Dos hombres apuntan con ametralladoras desde la cubierta de un yate a una pareja joven con sus dos hijos en una fueraborda. Suena el graznido ... de una gaviota y estamos frente a La Azohía durante el verano de 1983. Desde la popa una voz ronca del humo de miles de cajetillas de Ducados, dice: «Pero ¿no veis que son dos padres con sus hijos? Bajad las armas». A bordo del yate 'Giralda', don Juan de Borbón, entablaba una distendida conversación con la familia. El padre del Rey les contó que estaba allí para pasar ratos con sus amigos, los guardias civiles del puesto de La Azohía, con los que comía y jugaba al dominó. No sería la última vez que escapase aquí del ruido de Palma o Madrid, pero nuestra historia empieza en 1963.
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Hasta ese año casi todas las tierras de poniente cartagenero conformaban la Hacienda El Campillo, que iba desde el límite de La Azohía, comprendiendo los invernaderos, la mina Aqueronte y la rambla del Cañar hasta Peñas Blancas y el Mojón. Todo era propiedad de Francisco Mínguez Enríquez de Salamanca, teniente de Infantería en la Guerra de Cuba y su esposa, Carmen Delgado de la Guardia. Era un antiguo latifundio de secano que englobaba un pueblo entero, Isla Plana, en un tiempo de miseria, cuando aquí solo se podía trabajar en el campo, la pesca y la mina. La enorme finca constaba de un millón y medio de metros cuadrados y dos kilómetros de costa.
El Plan de Estabilización del ministro franquista Laureano López Rodó, que pretendía acabar con la autarquía y empezar el Desarrollismo, había comenzado en 1959. Cuatro años después, siendo alcalde de Cartagena Federico Trillo-Figueroa, llegó alguien de Madrid buscando una parcela para un desarrollo turístico.
La productividad agrícola era baja y la oferta buena, así que crearon una sociedad en la que figuraron grandes nombres de la época, como Joaquín Calvo Sotelo (escritor y periodista, hermano del asesinado y tío del presidente), Torcuato Luca de Tena, fundador de ABC, o el arquitecto Miguel Fisac. Ejecutarían dos fases, San Ginés y El Mojón. Urbanizaban y vendían las parcelas de manera que cada comprador construía a su gusto. Era complicado porque no había agua corriente, la compraban de un pozo al agricultor Durán. Jesús Mínguez, nieto del propietario del Campillo y memoria viva de la zona, tomó las riendas de la sociedad.
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Pero esto no solo era negocio. Fisac se quedó una parcela en El Mojón en la que diseñó y construyó la mítica Casa de los Cubos, una belleza de la arquitectura moderna. Pasó allí un verano, su vida se volvió intensa y difícil y no volvió, así que la vendió, cambiando de dueños hasta llegar a unos que la desfiguraron malamente. Hoy es la sombra de un gigante. Esto es bien sabido pero esto otro no. Un poco más abajo, la parcela de la Cueva del Agua se la quedó Luca de Tena. Su plan era construir encima, incorporando la cueva en el vestíbulo de una mansión. No se hizo por complicaciones administrativas, de manera que, enfadado, la vendió. Es difícil imaginar el impacto que hubiera tenido ese sueño, un tanto megalómano, junto al racionalista de Fisac.
Aquí aparece un personaje interesante y borroso, el Maestrillo. Había combatido en Cuba a las órdenes de Mínguez y era barbero, pero su interés es otro: era capaz de pasar buceando de la Cueva del Agua hasta el mar, y este es otro dato ignorado: existía salida. Cuando se construyó la actual carretera, ya en los 60, se usó dinamita que desprendió rocas que hoy impiden la salida al mar aunque no la renovación del agua. Son los desastres del progreso.
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Isla Plana era un lugar secreto e idílico de sal y sol. Mientras La Manga se promocionaba con Julio Iglesias y Manolo Escobar aquí no se hacía ruido y llegaba discretamente gente tan interesante como Peter Eubesax, director de la Agencia UPI y su delegada en España, Blanca Novo, con su marido, Joaquín Amado, subdirector de ABC. En aquella tranquilidad en la que apenas había nada nacía Casa Pepelino. El abuelo, José García Madrid, había sido carretero, como el hijo. Hoy su negocio es un verdadero Corte Inglés autóctono.
Allí, a los pies de la Casa de los Cubos, el parisino Pierre Paul Georges, empleado de Citroen que había luchado en la Segunda Guerra Mundial, compró una parcela junto a la valenciana Mayte, su esposa. Tenía una idea precisa y le encargó al arquitecto Demetrio Ortuño el bellísimo residencial Mayte. Puso en marcha, aún en los 60, un bar que se cerró en los 70. Entonces empezó un tiempo de fiestas con los inquilinos y propietarios franceses en las que se asaban corderos, corría el vino y todos acababan en la piscina. Eran fiestas tan locas que, en el imaginario local, realidad y ficción se mezclan en una mitología festiva de las noches del Mayte. Todo esto iría a más cuando, ya a finales de los 80, Georges levantó un criadero de ostras en la playa, justo enfrente. Media docena y una copa de vino costaban 650 pesetas, y todo era más sofisticado entre francesas con bikinis mínimos y familias numerosas escandalizadas. Hoy su hija Silvia sigue viviendo en Mayte.
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Isla Plana cosmopolita perdida en el tiempo, lugar secreto donde los sueños se cumplen en la isla deshabitada, porque aquí todos habitamos una isla vacía.
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