Se compran votos
Ahora que las portadas de los diarios nos retrotraen a ese país de charanga y pandereta comprendemos que la historia nunca acaba del todo
Probablemente, cuando usted lea este artículo, yo ya habré sido seducido por un comprador de votos. Viven entre nosotros. Se esconden en las esquinas, protegiendo ... sus ojos tras unas gafas de sol. Leen el periódico (¡como usted!) y llevan gabardina, ahora que la DANA asola buena parte de la Península. No se crean que es un negocio sencillo, este de comprar votos. Requiere mucha pericia y discreción. Algunos alegarán que, durante cuatro años, se ocultan en las sombras de la democracia, y que solo aparecen cuando se enciende la pirotecnia de la campaña electoral, al abrirse las urnas. Pero es falso. El buen comprador de votos sabe esperar durante toda la legislatura, paciente, como el león hambriento al que no se le escapa la presa en la sabana. Ve el sobre bajo el brazo. La cola en las inmediaciones de correos. Es su momento. Y actúa.
Qué lejos nos sentíamos de aquella España de principios del siglo XX, esa de las fotografías en blanco y negro, en la que cada disputa electoral suponía la hipoteca del terrateniente o farmacéutico. Ahora que las portadas de los diarios nos retrotraen a ese país de charanga y pandereta, donde el cacique le daba al jornalero, en la puerta del colegio electoral, su paga y su sobre con el voto definido, comprendemos que la historia nunca acaba del todo y siempre amenaza con volver. Afortunadamente, Felipe VI no es Alfonso XIII. Algo le hemos ganado la genética. De momento, en nuestro país del siglo XXI aún no han aparecido noticias en la que anuncian que votan los muertos. Al menos en el momento en el que escribo este artículo. Es un avance dejar a los cementerios al margen de la campaña electoral.
La España que compra y vende compulsivamente votos ha empezado en Melilla. Si la semana pasada dirimíamos sobre cuestiones morales, la bondad de los asesinos de ETA y la capacidad de la sociedad para perdonar sin que hayan pedido perdón, el inicio de esta explotó en la cara de los politólogos y futurólogos de los posos del café gracias a la compra masiva de votos en la ciudad autónoma. Un hecho que tampoco supimos ver. El partido Coalición por Melilla, cuyo líder ya había sido condenado por fraude electoral, es la muleta necesaria para el Gobierno instituido en la ciudad autónoma. No le importó al PSOE arrojarse en los brazos de este partido de dudosa respetabilidad con tal de gobernar, pero el lector ya sabe que, a estas alturas, uno pacta con quien sea con tal de ocupar el sillón. Tampoco Yolanda Díaz se ha mostrado demasiado escrupulosa a la hora de apoyar al partido que utiliza como mercenarios de la compra de votos a vendedores de hachís. Donde se vende hierba, también cabe un voto. Es el mercado, amigos.
Lo de Melilla huele muy mal, sí. Últimamente, todo lo que está relacionado con Marruecos acaba en un silencio incómodo en el que nadie da respuestas. Tampoco habla Grande-Marlaska, que lleva años supeditado a una humillación ancestral. Algún día sabremos qué deuda está pagando este país para mantener en secreto el contenido del móvil de Sánchez. Lo que han destapado la Policía Nacional y los jueces en la ciudad autónoma apesta tanto a injerencia extranjera que asusta. Un país vecino intentando pervertir y decidir en el Gobierno de un municipio (y no uno cualquiera) es una situación lo suficientemente grave como para tomar medidas.
El resto de la semana ha sido un goteo constante, el argumento de una novela de Galdós. En Mojácar han sido detenidas varias personas por comprar votos a doscientos euros la papeleta. Con su inflación y todo, porque al choricismo también le llega la subida de precios. Cincuenta euros si me traes un amigo que quiera votar. Un pico más si el PSOE gana las elecciones. Y todo dirigido al sector de la población más vulnerable. Así se perpetúan los gobiernos.
El tour del fraude también ha querido hacer parada en nuestra querida Región de Murcia. En Albudeite, la candidata socialista ha sido detenida por presunta compra de votos. Junto a ella, el número 19 en la lista de José Vélez. La campaña del líder socialista ya ha alcanzado el punto de la tragicomedia. Ahora quien inserte su papeleta con la rosa en las urnas para las autonómicas estará votando a uno de esos compradores de votos. Porque al sujeto ya no se le puede mover de la papeleta. Ya lo dijo el propio Vélez con acento lastimero, que los murcianos se dejasen engañar durante cuatro años por él. Un acto de caridad en este domingo. Por si acaso, a mí me gusta ir a votar después de comer, casi a última hora, cuando ya se acelera el corazón por el incipiente escrutinio. Aún están a tiempo los compradores de votos de engatusarme. No se crean que esta columna se mantiene en pie sola.
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