A vosotros, que esperasteis
Apuntes desde la Bastilla ·
El fuego consumió mucho más que la vida de vuestros seres queridos. Sí. El fuego destruyó la credibilidad de todo un sistemaNo leeréis este artículo porque el mundo ya ha cambiado para vosotros, porque las palabras son insuficientes para entender lo que ha sucedido. Pero yo ... me resisto a alumbrar otros temas, a hablar de la banalidad de nuestros días, de las miserias cotidianas. Todo se queda vacío cuando ocurre algo así, cuando el nombre de trece personas se eleva por encima de la actualidad, asaltan las cabeceras de los periódicos y quedan resonando en la conciencia. Fue de noche, casi al amanecer, en la hora en la que las fiestas se acaban con besos de despedida, con promesas de amor incumplidas, con una última ronda y el deseo de llegar sano y salvo a casa. Sí, os hablo a vosotros, los que os quedasteis esperando una llamada, los que deseabais despertar y ver el coche aparcado en la puerta, el olor a tabaco impregnado en las sábanas. Escribo para vosotros, familiares, conocidos, amantes, seres que portabais una fotografía en la puerta de las discotecas para espantar el mal augurio, que os reuníais el domingo entre la confusión y los micrófonos, escuchando cómo se elevaba el número de muertos, como si la tragedia fuese un líquido pegajoso que os atrapa sin consideración. Os escribo a vosotros, que ahora despertáis otro domingo, perdidos entre la desolación y la indignación.
Sé el esfuerzo que supone emigrar de un país a otro. Construir un mundo cuando se ha dejado un hogar a miles de kilómetros. Sé que las calles tardan tiempo en hacerse propias, que un poco de vuestras geografías se ha venido con vosotros. Un ritmo latino, una quedada de amigos, una forma de especiar la comida. Sé que Murcia es un hogar también para muchos que no nacieron aquí. Que la Región a veces es una madre acogedora y otras veces se comporta como una madrastra. Cómo deciros que este dolor es compartido. Que resulta cruel cambiar de vida y llevar a tus hijos a un país donde encontrarán la muerte, así, de forma tan inoportuna, de forma tan inconveniente. Que pensaréis que no se puede aguantar esta desesperanza, que ahora esta tierra será siempre una cruz, una cicatriz imposible de borrar. Cómo expresar que tras haber escuchado «Mami, la amo, vamos a morir», tengo el alma estremecida y escribo con miedo, como si no supiera calibrar las palabras.
Preguntaréis por qué. Cómo ha podido ocurrir. Sabéis de la rigurosidad de las leyes. Habréis experimentado esa burocracia que a veces se convierte en infamia. Los permisos de extranjería solicitados, los retrasos, las colas cuyo final promete una estancia más duradera en el país, la carta de ciudadanía. Quién sabe si la nacionalidad. Nadie os gana en el terreno de la paciencia. Y sin embargo, la ley mal aplicada se ha tragado a vuestros hijos, vuestro hermanos, vuestras parejas. Un local que debía estar cerrado, la codicia de unos empresarios, la dejadez de una administración. Eso genera aún más dolor. Lo sé. La muerte no tiene solución, pero el saber que se podía haber evitado si hubiese habido voluntad administrativa hace que la herida nunca sane, que escueza siempre como el primer día.
Ahora leéis en las noticias catalogaciones jurídicas sobre lo que son vuestros familiares. Hasta hace una semana tenían nombres, apodos. Ahora tildan de «homicidios imprudentes» lo que antes tenía un rostro, una sonrisa, un suspiro. Qué injusto es el término, que no le cabe todo el sufrimiento que estáis pasando, ni la desgraciada humanidad de los que abrieron las discotecas sin licencia, ni los que sabiendo su fraudulento estado, permitieron su apertura, noche tras noche. Porque sabéis que el incendio se podía haber evitado. Ahora hay técnicos que hablan de imprudencia de una administración inútil, atrofiada, obesa de exigencias y delgada de responsabilidad. Pero eso no os devolverá a vuestros seres queridos. Os los han matado. Esto no os lo dirán, pero los han matado. Porque la hora y el lugar de la tragedia nunca se hubiesen conjuntado de esta manera si este fuera un país serio, una región seria, una ciudad seria.
Pienso en vosotros, aunque no sepa qué significa esperar a que me pidan un cepillo de dientes para poder identificar a una hermana. El fuego consumió mucho más que la vida de vuestros seres queridos. Sí. El fuego destruyó la credibilidad de todo un sistema. Desnudó con olor a plástico quemado que la sociedad está compuesta de abusos, que es la propia administración pública la que ha permitido que este hueco existiera, esta grieta que ha enterrado a trece jóvenes que solamente querían pasárselo bien, que pagaron su entrada y bebían sus copas con el dinero ganado en sus trabajos. Y espero, por vosotros, que haya justicia, que cuando se apaguen los focos y se acaben las misas salga a la luz la verdad, que en una noche de octubre, trece personas murieron por culpa no de la fatalidad, aquí no cabe la poesía, sino de la avaricia compartida. De eso también está compuesta nuestra sociedad.
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