La mesa
PERMÍTAME QUE INSISTA ·
Vivir en Cataluña se ha hecho irrespirable para muchos de nuestros compatriotas que ya no se atreven ni a manifestar en público su legítimo posicionamientoTiene más de 3.000 años de historia y es compendio de infinitas utilidades. Nació con un objetivo primario y rimbombantemente metafórico pero literal: levantar ... al ser humano del suelo. Hasta que apareció la mesa en nuestras vidas, se comía tumbados o en cuclillas. Le debemos casi tanto o más que a la fregona, el invento español que permitió que la mujer dejara de arrodillarse y al que Irene Montero todavía no ha hecho justicia.
La mesa es inseparable de nosotros, cada día, cada hora, en cada momento. Es casi una parte más de nuestro organismo y sin duda de nuestra historia, la personal y la universal.
No es fácil imaginar la Última Cena con todos los comensales en pie. O al rey Arturo y sus caballeros tumbados en el suelo.
Ni cualquier encuentro es lícito, aunque pudiera ser legal, ni cualquier actitud, tolerable
Los eruditos en mesas, que alguno debe haber, tienen ahora la posibilidad de sumar otra más a su catálogo y podrán definirla como la madre de todas las mesas 2021. Aquella en la que, en incomprensible igualdad de condiciones, el Gobierno de España, el de todos, pretende negociar no se sabe bien qué con una comunidad autónoma. En principio eso estaría muy bien, si se hiciera con las restantes dieciséis. Aquí en nuestra Región, sin ir más lejos, hay fantásticas mesas en las que recibiríamos con agrado la visita de Sánchez para hablar de trenes o del Mar Menor, por ejemplo. No nos faltan temas y nos sobra necesidad.
Durante una semana, la duda existencial respecto a la mesa ha radicado en quién iba a asistir hasta que Moncloa confirmó que lo haría el propio presidente del Gobierno de España. La cuestión en absoluto era baladí, dado que la presencia de Sánchez la convertía con inmediatez en una mesa de Estado con un indigesto menú, cuyo primer plato implicaba debatir asuntos que nos afectan a todos y cada uno de los españoles sin estar presentes. Más aún, ni siquiera estaban representadas las diferentes sensibilidades que conviven en Cataluña, sino exclusivamente el sector separatista que, por si faltaba algo en la minuta, aprovechó para incluir el escarnio a la bandera de España. Como dijo un tuitero, un trozo de tela no es importante, y llevaba razón el espontáneo, pero lo que representa sí lo es. O si no, ¿por qué no se levantó el expresidente Zapatero al paso de la bandera de EE UU en el año 2004? Precisamente para mostrar su antipatía ante los americanos, no porque fuera daltónico.
Sospechan algunos que la mesa con los separatistas solo ha sido una estrategia del Gobierno central para continuar los acuerdos que permiten a Sánchez seguir en el poder, brindando oxígeno y tiempo al Gobierno de Aragonés y al suyo propio. Un 'quid pro quo' inmoral que abandona a su suerte a los miles de catalanes que se sienten españoles y que desearían mucho más de sus gobiernos. Vivir en Cataluña se ha hecho irrespirable para muchos de nuestros compatriotas que ya no se atreven ni a manifestar en público su legítimo posicionamiento. Transitamos la época de las ideologías corporizadas. El socialismo es el sanchismo y la amplísima autonomía catalana, una mezcla de despropósitos históricos con decenas de nombres y apellidos: Zapatero, Maragall, Pujol, Puigdemont, Montilla... y no solo ellos y no por ese orden.
Probablemente las mejores negociaciones de la Historia se han desarrollado en torno a una mesa. Pero no todas valen. Somos profundos defensores del debate y la tolerancia. Un país de buena gente. Pero ni cualquier encuentro es lícito, aunque pudiera ser legal, ni cualquier actitud, tolerable. El buenismo es de agradecer pero resulta poco eficaz y, en ocasiones, nada justo.
La misma semana de 'la mesa', la presión social evitó, al menos parcialmente, que se homenajeara al sanguinario etarra Parot. Nuestra sociedad debe estar interiorizando que reconciliación y olvido no son sinónimos. Ahora bien, un gobierno que critica esos akelarres pero que no quiere impedirlos directamente para no enfrentarse con determinados aliados es, cuando menos, cuestionable moralmente. Solo nos falta que Moncloa fiche al actor Luis Tosar, que «de haber vivido en el País Vasco seguramente habría pertenecido a ETA» (sic). Desde luego, somos buena gente, sí.
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