Objetivo: la Luna
Hace falta algo más que volver a estar como antes del virus para crear un horizonte ilusionante
Cuando estás en medio de una situación extrema haces todo lo posible por superarla. Cuando lo consigues, esperas algo más que lo que tenías antes, ... una especie de recompensa al esfuerzo. Sobre todo, si la situación de partida no era muy alentadora.
Lograr lo primero, superar la crisis, no está demasiado lejos. Es casi inevitable que la recuperación económica despegue este trimestre, se dispare en la segunda mitad del año y se extienda con fuerza a 2022. Siempre puede fallar algo, pero los vientos de cola son poderosos: el desarrollo de la vacunación, la mejora de la confianza, las medidas fiscales y laborales de apoyo y el impacto del programa de ayudas europeo que, en parte, tiene por objeto paliar los efectos de la crisis. Así que es muy probable que en la segunda mitad del próximo año la actividad recupere los niveles previos a la pandemia y que algo más tarde lo haga el empleo. Puede parecer una eternidad, pero en la crisis de 2008 tardamos nueve años en volver a la posición de partida y no se logró en todos los ámbitos.
Alcanzar lo segundo, la recompensa, va a exigir más. La situación no era muy boyante cuando llegó la pandemia. Aún eran visibles las cicatrices de la crisis anterior en el mercado laboral, la cohesión social o la brecha generacional, y la pandemia ha hurgado en esas heridas. Hace falta algo más que volver a estar como antes del virus para crear un horizonte ilusionante.
Para invertir bien es bueno fijar objetivos claros y poco numerosos, quizá no más de media docena para no perder el foco
La buena noticia es que la parte mollar de las ayudas europeas y las reformas que hemos de aprobar para recibirlas nos dan la oportunidad de transformar la economía y lograr un crecimiento más robusto, inclusivo y sostenible. Lo que seamos como país en la próxima década, no solo en lo económico, depende de que aprovechemos la ocasión, de que reformemos con acierto e invirtamos bien.
Para reformar con acierto es necesario ser ambiciosos. No basta con cubrir mínimos para que la Comisión Europea desembolse las ayudas. Es preciso reformar con profundidad para que las inversiones públicas tengan un efecto duradero e intenso y animen a la inversión privada. Lo deseable sería que los proyectos cuenten con el respaldo de mayorías muy amplias en el Parlamento, mayorías que aseguren la continuidad de un plan que trasciende una legislatura. No es fácil porque exige a todos voluntad de invertir capital político y capacidad de alcanzar acuerdos, que no siempre son populares, en un momento complejo.
Para invertir bien es bueno fijar objetivos claros y poco numerosos, quizá no más de media docena para no perder el foco. Utilizar los fondos europeos para resolver problemas o desafíos precisos, orientados a resultados que mejoren las condiciones de vida. Por ejemplo, lograr un determinado nivel de empleo, elevar la productividad (para crear prosperidad, no todo es distribuir), reducir la desigualdad o el abandono escolar a la media europea o desarrollar una industria líder en la producción de hidrógeno verde en un horizonte temporal concreto.
Esta estrategia, frente a la alternativa de aprobar proyectos que cumplen unos principios deseables pero muy generales (digitalizar, descarbonizar...), tiene grandes ventajas. Bajo el paraguas de cada gran objetivo se pueden fijar todos los proyectos y reformas precisos para lograrlo. En el caso del objetivo de empleo, planes de formación continua, de educación, de tipos de contratación (rebajar la temporalidad), de conciliación, de inmigración o de impulso a la natalidad. Eso da coherencia a los proyectos. Permite evaluar cada medida según su contribución al objetivo final y no solo porque encaje en algún objetivo genérico, sin un plan consistente. Alfonso Novales, en un excelente documento publicado por Fedea sobre la gestión de los fondos europeos, desarrolla estas y otras ideas muy interesantes.
Fijar objetivos precisos y enfocados a mejorar las condiciones de vida ayuda también a implicar a todos en un propósito común, cercano, ilusionante, concreto. Eso no es fácil que lo logre una idea imprecisa o abstracta. No siempre será posible que todo el mundo se sienta concernido en cada objetivo, pero en unas metas se apelará al apoyo de las empresas y en otras, a la participación del conjunto o de parte de la sociedad civil. Eso es mágico, eleva automáticamente las posibilidades de éxito. Como cuando EE UU se puso como objetivo alcanzar la Luna. Y es una estrategia más fácil y atractiva cuando los objetivos se fijan en el ámbito regional o local. Y no viene nada mal en estos tiempos perseguir objetivos comunes que refuercen la cohesión social.
Si utilizamos bien el programa de ayudas europeo, la crisis habrá tenido, al menos, un lado positivo y el bienestar podrá mejorar de forma duradera. Así, empezaríamos a resolver deudas pendientes. Para empezar, con los jóvenes que, tras una etapa tan dura como la vivida desde 2008, necesitan a toda costa dibujar un futuro ilusionante. El paupérrimo desempeño de la economía en los últimos quince años debería bastar para unir fuerzas.
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