ministerios. Es la perversión de un mundo que no sabe distinguir la realidad y que la confunde con la propaganda.
Vox es un partido que vive de agitar la causa política. Es su razón de ser. Nace de un costado del Partido Popular, ante el hartazgo de un sector de votantes de derechas que no se conformaba con el tacticismo de Génova. Alberga en su seno el populismo, el grito, la impostura. Defiende causas justas que ningún partido se había atrevido a poner sobre el tablero de juego, como el desfase del injusto sistema autonómico, pero se excede en la mayoría de sus planteamientos, como en la inmigración. Vox es un compañero de viaje indeseable para una España liberal y progresista, pero a estas alturas todos reconocerán que esa España es una utopía, y el último proyecto que quiso encarnar ese sueño hoy vegeta en la más absoluta irrelevancia.
El partido que fundó Ortega Lara merece más respeto que el marasmo que dirige Otegi
Celebró Sánchez y el socialismo, en sus segundas elecciones generales ganadas, en noviembre de 2019, que Ciudadanos hubiese caído de los casi cincuenta diputados a la marginalidad. Ese día, el país probablemente no cayó en la cuenta de que el hemiciclo pasaba de contar con una cincuentena de diputados liberales a otros tantos de Vox. Se felicitaba la izquierda por la proeza, y no hay gesto más sincero en la política de los últimos años que ese. Vox es en parte una creación del 'sanchismo'. No ha nacido de la nada, sino del barro y el polvo que las políticas de estos años han dejado. Al PSOE y a Podemos le ha interesado siempre agitar el espantajo del fascismo como arma política, inocular el miedo al electorado para así hacerse perdonar estos cuatro años de dislates que llevamos. No hay creación más perfecta de Pedro Sánchez que el perfil de Santiago Abascal en campaña. Pero como en el cuento infantil, el fantasma, sin sábana, no da miedo.
Y no da miedo porque Vox no es el fascismo. Porque estando este que escribe muy alejado de sus postulados, forma parte del entablado democrático creado en 1978. Y en España, a estas alturas, no son tantos los partidos que respeten la Constitución. Hemos visto durante esta legislatura cómo se premiaba la traición, y ERC y Junts, que atentaron contra la Carta Magna en aquellos días infames de 2017, eran recompensados con indultos y más poder. Se cambió el Código Penal para favorecer precisamente a todos ellos. Se ha alimentado el monstruo con beneficios penales y promesas que cuartean aún más el maltrecho Estado de Derecho. Se ha blanqueado el pasado asesino de un partido como Bildu, con el que se ha mercadeado la ley de Vivienda, la reforma laboral, el acercamiento de presos de ETA al País Vasco y la desaparición de la Guardia Civil de Navarra. He visto todo eso y más a las puertas de Tännhauser.
Por eso no tengo ningún complejo en escribir que el tablero político español lleva décadas inclinado interesadamente hacia la izquierda. Que no es lícito reclamar al PP moderación y centralidad cuando el Partido Comunista ha ostentado varios ministerios, cuando Pablo Iglesias ha ejercido de vicepresidente de un Estado que desprecia, bajo una Constitución que sueña con destruir. Y todo para que Sánchez habite La Moncloa. Y por mucho que se empeñen en volcar las piezas del juego político, nunca dejaré de defender que el partido que fundó Ortega Lara merece más respeto que el marasmo que dirige Otegi. Pero cada uno elige los fantasmas que han de visitarlo en la noche política de nuestro país.
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