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Pandemia política

¡Que abran ya los bares!, que es la única manera de aguantar a tanto tramposo

Sábado, 5 de diciembre 2020, 00:57

No entiendo la política. Se me resiste desentrañar las motivaciones que incitan al enfrentamiento continuo y al jaleo escandaloso. Nunca nos hemos puesto de acuerdo, pero al menos se respetaban las formas y las normas y con discreción y educación se llegaba a un mínimo responsable. Considerábamos la política como una incomodidad lejana pero respetable de gente ambiciosa que necesitaba el protagonismo, el agasajo y el coche oficial para sentirse realizados. Y se lo cedíamos con la condición de que hiciera su trabajo de manera aseada, sin estridencias y sin muchas equivocaciones. No ha podido ser. Consentimos en que las promesas eran un engorro y que había que ser condescendientes. Vale. Que la culpa siempre la tiene el contrario. Vale. Que el poder corrompe. Vale, somos humanos. Que la muerte es un hecho natural y estadístico. Vale.

Pero ahora quieren denunciar la verdad o la mentira que es lo mismo pero al contrario. ¿Qué verdad? ¿Qué mentira? No deben saber estos insensatos que hay tantas como habitantes y tan poderosas como la fe. Nos han debido tomar por gilipollas. Claro que si se hace por y para el pueblo entonces el objetivo es fiable. Decía el Marqués de Bradomín en 'Sonata de Invierno' que había que compadecer a quien prefería la Historia a la Leyenda pues la primera era menos interesante, menos ejemplar y menos bella que la invención de la segunda. Y hace una alabanza de lo que nos pretenden enseñar: «¡Oh, alada y riente mentira, cuándo será que los hombres se convenzan de la necesidad de tu triunfo! ¿Cuándo aprenderán que las almas donde solo existe la luz de la verdad son almas tristes, torturadas, adustas, que hablan en el silencio con la muerte, y tienden sobre la vida una capa de ceniza? ¡Salve, risueña mentira, pájaro de luz que cantas como la esperanza!... ¡Viejo pueblo del sol y de los toros, así conserves por los siglos de los siglos tu genio mentiroso, hiperbólico, jacaresco, y por los siglos te aduermas al son de la guitarra, consolado de tus grandes dolores!... ¡Amen!». Y en esas estamos.

Lo que no termino de saber es si lo que se intenta vigilar es la verdad o es la mentira o es la desinformación o es la piratería o es la opinión o son las redes sociales o los informativos o los medios de comunicación o la crítica ideológica. No veo fácil poder controlarlo todo sin caer en la arbitrariedad o en el capricho. Con este tipo de actitudes es difícil creer en el machacón eslogan del progresismo social. Pero lo que peor llevo es que han conseguido indignar a mi mujer, que nunca ha sentido inclinación por la discusión política, y ahora han politizado mi cama; como antes la justicia, la educación o la sanidad, y resulta que me acuesto con Adriana Lastra cabreada y me levanto con Cayetana Álvarez de Toledo hecha un vendaval. No cabe duda de que esto ha dado variedad a mi vida, pero como a los amantes adúlteros me somete a una ansiedad y un estrés que es un sinvivir. Además, requiere unos reflejos que para sí quisiera el ministro Ábalos. A esto le llaman efectos colaterales los estrategas del Pentágono. Como no se invente una Viagra para responder al furor político esto no va a acabar bien. Hacía tiempo que no se veía un Gobierno tan intervencionista porque habíamos oído hablar de los difíciles compañeros de cama políticos, pero que en la mía se meta hasta Echenique es inaceptable.

Como es el Gobierno el que quiere desenmarañar lo que de cierto o incierto hay en la propaganda, yo les recomendaría que se mirasen dos cosas que forman parte de su proyecto de coalición y alianzas: la primera es la denominación de izquierda progresista. No lo veo mal, que conste, pero siempre dentro de un orden que obedezca a la veracidad porque el título de progresista de izquierdas hay que ganárselo, no basta decirlo. El nacionalsocialismo independentista (ERC y Bildu), apoyo del Gobierno, tiene poco de progresista; es reaccionario, racista, violento y supremacista. Pero, eso sí, con presupuesto socialcomunista. Con dos cojones.

La segunda es la marca feminista. Es difícil entender que la mayoría sean hombres y que las mujeres, con ministerio eso sí, se dejen mangonear y dirigir y se conformen con el femenino en el nombre del partido y con hacer corte y confección con el idioma. Heteropatriarcado en estado puro. Curiosamente la única líder de un partido político nacional es de centro liberal.

Aun así, como yo soy de naturaleza optimista y transversal, intento convencer a mi mujer de que la estrategia del Gobierno no es volvernos locos, sino que tienen un plan bien diseñado para que hablemos del tiempo, porque ellos son la luz y la esperanza del pueblo oprimido.

¡Y que abran ya los bares!, que es la única manera de aguantar a tanto tramposo.

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