Hace dos semanas escribí un artículo en el que intentaba entender las causas de la tragedia de Valencia. Enumeré una larga lista de fatalidades, una ... mezcla entre un sistema inoperante, el autonómico, el factor humano, tan carente de competencia técnica después de años de depotismo, y la mala suerte. Todo combinado ha originado la mayor tragedia que recuerdo en los últimos años. Muertes dolorosas y evitables, si se hubieran repasado los protocolos de actuación. Citaba en el artículo dos elementos que podían sumarse a esta serie: la destrucción de presas y la falta de limpieza de los cauces de los ríos y ramblas. Como no soy técnico medioambiental ni ingeniero, acudí a fuentes de información que pienso fiables. Consulté un conocido periódico de corte progresista cuya noticia de 2022 titulaba: 'España lidera la lista europea de demolición de presas, represas y azudes que alteran los ríos'. El artículo se basaba en un estudio de Dam Removal Europe, una entidad que promueve la defensa de los ríos.
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Aquí empezó la tarde para la ira. En las redes sociales hubo gente educada que señaló el posible error. Afirmaban que en España no se han destruido presas. Otros, más intestinales que comedidos, me acusaron de esparcir bulos y de estar al servicio de la extrema derecha. Me sentí confundido, porque me había informado sobre la materia. Cuando contraargumenté con la cita requerida, un sabio me explicó que había habido un error de traducción, que el redactor del artículo había elegido el término 'presas' cuando en realidad se trataba de 'azudes'. Mis conocimientos de inglés, por supuesto, no llegan a tanto, porque elegí desde la más tierna infancia las lenguas latinas como compañeras de viaje. Pero más allá de la polémica limosa de las redes sociales, sentí una profunda indefensión con respecto a las fuentes de información. ¿Si ese prestigioso periódico también había mentido, dónde acudir para encontrar datos objetivos y limpios de sesgo ideológico?
Que se note la ironía de la pregunta, por supuesto. La verdad se ha convertido en una materia viscosa y moldeable, capaz de afirmar uno y su contrario, con la perpleja capacidad de servir a dos ideas contrarias y enfrentadas. Esta verdad cuarteada y troceada que actúa de ariete contra el contrario, que se esfuma y aparece según la conveniencia política de turno. Hasta no hace mucho, veinte días, algunos sacaban pecho del número de presas destruidas y de la libertad recobrada de los ríos. Hoy, ante la perplejidad de mis ojos, defienden que nunca se han destruido presas en este país. ¡Cráneos privilegiados!
No es nada nuevo. Se lleva haciendo siempre, desde los tiempos en los que César quiso salvar a la República controlando él solo el Senado. Lo que sucede en estos últimos años es que el método se ha hecho sistema. Se puede definir con una sentencia de Carmen Calvo, menos latina que César pero igual de sentenciosa. Justificó los cambios de opiniones de Pedro Sánchez con una dicotomía platónica, separando el alma de la materia, el ser de la proyección. Dijo que no era lo mismo hablar como Pedro Sánchez que como presidente del Gobierno, y a mí me enterneció el ejercicio dialéctico, casi teológico, para salvar el culo aunque se pierda la honra en el intento.
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Entiéndame, querido lector de periódicos, que me resulte difícil de creer la lucha encarnizada contra los bulos de un Gobierno que ha hecho de la mentira su modus vivendi. Y no solo él, claro. Hablo también de los medios de comunicación afines que mastican la verdad, trituran las palabras y genuflexionan la sintaxis para justificar que la mentira no fue mentira, sino malinterpretación de la oposición, de los medios de comunicación de la otra trinchera. Así defienden, por ejemplo, que a Sánchez nunca le quitó el sueño pactar con Podemos, que jamás negociaría con Bildu, que no utilizó a «la ciencia» como parapeto cuando no tenía mascarillas que repartir y se escudó en que no eran necesarias, que no ejecutaría indultos, amnistías y demás migajas judiciales. Todo un ejército de declaraciones estilizadas, hasta concluir que nunca dijo a Mazón que si quería ayuda, que la pidiera, mientras cientos de valencianos morían ahogados. Y uno, que lleva la filología en las venas, se frota los ojos ante tamaño ejercicio de impostura verbal.
Tiene razón Sánchez en algo: el fango ya cubre toda nuestra vida democrática. El ciudadano interesado en lo que sucede en la calle se siente indefenso para alcanzar la verdad, para no verse salpicado por los bulos que corren de un lado para otro, desbocados. Pero si el propio Gobierno utiliza la mentira como instrumento principal de supervivencia (véase la extrema derecha atacando a Sánchez en Paiporta, que ni fue extrema, ni derecha), no podemos esperar nada de los Iker Jiménez de turno. Hay que limpiar el fango para hallar la verdad, pero el agua, primero, debería apuntar a los pasillos de La Moncloa. Tal vez así nos sintamos menos desprotegidos ante los bulos.
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