Mola
NADA ES LO QUE PARECE ·
Cuando supe que bajo el nombre de la autora había gato encerrado, aposté, desde el principio, por un escritorHasta ahora, desde que se instituyó el conocido galardón en 1952, en plena posguerra, en una época en la que la férrea censura –compuesta por ... más curas que políticos– dictaba el lenguaje y también los argumentos de cualquier libro que se publicaba en suelo hispano (a Juan Marsé, por ejemplo, le hacían cambiar la palabra 'sobaco' por el vocablo 'axila', en cualquiera de sus novelas, hasta bien entrados los setenta)... hasta ahora, decía, no se había visto nada igual, ni siquiera parecido –¡un libro escrito a seis manos!–, en el Premio Planeta que viene convocando el grupo editorial del mismo nombre y cuyo resultado final se hace público un quince de octubre por ser justo la fecha de la onomástica de doña Teresa, la esposa del inventor del asunto, el viejo Lara, que, al principio, apenas sabía leer, aunque fuera vendiendo biblias de puerta en puerta, pero que tenía un olfato de podenco para los negocios.
Todo un personaje, al que, sin embargo, no le faltaba un buen corazón, al que tuve la suerte de conocer y conversar con él en varias ocasiones, con ese característico ceceo y ese singular seseo, propios de los nacidos en El Pedroso, provincia de Sevilla, que nunca logró perder del todo pese a sus muchos años como habitante de Barcelona. Hasta en la misma Wikipedia, que falla más que una escopeta de feria con sus muchos y constantes errores, se deja constancia de un hecho que fue contado, sin pudor alguno, por el propio don José Manuel: en los años cincuenta, cuando se inició en esto del negocio editorial, con toda la escasez existente, llegó a requisar el papel de algunos almacenes a punta de pistola.
Conozco bien las novelas publicadas por la supuesta Carmen Mola, sobre todo, 'La novia gitana', que, si no recuerdo mal, recomendé a mucha gente y, entre todos ellos, a un lector voraz y exquisito como Alberto Castillo, el presidente de la Asamblea Regional de Murcia. Y cuando supe que bajo el nombre de la autora había gato encerrado, porque alguien me lo chivó desde la propia editorial Alfaguara, aposté, desde el principio, por un escritor, por un varón, sin atreverme a adivinar, ni lejanamente, su nombre.
Lo que sorprende es, sobre todo, el modo en el que se puede repartir un acto tan íntimo, tan singular, tan exclusivo como es la sacrosanta y misteriosa creación literaria, que tiene por principal función, según dejaron escrito novelistas de la categoría de Ernesto Sabato y Mario Vargas Llosa, expulsar los demonios que uno lleva dentro. Y cada uno tiene los suyos. Pero no nos debe de extrañar demasiado si tenemos en cuenta que se trata de tres expertos guionistas que, probablemente, ya están acostumbrados a trabajar en equipo, en amor y compaña, a distribuir la tarea, cada uno con lo suyo. Y eso Mola.
Pero lo importante ahora es ver cómo se van a repartir un premio que este año ha llegado a la bonita cifra del millón de euros, que se quedará en algo más de la mitad tras el pellizco correspondiente de Hacienda, que también gana –y todos los años– su Planeta particular con los dichosos impuestos.
Y ya puestos, un servidor no puede dejar de recordar aquella pequeña historia que tuvo lugar durante la Segunda Guerra Mundial. Entre los escombros, tras un bombardeo, dos soldados –el uno ruso, el otro un polaco que se había enrolado en el ejército soviético– se encontraron un cofre con un tesoro en su interior. «¿Qué hacemos? –Preguntó el primero de ellos– ¿Nos lo repartimos como buenos hermanos?». El polaco, viéndolas venir, más astuto y castigado por la vida que su compañero, fue radical y concluyente en su respuesta: «Yo prefiero mitad y mitad».
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