Odio el fútbol moderno
Los clubes, antes ricas y prestigiosas instituciones, son ahora agujeros negros de miles de millones que pagan cientos a futbolistas
Cuando era un crío lo pasé bien a veces y mal otras, pero tenía un ancla a la que asirme cuando arreciaba el temporal: el ... Real Murcia. Han pasado casi 40 años y sigo recitando de memoria la alineación de los primeros 80. Ir a La Condomina con mi hermano y mi tío era emocionante. Tengo días tatuados en la memoria, como el gol de córner de Moyano contra el Hércules o cada jugada de Guina, cada carrera de Ramírez y cada patadón de Higinio. Un año pudimos haber jugado la UEFA y en el colegio no se hablaba de otra cosa. Éramos la honrada clase media de un fútbol al que llegaban Butragueño y Míchel mientras se iban Maradona y Quini.
Luego el club, como el resto del fútbol profesional, fue cayendo en manos de canallas que lo desfiguraron. El estadio se utilizó para especular y los políticos dijeron sí a lo que gente sin escrúpulos quiso hacer con el símbolo de la ciudad y de nuestra infancia, con la bandera de nuestro entusiasmo. Hoy el escudo y la bandera que fueron míos son para mí el símbolo de nuestro fracaso como Región. Me admiran algunos amigos, como José Luis de la Rocha, que ha creado un museo con su esfuerzo y su dinero para albergar las camisetas y objetos históricos que nadie se preocupó por conservar, mientras pensaban en cómo vender pisos a cuenta de la alegría infantil en Murcia. Otros, como Yayo Delgado, se vuelven locos pensando cómo apoyar al club de su vida. Me emociona tanto su amor por el club como me irrita lo que una banda ha hecho con él.
El tiempo aquel fue el de gente jugando al fútbol. Algunos tan increíbles como Sócrates, Falcao, o Zico. Luego estaban Mágico González y George Best, a los que dejó en el banquillo Maradona, tal vez lo mejor que ha pasado nunca al fútbol. Incluso en su decadencia lanzó un mensaje al mundo. Cuando su entorno publicaba imágenes de un drogadicto acabado él parecía estar diciendo: «La cocaína hará esto con vosotros. No hagáis caso al cine ni a la leyenda del rock. La droga me ha hecho esto y lo hará con vosotros». El héroe fue también mártir.
No hay épica en los ídolos de hoy. Son empresas, como los clubes. Gente más hortera que otra y marcas registradas para vender camisetas. Niños ricos para los que la vida es un Ferrari y una cantidad obscena de millones. Un lamentable ejemplo. Si en los 80 el fútbol era una carrera hoy es un pelotazo, es la 'granhermanización' del fútbol.
Los clubs, antes ricas y prestigiosas instituciones, son ahora agujeros negros de miles de millones que pagan cientos a futbolistas que no saben qué hacer con el dinero. Ese trasiego de pasta es una bola que acabará, como el Barcelona, en una ruina infinita porque cada día pagan más por futbolistas para vender más camisetas y hacer más negocios inmobiliarios con los antiguos solares de los estadios. O política, como en el caso del Barça. Esto no es fútbol, es ultraliberalismo y melancolía comercial a cambio del entusiasmo de gente que no ha entendido que son solo la fuente de ingresos de gente con corbata que ha venido aquí a hacer negocios. Los 80, el entusiasmo, los colores, el amor al fútbol o la inocencia son ideas que dejaron de tener sentido en algún momento de los 90.
El último capítulo de esta degradación ha sido la ya difunta Superliga. Algunos de los grandes clubes decidieron privatizar el fútbol, hacer una liga exclusiva que secase los ingresos del resto de clubes, de manera que ellos manejasen la caja. A día de hoy, el Albacete podría jugar grandes competiciones. Sería difícil con un presupuesto así, pero ha habido episodios tan épicos como el Alavés jugando la final de la UEFA contra el Liverpool en 2001. La Superliga quiso acabar con ese sueño reduciendo a los equipos pequeños a meros proveedores de los grandes.
Es la apremiante necesidad de más dinero en unos y de tapar la ruina en otros. El fútbol se la pela a todos. Los ideólogos comparan su chanchullo con la iniciativa de Santiago Bernabéu de participar en la competición europea en tiempos de Franco. Se han creado discursos en los opinadores a sueldo para confundir al hincha, hasta un juez ha decretado la estrambótica medida de prohibir tomar medidas contra una empresa que aún no había empezado a actuar.
Pero llegó el ridículo y la esperanza. Los clubes ingleses se desmarcaron, dejaron la Superliga en bragas. Boris Johnson, un tipo que hasta ayer no me inspiraba la menor simpatía, dijo que no, que por encima de su cadáver, mientras los hinchas, esos a los que nadie tiene en cuenta si no es para venderles entradas y camisetas, se fueron a Anfield Road y dijeron 'no'. Esos tipos, esos niños, son la épica del fútbol, son el amor por el deporte, por los colores. Son los que morirían por su equipo, son mi infancia y mi amor por el deporte en el que desgasté las botas que mi madre, con tanto esfuerzo, me compró. Odio el fútbol moderno, todo para vosotros, pero amo aquel fútbol que tuve la suerte de vivir.
¡Viva el Cádiz!
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