Los que amamos Israel
Apuntes desde la Bastilla ·
Resulta inquietante y escandaloso que dirigentes políticos españoles celebren los ataques del domingo pasado como actos de liberación del yugo israelíEn 'Una historia de amor y oscuridad', Amos Oz describe cómo su tío, antes de ser deportado y asesinado en Auschwitz, mandaba cartas a Israel ... en las que narraba que en la fachada de su casa había aparecido una pintada que decía 'Judíos, marchaos a Palestina'. Años después, en los setenta, el propio autor tuvo que sufrir otro alarde de proclama grafitera, en los muros de la Sorbona: 'Judíos, marchaos de Palestina'. El escritor israelí es para mí un ejemplo de tolerancia y entendimiento entre judíos y palestinos. Una mente preclara que no dudó en criticar a Israel cada vez que consideraba que su acción excedía los límites de lo humano, y tampoco ondeaba falsas banderas victimistas que huelen a terror. Lo sucedido el domingo pasado, lejos de ser una simple acción terrorista más, responde a la negación de todo acuerdo posible de paz para las próximas generaciones y un nuevo escalón más en la espiral de terror que asola la región. No pudo verlo Amoz Oz, que murió años atrás, pero hubiese sentido que los esfuerzos de una vida por buscar la paz se desmoronaban por la frontera sur de su país.
El Estado de Israel convive desde hace 75 años con una amenaza real de exterminio. Su primer acto fundacional, mientras Ben-Gurion proclamaba el nacimiento de Israel como realidad política en el 48, fue la defensa desesperada de su supervivencia, cuando una liga de países árabes atacaron con fiereza el territorio. Aquella guerra no perseguía imponer un estatus, un equilibrio, sino la eliminación sin paliativos de cualquier resto judío en la región. Desde aquel momento, todas las guerras entre árabes y judíos contienen ese matiz, independientemente de los excesos por parte israelí y las atrocidades cometidas en Gaza y Cisjordania.
Conviene no olvidar que Hamás e Irán no pretenden la creación de un Estado Palestino, con todas las leyes fundamentales que deben tener los Estados. Su anhelo es el mismo que nos evocan otros tristes acontecimientos de la Humanidad. Quieren acabar con Israel, borrarla del mapa. Sus intenciones están manchadas de antisemitismo. No matan por la libertad de un pueblo. No bombardean como método de defensa, sino como instrumento para alcanzar la destrucción de todo lo judío. Cabría preguntarse cuántos judíos viven actualmente en Irán, y bajo qué condiciones. Deberíamos cuestionarnos cuántos judíos y en qué circunstancias conviven en los diferentes países árabes en la región, y luego, cuando encontremos la respuesta serena, observar que la población palestina representa más del 20% de Israel.
Hamás antepone la destrucción de Israel a la propia supervivencia de los ciudadanos palestinos. No duda en utilizarlos como escudos humanos, en tiranizarlos y construir sobre ellos un sistema de opresión brutal, mientras sus líderes viven en Qatar, a costa de las ayudas humanitarias que Occidente desliza para curar sus remordimientos. Los ataques perpetrados por Hamás en territorio israelí no buscan reclamar una reparación histórica, ni implementar la ley del Talión, según sus credenciales justicieras de existencia. Ni siquiera forzar a Israel a aceptar la creación de un Estado Palestino. Aspiran a la destrucción de Israel, a eliminar el modelo de vida de una democracia occidental, basada en la libertad de pensamiento y de acción. Israel para ellos no es solamente el Estado opresor que asfixia Gaza, sino el demonio infiel que enseña al mundo un estilo de vida no anclado en la Prehistoria. Israel, en cada guerra, no lucha por su legítima defensa, sino por su existencia.
Resulta inquietante y escandaloso que dirigentes políticos españoles celebren los ataques del domingo pasado como actos de liberación del yugo israelí. Desconozco en qué esquema mental cabe hablar del derecho a Hamás a defenderse tras las imágenes de la chica violada, con el pantalón sangrando, mientras un grupo de hombres la exhibe como un trofeo de caza. Muchos movimientos que se autodenominan progresistas ensalzan la causa palestina obviando que la única democracia de la región es precisamente la israelí, y que Palestina es, sin duda, una teocracia donde las mujeres viven bajo la dominación de un patriarcado opresor y los homosexuales son tratados como ganado dispuestos al matadero. Por eso sorprende ver cada año, en el desfile del Orgullo de Madrid, banderas palestinas y ninguna israelí.
Escribió Gabriel Albiac sobre Israel, su derecho a defenderse y los límites de esta defensa: «Y la trampa en la cual Israel ha evitado dejarse atrapar durante ya más de sesenta años es esa: la de ceder a la tentación de una victoria militar fulgurante y casi gratuita. Que arrastraría una muerte moral irreversible. Quienes amamos Israel, lo amamos exactamente por renunciar a esa victoria. Y a esa muerte». Tras las imágenes de las matanzas del domingo, los cuarenta bebés asesinados (algunos decapitados), las mujeres violadas y los jóvenes masacrados en el festival de música por la paz, cabría preguntarse no si es posible la convivencia entre judíos y palestinos, sino si esta convivencia puede llegar mientras Hamás siga controlando Gaza. Los que amamos Israel sabemos que no, y deseamos que el Estado judío no caiga en la trampa que lo arrastraría a esa muerte moral.
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