Diez años de miedo: de 'Charlie Hebdo' a Voltaire
El ataque a 'Charlie Hebdo' fue un mensaje directo hacia nuestra conciencia. El islamismo desprecia la libertad que hemos conquistado
En una época en la que los ciudadanos nos vanagloriamos de la libertad heredada (que no conquistada), aún debemos recordar los tristes sucesos que acorralan ... nuestros derechos. Se cumplen diez años del atentado contra 'Charlie Hebdo', en el que murieron doce personas. Eran dibujantes, periodistas y cuerpos de seguridad que acudieron aquella mañana del 7 de enero de 2015 a defender la esencia de este Occidente tan denostado en el que vivimos: el humor. Los terroristas islamistas irrumpieron en la redacción al grito de «Allahu akbar» y no dudaron en sesgar la vida de todo aquel que encontraron en el camino. Sabían lo que hacían. Su acción fue ideológica, no desesperada. Tenían una misión que cumplir: exterminar todo resquicio de sátira contra el Islam, imponer una visión del orbe que cabe solamente en El Corán. Querían, sin duda, castigar a nuestra sociedad por atreverse a ser libre.
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La libertad no es un privilegio, sino una conquista. Conviene recordarlo de tanto en tanto. Hubo otros atentados que golpearon con más dureza a la nación francesa. El del Bataclan, unos meses después, o el 14 de julio de 2016 en el Promenades des Anglais, en Niza, asesinando a más de ochenta personas junto a la playa, muchos de ellos niños. Pero 'Charlie Hebdo' marcó un antes y un después en la conciencia europea. No dispararon solamente contra la carne humana de una multitud, sino contra el espíritu crítico de una sociedad, la francesa, que desde Voltaire ha elevado el laicismo a los altares de su signo identitario.
Fue una lucha de siglos, por supuesto, la que desembocó en estas sociedades secularizadas en las que vivimos. Costó mucha sangre un acto tan simple como que el individuo se rigiera por su conciencia, y no por el dictamen de un sacerdote. Separado el Estado de la Iglesia, desde el siglo XVIII recorremos un camino al que no podemos renunciar, porque es la esencia de nuestro Estado de derecho, de nuestras leyes con las que nos otorgamos la oportunidad de convivir en paz. Por eso los disparos contra 'Charlie Hebdo' hirieron tanto nuestra moral, al igual que el asesinado de Samuel Paty en 2020, decapitado por enseñar en un instituto público las caricaturas de Mahoma que había publicado el semanario unos años antes.
Diez años después del brutal ataque, resulta dañino seguir mirando hacia otro lado. La revista, ese mismo día, publicaba una sátira contra Michel Houellebecq, que promocionaba por aquel entonces 'Sumisión', una novela distópica que imagina una Francia regida por la sharía. El escritor francés recibió la condena frontal de buena parte de la sociedad, de sus élites intelectuales, al que acusaban de islamófobo. Las memorias de Philippe Lançon ('El colgajo'), caricaturista herido en el ataque, son clarividentes para testar la ceguera que Occidente destila con respecto al Islam. No podemos seguir silenciando una realidad que crece en nuestras ciudades. No conviene dar la espalda a las miles de personas que sufren la tiranía de una ideología feudal, a la que se le debe exigir el mismo proceso de secularización que sufrió el cristianismo en el siglo XVIII. Hoy, en nuestras calles, mientras clamamos por la libertad de la mujer y protegemos los derechos de la infancia, cerramos los ojos ante la realidad de que miles de mujeres porten el velo de forma obligatoria y no puedan desarrollar sus vida en libertad, sino sometidas al marido, al padre o al hermano.
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Sucede en nuestros barrios, en París, en Bruselas, en Berlín, en Barcelona. El ataque a 'Charlie Hebdo' fue un mensaje directo hacia nuestra conciencia. El islamismo desprecia la libertad que hemos conquistado, la falda corta y la música rock, el beso en los labios delante de una multitud y la copa de vino manchada de carmín. Por eso atacaron el Bataclan aquel viernes 13 de noviembre. Por eso convirtieron las Ramblas en un infierno y en la nochevieja de 2015, en las ciudades alemanas más de mil mujeres sufrieron abusos sexuales.
Está en juego nuestro modelo de vida, la esencia de quiénes somos, de lo que las generaciones anteriores han construido, con sus censuras y prisiones. Hoy se debate en España sobre las ofensas de índole religiosa durante la retransmisión de las campanadas. Bendita sociedad la nuestra, que concede la libertad de que una humorista aparezca en la televisión de todos burlándose de Cristo y por ende de todos sus creyentes. Me gustaría que esta mujer no tuviese que sufrir los insultos de nadie por ejercer su libertad, que lo pudiese repetir todos los días de su vida, con la misma sonrisa y seguridad que le otorga nuestro Estado de derecho, la fortuna de haber nacido en un país como España. Desearía que pudiese hacerlo también con una estampa de Mahoma y que, en ese caso, todos los que hoy la protegen mañana no la dejasen sola. Porque se trata de eso, de que Europa siga pareciéndose más a la firmeza de Voltaire que al miedo de hace diez años, en la sede de 'Charlie Hebdo'.
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