El balón del Poder Judicial
Me consuelo con el hecho de que ver un partido de la selección nacional se ha convertido ya en el último reducto de patriotismo español
La renovación del Consejo General del Poder Judicial me ha pillado viendo la Eurocopa. Entiendo que los hitos de un país suceden siempre cuando más ... distracciones tiene el contribuyente. El verano exhala fama de aburrido. Es la estación en la que nunca ocurre nada porque solo hay espacio para la felicidad. Uno piensa en el verano y solo encuentra en su memoria playas mediterráneas, cócteles en los que brilla el hielo y algún amor perdido en los recuerdos. Pero eso de combinar la política con el estío atenta contra la estética.
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Lo pienso mientras me concentro observando el cuadro de la Eurocopa. Han renovado el CGPJ y yo, en lugar de estar descorchando un Moët Chandon Brut Imperial, abro encima de la mesa el árbol de emparejamientos del torneo de fútbol, haciendo cábalas y estrategias como si me hubiese convertido en un Otto von Bismarck sin bigote, calculando la resonancia histórica de cada grupo, las guerras pasadas y los conflictos futuros. Se cruza por mi vista el Austria-Turquía e imagino prolífico los asedios a Viena, la popularización del café, los cuartetos de cuerda de Mozart o las gaviotas de Üsküdar. No puedo ser más frívolo, desde luego. En otros tiempo, reflexiono con amargura, mandaría el Portugal-Georgia al pairo y me pondría el canal de 24 horas para seguir al detalle el histórico acuerdo, pero la fortaleza de los georgianos, héroes de un tiempo cavernoso, me impide siquiera tocar el mando de la televisión.
Me consuelo con el hecho de que ver un partido de la selección nacional se ha convertido ya en el último reducto de patriotismo español. Solo cuando gana, por supuesto. Uno puede sacar a pasear la bandera rojigualda por la calle, en el pecho de su camiseta, en el fondo de pantalla del móvil, sin el riesgo de caer en esos compartimentos tan líquidos con los que hoy tildan a las masas de ser de extrema derecha. La exhibición futbolística está a salvo, de momento, de ese martirio acusatorio en el que la mitad de los ciudadanos son agentes mussolinianos y la otra mitad partisanos heroicos que, antes de partir al monte, besan a su mujer y la despiden con el bella ciao.
Por eso, durante este mes de junio y parte de julio, uno se despereza en el sofá sin complejos simbólicos. Una bandera es sólo una bandera, y el himno nacional, tan flagelado en el ruedo ibérico, tan pitado en los eventos donde los progresistas son multitud, se escucha con su dosis cateta de lololó. Entenderán ustedes que con estas previsiones, las declaraciones de Feijóo celebrando no la Eurocopa, sino la consecución del acuerdo con el PSOE para renovar el CGPJ, me pille un poco frío, medio de perfil, con un ojo en la revolucionaria táctica de Albania para no ser goleada y buscando la última guerra en la que participó la República Checa.
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Y no. No escucho los cohetes desde mi ventana, los que deberían celebrar el pacto para «salvar la Justicia española». En la radio hacen una pausa de cinco minutos para dejar de hablar de la Triple Entente y el Verdún en el que jugarán Francia y Bélgica para informar de que se abre un nuevo tiempo en la política española y en el poder judicial. Oigo que hay una veintena de magistrados repartidos entre PP y PSOE, como si fuese la lista de un seleccionador encorbatado. Dicen sus nombres. No conozco a ninguno, pero yo, que soy lego en el mundo de las leyes, me extraño de que sean los políticos los que tengan el poder de decisión sobre los miembros que ocuparán tan alta institución.
El locutor no está eufórico, pero me advierte de progresos importantes en este largo camino de independencia judicial. Cuesta trabajo confiar ciegamente en este ente simbólico, en la incorruptibilidad de los seres humanos, después de haber visto a Dolores Delgado pasar del Ministerio a la fiscalía. Jura el acuerdo firmado por las dos potencias partidistas que no se repetirán más saltos mortales como acaecidos en los últimos años. Es un alivio, pienso en un primer momento, en el instante en el que Suiza olvida su cruz roja y su pacifismo y somete a la plenipotenciaria Alemania durante noventa minutos, a punto de tomar Berlín.
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Llego a la conclusión de que la Eurocopa acabará, triturada por la historia, como finalizó la batalla del Somme, el asedio de Sedán, la Marcha sobre Roma y la Transición española. Mientras nos inmiscuimos en otro verano anodino, los condenados de los ERE irán descargándose de sus condenas, gol a gol, dictado a dictado, por magistrados que comparten partido y oficio hasta ayer. Modric dejará la selección, Cristiano luchará contra el tiempo y a los espectadores de la Eurocopa nos harán creer que la Justicia está a salvo, que la amnistía es legal y que en este país no ha pasado nada, porque es verano y ustedes tienen que estar viendo la tele, en la playa, y no preocupándose por algo tan abstracto como cumplir la ley, que para eso rueda el balón.
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