Borrar

La pandemia y el odio votan en las presidenciales de EE UU

La histórica afluencia a las urnas encubre la polarización sangrante de la vida en Estados Unidos

Sábado, 14 de noviembre 2020, 01:19

Ofrecía la apariencia de un país relativamente idílico: en febrero de 2020, la economía americana culminaba 11 años de crecimiento ininterrumpido con un auge de casi el 4% de su PIB, un dinamismo que duplicaba el de la más pujante de las economías europeas, la española. Las bolsas batían récords semanales. La tasa de paro era la más baja en medio siglo. Las pymes exhibían un optimismo sobre perspectivas futuras no visto en 30 años. Las clases más desfavorecidas de América se beneficiaban de un crecimiento de sus ingresos de casi un 5% anual... y entonces acaeció la pandemia en febrero, y el asesinato de George Floyd en mayo. La arcadia feliz se tornó en avispero.

La pandemia ha provocado 300.000 muertos, la pérdida de 11 millones de empleos, que solo uno de cada tres niños siga su formación escolar con normalidad... y que Donald Trump visualizase, frustrado, cómo su capital electoral en el ámbito neurálgico de la economía se diluía. Para evitarlo en año de presidenciales, adoptó una posición heterodoxa, cuestionable y arriesgada en la gestión sanitaria: puso en entredicho de forma reiterada la opinión científica, a la vez que patrocinaba una línea apologética sobre la relativa benignidad del virus, «al que no hay que temer».

El deterioro económico y esta postura disidente sobre la Covid abrieron una ventana de oportunidad a un político de transición, figura histórica de un partido en horas bajas, y con escasas o nulas opciones de éxito electoral: Joe Biden, del ala centrista demócrata, con un perfil muy institucional, hombre de acuerdos, vicepresidente con Obama –una especie de 'Rajoy americano' en las filas del Partido Demócrata falto de carisma–, se convirtió de improviso en un gestor de mayorías sociales y en el agregador de facciones muy diversas, que confluían en su rechazo frontal al trumpismo: ecologistas, izquierda radical, jóvenes... y la minoría negra alzada al grito «¡I can't breathe!».

... y entonces acaeció la pandemia en febrero, y el asesinato de George Floyd en mayo. La arcadia feliz se tornó en avispero

Cuando el 25 de mayo, el policía Derek Chauvin asesinó por asfixia a George Floyd en una calle de Minneapolis, la irresuelta y lacerante cuestión racial eclosionó, y se estructuró como movimiento en torno al slogan 'Black Lives Matter'. Junto a miles de manifestaciones pacíficas en favor de la igualdad de derechos, se sucedieron centenares de episodios vandálicos de extrema violencia.

Trump decidió no contemporizar, no restañar heridas, no serenar los ánimos. Apostó por presentarse como el líder solvente que sin titubeos garantizaba a las gentes de bien 'ley y orden'. Al principio, prevaleció un inusitado desorden: las avenidas de muchas ciudades se convirtieron en campos de batalla entre policías federales armados militarmente y grupos subversivos muy violentos. A estos grupos anárquicos tribalizados se sumaron más tarde, como oponentes letales, milicias supremacistas de extrema derecha, equipadas con fusiles de asalto; decían apoyar a las fuerzas del orden, defender la ley, proteger a los ciudadanos y seguir a su presidente caudillo.

La violencia racial callejera transpiró en la vida política, fortaleciendo la tendencia –ya visible antes de que Trump alcanzase la presidencia en 2016– de un país dividido, cuyos bandos articulados en torno a demócratas y republicanos se repelen con un nivel de discordia y cainismo inflamable, volátil y peligroso, en su acepción sangrienta.

En torno a un 70% de los votantes de cada uno de los dos partidos opina que la contraparte es «un peligro para los Estados Unidos y sus gentes». La mitad de los votantes de cada partido afirma que la otra parte «no es solo mala para la vida política, sino que se trata de personas intrínsecamente demoníacas». En un nivel más extremo, un 30% de los votantes de cada bando sostiene que «si el partido opositor se comporta de una manera inadecuada, sus miembros deberían ser tratados como animales». Como colofón, esta encuesta fidedigna establece que un 20% de los votantes de cada bancada legitima que «la violencia podría estar justificada si el otro partido gana las elecciones».

En suma, el efecto combinado de la emergencia sanitaria y la crisis de identidad ha empoderado a Biden, tanto como laminado las opciones de un Trump, que aupado sobre la inercia de una economía en esteroides, un notable cumplimiento de sus promesas electorales de 2016 y algunos logros reseñables en política exterior, se veía como ganador incontestable de los comicios.

La altísima e histórica afluencia de los ciudadanos a las urnas –un 67% del censo, algo no visto desde las elecciones de 1900– encubre la polarización sangrante de la vida política y social en Estados Unidos. Que esta rivalidad acerva y fratricida desemboque en incidentes violentos, no es solo posible sino más bien probable en las próximas semanas y meses. En especial, si Trump encona su estrategia jurídica, agita a las masas y no acepta el resultado de las urnas.

En estos tiempos de turbación... 'God Bless America'.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

laverdad La pandemia y el odio votan en las presidenciales de EE UU