La Murcia soñada
¿Es Murcia una tierra soñada? Tras lo de Torre Pacheco nuestra imagen es tan desastrosa como equivocada. César es uno de esos que hacen que ame a esta Murcia
Virginia Woolf llegó a Murcia el 1 de abril de 1923 junto a Leonard Woolf, vía Madrid y la Alpujarra, y se quedó dos días. ... Ya había estado en España dos veces, en 1905 y 1912, pero era la primera vez que pasaba por nuestra tierra. Chus Tudellilla, comisaria de 'Nada es una sola cosa' en La Casa Amarilla de Zaragoza, me manda la carta de Virginia a Roger Fry del día 15 de abril que cierra con la frase «No hay país más encantador». El día siguiente escribió que «Todo ha sido estupendo. Me maravilla que debamos vivir en Inglaterra y encargar la cena todas las mañanas y editar el Nation [Nation & Athenaeum] y coger trenes cuando podríamos revolcarnos de felicidad a cada momento del día, sentarnos y beber café en un balcón sobre los limoneros y naranjos, con las montañas detrás y todo tipo de colores y matices que cambian constantemente y es lo que estoy haciendo ahora; luego un delicioso almuerzo de arroz, panceta, aceite de oliva, cebollas, higos y azúcar, todo mezclado, y luego ir a un sitio donde los cipreses y las palmeras crecen juntos».
Virginia Woolf soñó con vivir en Murcia.
¿Es Murcia una tierra soñada? Tras los sucesos de Torre Pacheco nuestra imagen es tan desastrosa como equivocada. Hay quien pueda pensar que somos como los que fueron a incitar al odio, que somos esas bestias armadas de palos, micrófonos o móviles, heraldos del mal y la cobardía. Pero no. Hay otra Murcia.
El domingo 20 de julio, con los rescoldos aún humeantes del odio racial a pocos kilómetros, una motora pasó por encima de un niño de 9 años y su tía en La Manga. Una hélice es una de las cosas más aterradoras y destructivas que existen. En un instante la vida cambia, o se acaba.
Entonces empezó todo.
Los murcianos sabemos qué es cruzar La Manga en verano, así que podemos imaginar cómo fue sacar al niño; sanitarios y policía contra un mar de coches y gente. En La Arrixaca se formaba un equipo que agrupaba a gran parte de los departamentos, de anestesistas a cirujanos partiendo de traumatólogos, el destrozo era máximo. Llega la ambulancia. Carreras, plasma, puertas golpeando al abrirse mientras enfermeros empujan una camilla para que se haga el control de daños, un término que viene de la marina. La escena es devastadora. Todo tenía que funcionar como un reloj para salvar la vida a un niño de 9 años que lo tenía casi todo perdido. Debería nombrar a todos los que formaron parte de esto pero, en nombre de ellos y del hospital, hablaré de mi amigo César Salcedo, jefe de traumatología pediátrica. Desde la mitad de la tarde hasta las 5 de la mañana César y el resto del equipo superaron situaciones que a veces, para un profano como yo, son ciencia ficción y otras literatura del XIX, como cuando aparece el término 'gangrena' como el horror que es.
Por la mañana el niño dormía en un coma inducido en la UCI. Con sus dos piernas, una de ellas en un interrogante que, de mayor, supondrá una parte de su biografía que tiene los nombres de todo este ejército de élite que la mantuvo en su sitio.
Lo militar aparece en este texto con frecuencia. Hay a quien le gusta ver un desfile, ahora que tenemos tan cerca ese prodigio que los franceses celebran por los Campos Elíseos cada 14 de julio. A mí me impresiona mucho más imaginar esas horas con esos equipos trabajando al límite de sus fuerzas contra un final crítico, la preparación de cada uno, la responsabilidad y la coordinación: la sanidad pública española.
Mi país y mi región son grandes por personas como César y su equipo, son grandes por la formidable sanidad pública española, capaz de algo como lo que acaba de ocurrir en La Arrixaca. En un tiempo en el que mi amada región ha mostrado su peor cara por culpa de los peores de entre nosotros, los racistas que pegaron a un niño inocente en Torre Pacheco por confundirlo con otro, los cobardes que ni siquiera han pedido perdón, hay otra Murcia formada por estas personas que, sin horario ni límite de esfuerzo, salvaron a un niño al que ni conocían. En un tiempo de nacionalismos imbéciles y criminales nadie preguntó de dónde era el niño, que es de Madrid, pero ahora me doy cuenta de que no sé de dónde era cada médico, enfermero o auxiliar de clínica que participó en este, repito, milagro. Algunos serían de Murcia, otros no ¿qué más da? Hay que ser muy pobre para mirar de dónde es uno antes de ayudarle.
Yo quiero pertenecer a un país en el que todos sean mejores que yo. César, que es de Alguazas, es uno de esos que hacen que ame a esta Murcia que a veces produce personas que inspiran, que hacen amar a los demás, pensar que hay futuros mejores y que deberíamos poner ante los niños para que entiendan que estudiar no es una obligación para conseguir un trabajo, sino un fin, que el conocimiento nos hará mejores, que la excelencia y el amor son las verdaderas motivaciones.
César lee esto y le pido perdón. No le va a gustar que lo ensalce así, es parte de su grandeza. Por eso también él es parte de la Murcia soñada.
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