Un nuevo contrato con la naturaleza para la Región
La Covid va a acelerar unos cambios hacia otro modelo; requiere una audacia e ilustración ecológica que no termino de atisbar en el Gobierno ni en la oposición
No tiene que ser fácil realizar una gestión del medio ambiente en una Región en la que apenas está representado. Es como si estuviese huérfano. El medio ambiente está huérfano en la toma de decisiones regional y de la mayoría de ayuntamientos. Desde hace décadas nuestra relación con la naturaleza ha sido muy destructiva: Portmán, Sierra Minera, Mar Menor, contaminación de los acuíferos, del aire... Hemos construido una sociedad que sedimenta su sustento en una economía muy extractiva del medio ambiente. A corto plazo, no va a ser fácil generar nuevos modelos más sostenibles y resilientes.
Los avances tecnológicos e industriales en la Región de Murcia han logrado una indiscutible mejora de algunos indicadores. Todo ello se traduce en incrementos progresivos del bienestar y la esperanza de vida. Estos beneficios han venido acompañados de unos 'efectos colaterales' como la pérdida de biodiversidad, deterioro, contaminación de los ecosistemas y crecimiento de enfermedades crónicas ambientalmente relacionadas. Iniciamos los murcianos hace unos 50 años un proceso de desconexión de la naturaleza, y nos hemos ido desconectando poco a poco del mundo que nos sustenta. Ayer bajaba el puerto de la Cadena hacia Cartagena y me preguntaba: ¿dónde están los árboles? Han desaparecido.
Estar alejados de la naturaleza nos aleja además de nosotros mismos. Pero en verdad, aunque no seamos muy conscientes, sentimos una honda aflicción o pena por ello. Esto lo notamos especialmente cuando estamos inmersos en entornos desbordados y contaminados. Una sensación de 'despertar' nos recorre el cuerpo y la mente, y empezamos a anhelar ese mundo que habita dentro de cada uno de nosotros, difícil de definir pero que entendemos como 'más natural'. En la naturaleza, para saber dar, hay que saber recibir. El concebir la naturaleza como un almacén de recursos para el consumo convierte las acciones económicas en actos de explotación.
Hasta ahora la relación con la naturaleza ha sido más destructiva que respetuosa, recombinante e integradora. Existen innumerables ejemplos en el planeta. Para mí, por su cercanía y relación personal, uno de los ejemplos más palpables y deplorables lo constituye el estado actual del Mar Menor. Durante décadas al Mar Menor se le ha considerado como una sofisticada máquina cuyo funcionamiento se expresa en 'inputs' y 'outputs'. Sin embargo, no se ha tenido en cuenta la resiliencia del ecosistema marítimo hasta fechas muy recientes. ¿Estará todo perdido? En mi opinión, ahora más que nunca tenemos que intentar una nueva conexión o hibridación humana con el Mar Menor, podemos hacer que gane una estabilidad suficiente a pesar de la influencia humana o incluso gracias a ella. Es necesario e imperativo hacerlo de otra manera. Podemos vivir, trabajar, disfrutar y consumir de otra manera. Hay alternativas disponibles. Y con seguridad más eficientes. Volviendo al Mar Menor, ¿cuánta naturaleza hay que proteger en el ecosistema marítimo litoral del Mar Menor? Encontrar el punto intermedio entre viabilidad técnica (lo que se puede llegar a preservar) y moralidad (lo que nos gustaría conservar y recuperar) será el desafío. En esta línea, una ecología reconciliadora que evite las oposiciones binarias, y permita el uso combinado de múltiples técnicas (restauración, diseño, protección y reconciliación) con el objetivo fundamental de proteger el máximo número de especies y hábitats compatibles con una sostenibilidad, permitirá un razonable desarrollo humano bajo ese nuevo contrato social con la naturaleza.
La ciencia es necesaria, pero por sí sola no es suficiente. La noción de que los científicos son los que tienen cualidades especiales para resolver cuestiones sociales relacionadas con los desafíos relacionados o derivados del deterioro de los ecosistemas perjudica la integridad científica y la confianza de la sociedad en la ciencia. Las decisiones de importancia en el Mar Menor no pueden dejarse en manos de una tecnocracia científica. Han de ser los ciudadanos educados e informados quienes democráticamente decidan. Es necesario emprender cambios a través de un nuevo contrato con la naturaleza, que nos enseñe a no dejar rastro, basado en el respeto y reciprocidad.
En Europa se van a crear agrupamientos de regiones a dos velocidades. Unas que poco a poco se desprenderán del petróleo y sus derivados enfocando sus negocios hacia la preservación de la biodiversidad, alimentación ecológica, protección del medio ambiente marino, la tecnología y las fuentes de energía renovables. Y otras que seguirán mirando por el retrovisor a lo que fue y ya no está. La crisis post-Covid es sobre todo de liderazgo, determinación y cultura. La Covid va a acelerar unos cambios hacia un nuevo modelo. Requiere una audacia e ilustración ecológica que no termino de atisbar en el Gobierno, tampoco en la oposición. Un nuevo contrato social con la naturaleza es necesario. Necesitamos establecer una relación más híbrida y recombinante que nos permita atisbar nuevas posibilidades de emprendimiento y de negocio. Esta transformación ecosistémica de la política regional requerirá liderazgos valientes, el desarrollo de nuevos perfiles profesionales y nuevos modelos energéticos, comerciales y de emprendimiento social. Este proceso se acompañará de una mayor presencia del medio ambiente en la gobernanza, y una redistribución sustancial de los recursos y de amplios cambios sociales. Estos ya están en marcha.