¿Odias el arte contemporáneo?
No se puede obligar a nadie a que le guste el arte... Destruir es mucho más fácil que crear y, por supuesto, que entender
Era viernes y habíamos llegado puntuales a comer con Blanca en El Lobito de Mar en Marbella. La alegría del reencuentro con nuestra amiga, un ... rueda helador, el hambre, las tantas cosas que contarnos y este eterno verano nos hacía sentirnos insuperablemente bien. Entonces llegó un aviso de Facebook. Un señor iracundo me ponía a parir a mí, a Jaume Plensa y al arte contemporáneo. A partir de aquello, una cascada de insultos y descalificaciones. Con el tiempo llegaron también las amenazas. Tenía dos opciones: responder, entrar en la pelea, denunciar a la Policía y defender el arte de hoy o pedir que pasásemos al tinto. Y pedimos un mencía, que es el vino que le gusta a Blanca.
Los que nos dedicamos al arte vivimos en un mundo de menosprecios. Esto es una mierda, dice un espectador ante una instalación prodigiosa de Bruce Nauman. Eso lo hace mi chiquillo de cuatro años, dice otra ante un Jackson Pollok. Eso es un timo porque no lo ha hecho ella con sus manos, dice un tercero frente a las puertas que Cristina Iglesias hizo para el Museo del Prado.
En el Lobito de Mar hay una carta de atunes sensacional y tardamos mucho en decidirnos. El tiempo que tenemos para estar juntos es corto. Los del arte, que somos unos cursis, decimos 'ars longa, vita brevis' y es verdad, así que discutíamos de arte y de la vida porque ambas cosas se necesitan mutuamente como nosotros nos necesitamos. Entonces hablamos de ese odio que mucha gente le tiene al arte contemporáneo. Creo firmemente que nos lo merecemos. Hemos sido una especie de élite que disfrutaba con la privatización del lenguaje, con el uso de términos crípticos que nos convertían en una minoría de iniciados en la modernidad. A nosotros nos parecía muy bien, pero para muchos podíamos parecer idiotas. Y algo de eso hay, es cierto.
Pero la razón del odio al arte actual no es esa, de hecho no hay solo una.
Con la llegada del arroz ya llevábamos dos botellas de vino y nuestras risas llegaban a molestar a una madre y una hija con la nieta en el carricoche. Ambas se habían operado al estilo Marbella. Hace unos años consistía en copiar la cara de Melanie Griffith, hoy es la de Melania Trump. Ya es coincidencia. Las dos parecían la ex primera dama estadounidense, incluso aparentaban la misma edad. En nuestra tertulia irrumpió un tema definitivo, y es cuando la gente se enfada porque ve una obra de arte que no entiende. No ocurre con las que no les gustan, es otra cosa. Cuando no te gusta algo pasas, pero cuando algo te reta a comprenderlo y tú no lo comprendes te puede generar frustración, incluso ira. Todos tenemos la culpa: el sistema educativo que solo enseña hasta Goya, las familias que perpetúan una aversión al arte contemporáneo que viene de cuando Franco odiaba a Picasso y a todos los artistas vinculados a la República y el arte contemporáneo era ideológicamente peligroso. No mucha gente lo sabe, pero el antiguo Museo Español de Arte Contemporáneo de Madrid es un edificio exento para que pudiese ser rodeado por los grises, y las puertas altas para que se cargase en las salas a caballo, si los artistas se ponían estupendos.
Carolina y yo hemos vivido muchas veces esa tensión de alguien enfadado con el arte de hoy, pero una vez temimos por nuestra integridad. Estábamos en ARCO con un estand lleno de pequeñas esculturas de Eugenio Merino. Eran figuritas de Disney manipuladas en actitudes políticas, eróticas, irónicas. Entonces apareció Miguel Indurain. Si no lo habéis visto en persona, es grande como el Cristo de Monteagudo con los brazos abiertos. Muy serio, muy navarro, nos dijo: «¿Llevaron ustedes una exposición de este artista a la sala Carlos III de Pamplona?». Impresionados, respondimos que sí y él, tranquilo pero muy grave, nos riñó porque hacer esas cosas estaba mal. Al entrar pensó que eran figuritas inocentes y eso no se hacía sin avisar. Fue amable, pero no le había gustado ese uso de las imágenes de su infancia, y tenía derecho a protestar. Si algo no te gusta no hay por qué insultar, es cosa de otro tipo de gente.
Cuando se visita el Reina Sofía siempre se para en el 'Guernica'. Una multitud lo observa. A unos les fascina hasta llorar de emoción, a otros les gusta, a unos cuantos no, pero entre todos hay siempre un par que odian lo que ven, que lo destruirían si pudieran porque lo que les gusta es una arte bonito, que se entienda. Parece incomprensible, pero es así. A los que no les gusta o están dudosos se les puede explicar su historia, su simbología, el por qué de ese estilo. A los que lo odian no, a una cierta edad hay causas perdidas.
Y recordando esto pedimos gin-tonics en aquella tarde marbellí en que llegamos a la conclusión de que no se puede obligar a nadie a que le guste el arte, que siempre ha habido un odio frontal hacia el arte contemporáneo, desde que los visitantes de las exposiciones parisinas atacaban con sus paraguas los cuadros de Manet a la destrucción de cuadros de Rothko o Malevich. Destruir es mucho más fácil que crear y, por supuesto, que entender.
Y entonces nos preguntamos si era hora ya de merendar.
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