El manual de resistencia de Rubiales
Apuntes desde la Bastilla ·
Rubiales está escribiendo su propio manual de resistencia. Hace tan solo un año anunció que esperaba una conspiración contra él, tras destapar 'El Confidencial' su ... relación sospechosa con Piqué y su aventura arábica. Él fijó la trampa en el maletero de su coche, lleno de cocaína por una mano enemiga. Unos meses después, ha abierto el maletero y cree haber encontrado la droga, la trampa que lo hará caer. Ya lo anunció. Ahora constata la realidad. Ha sido perseguido, purgado, convertido en el chivo expiatorio de una España ideologizada. En este país, piensa, uno ya no puede besar a una mujer cuando le plaza. Cuando le salga a uno de los cojones, vaya.
Hay que reconocer que Rubi se crece ante su asamblea. Junto a sus fieles a sueldo se vuelve un Stalin gracioso, un ídolo de masas al que nadie osa contradecir, como un politburó que teme dejar de aplaudir por si empiezan a rodar cabezas. El viernes llegó al límite de lo esperpéntico. Cuando todos pensábamos que iba a dimitir, dio un triple salto mortal y acusó a Hermoso de haber iniciado el movimiento que desencadenó en el beso. Todos contra él. Un D'Artagnan granadino luchando a pesar de las injusticias. Lamentó que el aparato político lo hubiese abandonado. La noticia, queridos lectores, está precisamente en que esto no haya sucedido antes. Rubiales tenía antes del beso dominical un pasado tan tenebroso, con sobresueldos, corruptelas varias, grabaciones a ministros y demás bagatelas que lo extraño es que el Gobierno no lo haya presionado antes para que se marchara.
Rubi piensa que se trató tan solo de un pico. Ni siquiera un morreo apasionado, con lengua, saliva y manos entrelazadas en el pelo. Un maldito beso de esos que se dan en una noche de desenfreno. ¿Quién no ha intentado dar un beso alguna vez? Porque no todos los besos son acoso, por supuesto. De ser así, acabaríamos con el arte de la seducción y llenaríamos el mundo de relaciones muertas por culpa de la timidez. Pero lo que hizo Rubiales frente a Jennifer Hermoso no fue un pico sin más. No resultó el desarrollo normal de una amistad, detalle que desconozco pero que es indiferente para la cuestión. Rubi forzó la máquina. Agarró a la futbolista en el momento más feliz de su vida y quiso dejar claro a todo el mundo que él es el mandatario que decide sobre todas.
Ahí está el chico de Motril, desenfrenado, decidiendo a quién besa y en dónde, colándose en una fiesta a la que nadie lo ha invitado, un momento íntimo entre futbolistas y técnicos. Los hombres de corbata no pintan nada sobre el césped. Rubiales acosó. Su beso desprendió un instinto animal de pertenencia. Él es el rey de la manada y esas son sus chicas, espoleado por una apuesta personal que le salió bien, porque hasta el momento del beso, él había sido uno de los grandes triunfadores del éxito mundial, por mantener a Jorge Vilda en la selección.
La 'coca' de Rubiales al final no ha sido el polvo blanco, sino su incapacidad para comportarse como es debido en las ocasiones más delicadas. Rubiales ha encarnado a su propio enemigo. Su imagen en la final recuerda a la de un baboso que se ha gastado lo ganado en la quiniela del último domingo en un prostíbulo de barrio. Quedará para la historia de la infamia su reacción a la victoria de la selección, su tocada de huevos delante de la Reina Letizia, la Infanta Sofía y de las autoridades mundiales. Su mano en los genitales marca el camino de una forma de ser que está triunfando, tristemente, en nuestro país. Ya cualquiera puede aspirar a un puesto importante. Ya no es necesario el saber estar, ni el saber vestir ni el saber comportarse delante del público.
Rubiales se había convertido en una especie de funambulista. Un hombre que camina entre ascuas ardientes. Un faquir de los problemas. Ha ido sorteando el fuego de aquí y allá. Le han salpicado todo tipo de escándalos, y ahí ha seguido, como un barco que no se hunde, gracias a que ha tejido una tela de araña imposible de romper y a la perezosa postura del Gobierno, que ha mirado para otro lado ante las acusaciones de corrupción. A Rubiales le pasará como a Al Capone. Se ha librado de multitud de corruptelas, incluso de grabar a un ministro con un bolígrafo, y caerá por un beso.
Porque Rubiales caerá. Se acabará su fiesta, sus viajes a Nueva York con novias-secretarias, los chanchullos aquí y allá con primas desorbitadas. Ahora se atrinchera bajo el amparo de una Federación anestesiada. Pero caerá Rubiales, porque la decencia en este país se debe imponer, aunque sea por una vez. Se debe imponer sobre aquellos que creen que su resistencia debe estar por encima del país al que representan.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión