La línea roja
Apuntes desde la Bastilla ·
Políticos que hoy dirigen Bildu participaron en asesinatos, secuestros y extorsiones de miles de vascos que cometieron el pecado de sentirse españolesSiempre que empiezo a escribir un artículo sobre los límites del PSOE y Pedro Sánchez me pregunto cuál será la próxima línea roja caída en ... pos del progresismo nacional. No es un tema baladí. Me resulta enigmático hacer cábalas, sentado en mi silla de teclear, sobre la valentía de un tándem que está dispuesto a llevar al extremo la decencia del país. Tal vez ya podríamos acordar que la ha expulsado de la vida pública. ¿Pero quiénes se creen algunos españoles, reclamando decencia a los políticos que rigen sus vidas? Si viviésemos en la Roma republicana y nuestra oposición tuviese solamente un matiz de carisma y agallas, emergería un Cicerón que le espetaría a Sánchez lo que le dijo en el Senado a Catilina. 'Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?' ¿Hasta cuándo abusarás de nuestra paciencia, Catilina?
Sánchez abusará de nuestra paciencia, seguirá siendo el Catilina de nuestra era, todo el tiempo que él quiera. ¿Qué significa para él el Ayuntamiento de Pamplona? Porque nadie mejor que su persona para encarnar el alma de nuestro país, cansado de bostezar, ausente de inteligencia pública, caprichoso en los caminos que toma para mantenerse en el poder. El presidente ha logrado anestesiar a buena parte de los indignados que ayer formaban barricadas por el precio de la luz, el alza de los precios de la gasolina, de los alimentos, por los niños hambrientos de Madrid, por la corrupción azul, por los retrasos en Cercanías (por el pago de prostitutas con dinero público menos, la verdad) y hasta por el sacrificio de un perro. Ahí quedan las sonrisas heladas de los concejales que lo mismo suben fotografías de fuentes que ellos mandaron construir, pero que inauguran otros, mientras juran la constitución por un alma socialista.
Esta semana, mientras el PSOE le daba la alcaldía de Pamplona a los herederos de ETA y traspasaba otra línea roja (la penúltima, la antepenúltima, ¡qué iluso soy, demonios!, quizá una más de una procesión de líneas rojas), Pedro Sánchez le preguntaba al presidente del Partido Popular europeo, el alemán Manfred Weber, si estaría dispuesto a llenar las calles de Berlín de nombres y monumentos en honor al Tercer Reich. Ahora Sánchez no solamente interpreta los poderes del Estado como lo hacía Berlusconi, a su antojo, o entiende el país como un plató de televisión, donde el público, el electorado, no es más que un simple decorado. Por fin se ha mimetizado tanto con él que hablan igual. Me refiero al lejano 2003, cuando Sánchez preparaba su tesis doctoral. El presidente italiano le espetó al eurodiputado alemán Martin Schulz que sugeriría su nombre para interpretar el papel de un jefe nazi de un campo de concentración. El 'cavaliere' se rió de la ocurrencia. Recordarle a un alemán el pasado de su país es mezquino y va contra el espíritu de unión de los europeos. Sánchez no se rio, no. Se levantó del estrado antes de que Weber acabara su respuesta, mientras en España se debatía la ley de amnistía.
Habrá quien se sorprenda de que el PSOE, abiertamente, ya se declare más cómodo sentado a la mesa con Bildu que con cualquier partido de derechas. El mundo está lleno de ilusos. O de fanáticos dispuestos a creer la última ocurrencia que pasará por palabra sagrada. La última línea roja del partido consistía en no dar jamás un gobierno a un partido que no reconociese su implicación y protagonismo en los años más violentos de nuestra democracia. Y, verán ustedes, políticos que hoy dirigen Bildu participaron en asesinatos, secuestros, extorsiones y apaleamiento de miles de vascos que cometieron el pecado de sentirse españoles. Esto lo sabe Sánchez, por supuesto. Pero a estas alturas, ha olido que la amnesia es su mejor amiga, el olvido generalizado de millones de españoles, dispuestos a sostener con sus votos o su silencio la enésima línea roja traspasada.
Lo sabe, claro. Es consciente de que en los centros educativos nadie ha escuchado el nombre de Miguel Ángel Blanco, que los que caminan por la calle Don Remondo de Sevilla desconocen que ahí mismo fueron asesinados Jiménez Becerril y Ascensión García. Que Isaías Carrasco, y Fernando Buesa, a quien untaron su tumba con heces hace dos meses, ya son nombres tan inteligibles como la lista de los reyes godos. Sabe todo eso Sánchez, que la memoria es débil y caprichosa, que en mayo Bildu llevaba asesinos en sus listas y que el escándalo duró una semana, porque el olvido siempre vence. Sánchez sabe todo eso. Que los españoles estamos hechos de conformismo y que olvidaremos a nuestros muertos antes de mirarnos al espejo. Sánchez sabe, como en la novela de Delibes, que la hoja roja marca el final. Pero ese final para él es solo otro comienzo. Y así hasta que no haya líneas que cruzar.
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