Anoche me dormí con el telediario y he amanecido con todo su mal rollo encima. La cantidad de violencia e indecencia que se puede llegar ... a escuchar es tal que te puedes volver como ellos. Es decir, te miras al espejo y se te pone cara de Bendodo o de Margarita Robles, porque ya empiezas a repetir sus argumentos. Algo está saliendo mal cuando seguimos lo que dice gente así, cuando nos peleamos con amigos y familiares por lo que ha dicho un político en televisión. Repito, nos peleamos con sobrinos por lo que ha dicho un político. Y ya la monda es cuando es por Donald Trump. No es broma, en España hay seguidores de MAGA.
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Total, que me sentía enfadado, triste, asustado. Pensaba que tenía muy mala suerte por estar viviendo aquí y ahora. Con mi dosis de mal rollo e ira, me he tomado el café y he pensado en cómo liberarme de toda esta maldad, mediocridad y estulticia que hay en el ambiente. Tras una mañana en la que he rendido poco por estar pensando en esto, he llegado a la conclusión de que hay dos métodos. El primero el serio, y consiste en pensar en Gaza. Tomar conciencia de la forma en que Israel está aniquilando niños, ponerme en el papel de los padres que los ven morir y, entonces, ser consciente de mi suerte. Luego mirar a mis hijos, están bien, no les falta de nada y pensar en que, sin tener mucho, tengo lo suficiente. Luego mirar a Carolina y ya se ha pasado todo. Bendodo y la Robles parecen dos versiones del pitufo gruñón peleándose con sus voces chillonas a lo lejos.
La segunda es mi favorita: pensar cómo quiero que me maten. A Pedro Muñoz Seca lo arrestaron en Barcelona a los 4 meses del golpe de Estado con el que comenzó la Guerra Civil por tener ideas monárquicas y católicas, ya entonces la justicia estaba muy politizada. Por semejante absurdo lo mandaron a la cárcel de San Antón y acabó fusilado en ese horror que fue la Matanza de Paracuellos. La anécdota tiene varias versiones y, seguramente, ninguna será rigurosa. A mí me gusta la que cuenta que, frente a sus verdugos, dijo «Me podéis quitar todo, la familia, la libertad, mis bienes, Pero ¿sabéis lo que no podréis quitarme jamás? El miedo, este miedo horrible que tengo». Ha sido Javier Cercas quien me ha traído esta historia a la cabeza. En su columna del EPS contaba una historia similar durante los últimos momentos de Allende. Le habría preguntado a uno de sus asesores que si tenía miedo y este le habría dicho que no, pero que se cagaba del susto.
En el instante previo, un silencio en la plaza y yo suelto mi discurso sobre el valor y el ser español
Yo quisiera mantener ese valor tremendo cuando vengan a matarme. No sé cuál de las dos Españas me matará, he acumulado méritos para que vengan los unos y los otros a por mí, algo de lo cual me enorgullezco. Las dos Españas piensan que son estupendas y que la otra es horrible. Hay una mejor que la otra, por supuesto, pero las dos acumulan odio y mediocridad como para silenciar las enormes dosis de bondad y talento que en ellas crecen todos los días. Porque sí, hay dos Españas. Toda la vida he deseado que no las hubiese, pero las hay. Mi sueño es que, cuando vengan a por mí, sean las dos juntas. Que se pongan de acuerdo y hagan de mi ejecución una causa común. Más aún, porque soy muy español y mucho español, quiero que me maten usando el garrote vil. No es que desdeñe la hoguera, tan española también y la preferida de ese santo laico que fue Javier Krahe. A mí que me den garrote, que las dos Españas se pongan de acuerdo para matarme sería un maravilloso final para una vida que a mí me está gustando mucho, si bien algunos pensarán que no será para hacer una película.
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Imagino mi ajusticiamiento como un acto conmovedor en una plaza, a ser posible la de Santa Eulalia. No me alegra imaginar que me vayan a matar, pienso en los míos llorando y se me quiebra el aliento, pero si un día vienen a matarme me matarán, así que, morir por morir, morir haciendo un buen discurso. Allí, en primera fila deberían estar mis enemigos insultándome, pero no tendrán valor para hacerlo a la cara ni estando yo ya sentado y con la argolla apretándome el cuello. Luego toda la ciudad viendo el espectáculo que yo les ofrecería. Qué bonito debe ser morir entreteniendo a tus vecinos gratis.
Entonces, en el instante previo, un silencio en la plaza y yo suelto mi discurso sobre el valor y el ser español.
«Esto es un cazador español, uno yanqui y otro francés que están alrededor de una hoguera por la noche. El americano cuenta cómo mató a un oso con solo un cuchillo de cocina y se hizo una chaqueta con su piel. Entonces el francés relata el día en que se enfrentó en el Caribe con un tiburón toro y le desencajó la mandíbula solo con las manos. Mientras el español removía las brasas con la polla».
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Qué le vamos a hacer, no soy Muñoz Seca ni el asesor de Allende. Entonces mis verdugos, un rojo y un facha, giran el tornillo que me rompe el cuello. Aplausos. Fundido a negro y a otra cosa.
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