Mónica Oltra y la hipocresía
REBELDÍA MURCIANA ·
En la política española no importa qué delitos se cometan, sino quién es el autor de los mismosEl feminismo jamás ha sido una preocupación para la izquierda. Nunca ha sido su principio firme, ese inmutable que se convierte en una línea roja ... casi tangible que cuando se cruza se transforma en un punto de no retorno. Que lo fuera implicaría que cada vez que una mujer sufre por su condición no importaría absolutamente nada ni quién le ha hecho daño ni por qué, porque la izquierda asumiría cualquier consecuencia que se pudiera derivar del ejercicio de su defensa que, al fin y al cabo, constituiría su credo casi religioso y, por tanto, inmutable.
Seguro que han escuchado alguna vez eso de «hermana, yo sí te creo». Te creo aunque hayas secuestrado a tu hijo durante meses, como las líderes de Infancia Libre; te creo aunque no haya la más mínima prueba de lo que afirmas, te creo aunque pienses que te han discriminado por ser mujer solo porque han contratado a un hombre que curiosamente estaba más y mejor cualificado que tú. Te creo, siempre, excepto si concurren dos elementos insalvables: o bien que a pesar de ser mujer eres de derechas, o bien a pesar de ser mujer tu verdugo es de izquierdas.
Esto es lo que le está pasando a una pobre chica de Valencia cuya vida ya había sido lo suficientemente difícil como para haber sido tutelada por el Gobierno siendo menor, seguramente por culpa de una infancia imposible. Una niñez que se transformó en una adolescencia trágica cuando el funcionario que debía protegerle, que resultaba ser el marido de la vicepresidenta Mónica Oltra, decidió abusar sexualmente de ella convirtiéndole, sin que aún pudiera saberlo, en la única víctima de abusos sexuales de España a la que la izquierda repudia como si fuera más culpable que su abusador. Porque el crimen que cometió esta pobre niña fue mucho peor que el delito más severo del Código Penal: con su conversión en víctima convirtió a la izquierda en la ideología hipócrita y consentida que siempre ha sido pero con una luz y taquígrafos que la omertá a su alrededor ocultaba sin ambages.
Tras largos años de lucha judicial silenciada por los medios de comunicación, que apenas dedicaban titulares a un caso tan gravísimo que desde luego debía haber sido comparable en repugnancia y exposición pública al de 'La Manada' de Pamplona, hace unos días nos encontramos con que la Justicia por fin ha decidido ser justa y ha entendido que, a pesar de que Mónica Oltra sea de izquierdas, en contra de todo pronóstico también le afecta el respeto a la ley. Por si ustedes no conocen al personaje, esta señora es una de las que estigmatizó a Rita Barberá hasta el día de su muerte acusándola de ser una corrupta irredenta a pesar de no haber sido jamás imputada, al contrario que ella. El azote de corrupción contra la derecha, la activista de las camisetas, la Ada Colau de Hacendado, la amiguita de Yolanda Díaz. Ya se hacen cargo del perfil, imagino.
En cualquier caso, Mónica Oltra da igual. Porque probablemente la condenen y no pasará absolutamente nada porque ni habrá dimitido de su puesto ni, espero equivocarme, los ciudadanos la habrán echado por las urnas a pesar de que su partido perezca. Lo importante de este caso es la enseñanza de fondo que transmite: en la política española no importa qué delitos se cometan, sino quién es el autor de los mismos. Si un cargo público del PP o Vox cruza la acera en rojo merece cadena perpetua, si una vicepresidenta de gobierno autonómico de izquierdas está imputada por ocultar abusos sexuales a una menor casi hay que pedirle perdón por mencionarle su condición de presunta sinvergüenza.
El caso es lo suficientemente repugnante como para banalizarlo, pero al menos aprendamos la lección de lo que nos espera: nunca más toleremos la más mínima acusación del mal llamado progresismo sobre si somos feministas, solidarios, buenas personas o simplemente decentes. Los que enarbolan el todos y todas como pirámide del igualitarismo llevan años compinchados con un condenado en firme por abuso sexual y ahora callan sin contemplación cuando su compañera de filas se sienta en el banquillo por priorizar a su marido frente a la víctima de una violación.
La hipocresía era esto. La izquierda, desgraciadamente, también.
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