El día en que el arte murciano pudo morir
Fueron segundos, tal vez décimas, pero desde nuestro bote transcurrió un infinito de tiempo en el que el corazón se aceleró todo lo que era capaz
Tú no te acuerdas de mí pero un día íbamos a morir juntos ahogados. Quien me decía eso era un enigma fugaz en los pasillos ... de Estampa el viernes pasado. Se presentó como el artista canario Nicolás Laiz Placeres y abrió una puerta de mi memoria tan fuertemente cerrada que el episodio que reavivó ni siquiera aparece en 'La galería' el libro que cuenta la historia de T20.
Publicidad
Hace 24 años, un viernes, había una fiesta en la zona boscosa de Blanca. En unas cabañas habitábamos aquellos días un nutrido grupo de artistas, teóricos, profesores y Carolina y yo. Eran los Talleres de Paisaje de Blanca, una iniciativa promovida por Isabel Tejeda y coordinada por Rosa Miñano que resultó muy importante (y que no ha sido suficientemente reconocida) para la generación de artistas que en aquellos años arrancaba en la Región y para muchos artistas que vinieron para asistir a las lecciones de Alfonso Albacete, Antón Lamazares, Joan Fontcuberta, Francesc Torres o Joan Hernández Pijuan, por citar solo a algunos. Entre los teóricos, Fernando Golvano, Javier Maderuelo, Pedro Medina (que también fue coordinador) o Paco Jarauta. Él precisamente dio la conferencia aquellos días, aunque tal vez no sepa lo que ocurrió después. Los dos artistas que impartieron aquel taller de 2001 fueron Manolo Quejido y Mitsuo Miura.
Había llovido, la noche era fresca y Alfonso Escudero sacó un cajón flamenco al círculo en el que había una guitarra. Cantábamos, bebíamos y hablábamos de arte sin parar. Fue una noche preciosa que acabó al alba, lo cual era terrible porque por la mañana teníamos una excursión en rafting por el río Segura.
Demasiado temprano unas furgonetas nos recogieron en estado cadavérico para llevarnos a Abarán, donde embarcaríamos. Carolina no se vino y Fructuoso también causó baja. Los tutores también desertaron por privilegios de clase y el resto, tal vez 30, agarramos cascos, salvavidas, remo y nos adentramos en el verdor de una ribera sin orillas, cubierta por una vegetación que nos hacía pensar en otras latitudes. De repente, un salto de agua. Íbamos en dos neumáticas y ambos monitores nos prepararon. Eran dos metros pero fue una aventura que rompió la placidez de una ruta en la que apenas teníamos que remar. Otro meandro y, al girar, un árbol cortando el cauce. Las lluvias lo habían debilitado y había caído la noche antes. Nuestro monitor, el de la primera lancha, nos tranquilizó. Teníamos que frenar al llegar, topar suave con el árbol, cruzar andando sobre él y a la vez pasar por encima la neumática. Lo hicimos a la perfección pero la segunda lancha, en la que iban Sonia Navarro y Fod, no frenaba. Iba demasiado rápido. Se acercaba el árbol y no frenaban, y entonces ocurrió algo espantoso.
Publicidad
La fuerza del río crecido absorbió la neumática por debajo del tronco caído, reventándola, con todos sus tripulantes. Hablamos de un árbol grande, tal vez una enorme jacaranda, con miles de ramas que, bajo el agua, atrapó a una quincena de personas. Fueron segundos, tal vez décimas, pero desde nuestro bote transcurrió un infinito de tiempo en el que el corazón se aceleró todo lo que era capaz. De repente, un casco, y otro, y salvavidas y remos. Lo más pequeño iba escapando de las ramas sumergidas que tenían atrapados los cuerpos. Todos pensamos que estaban muertos, íbamos a saltar cuando apareció la primera chica, luego un chico, y más cabezas y más gente aturdida, llena de arañazos que, desorientada, quedaba a merced de los torbellinos. No había posibilidad de salir del agua, vegetación y cañas cubrían todo, no había donde agarrarse. Cuando Fod y Sonia se acercaron a nosotros salté al agua y le dejé el sitio a ella. Nosotros nos quedamos agarrados a la neumática pero éramos demasiados, y muchos en pánico, así que Fod y yo decidimos dejarnos llevar por la corriente para que la lancha pudiese seguir. Crecía la distancia, todos flotábamos y bajó el miedo.
El viernes, en Estampa, todo esto vino de golpe a mi memoria. No podía entender cómo había olvidado todo y descubrí que yo mismo bloqueaba el recuerdo. El 22 de septiembre de 2017, porque todo parece haber ocurrido en estas fechas, la artista Concha Martínez Barreto, irrumpió en nuestro stand, también de Estampa, y me dijo «tú un día me salvaste la vida». Ella estaba también allí. Flotaba cauce abajo y estaba, como es normal, en shock tras lo ocurrido. Sus zapatillas pesaban demasiado. Recuerdo haberla tranquilizado y ayudado con las zapas, tal vez se las quité. Recuerdos borrosos.
Publicidad
Mientras tanto, el alcalde de Blanca, en el muelle de su pueblo, unos kilómetros abajo, veía pasar cascos, remos y salvavidas flotando como cuando la hija de Tom Cruise ve pasar los cadáveres flotando en el río en 'La guerra de los mundos'.
El final de esta historia es que todos sobrevivimos, unos más magullados que otros. Nos dieron la poca ropa seca que había a mano en el embarcadero, Tejeda me dejó una camiseta elástica con la que parecía un travesti y así pasamos la comida en un mesón cercano. Al principio en silencio. Con el paso de los minutos empezamos a recordarnos momentos, a beber cerveza y a celebrar que todos habíamos vuelto. Lo que ocurrió luego en ese restaurante también es historia, pero lo dejaré para otro artículo. Merece la pena.
Prueba LA VERDAD+: Un mes gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión