¿Merece la pena vivir aquí?
Hoy, mejor que mañana, los murcianos deberíamos buscar algo que no siempre hemos tenido a mano: el espíritu crítico
No sé cuando empezó el problema, no sé dónde está el origen de esto que nos pasa, pero hay una certeza: algo nos pasa. Habría ... que determinar para arrancar este artículo qué es Murcia y quienes somos los murcianos. Partamos del consenso democrático en los actuales límites y veamos cómo hemos llegado hasta hoy.
Este año ha sido el de Murcia, sin duda. La moción de censura, tal vez la mayor chapuza política de la democracia, nos puso en las portadas. No era la mejor manera, pero ahí estábamos. Luego llegó el Mar Menor para mantenernos en la primera plaza de la ignominia y la vergüenza. Entonces, tal vez a usted también, me entró una melancolía de las malas, no de esas que te hacen sentarte a escribir y parir 'En busca del tiempo perdido'. La melancolía que me entró es esa que te hace cagarte en los muertos de mucha gente.
Un síntoma de la gravedad en que se encuentra el prestigio de mi tierra es que han desaparecido los chistes. Si recuerda el lector, hace un par de años habíamos sustituido a Lepe y todo el mundo tenía una imbecilidad ingeniosa sobre nosotros: que si hablábamos mal, que si éramos unos burros, que si éramos corruptos, que si éramos fachas... de todo nos decía Wyoming en La Sexta y el Mundo Today en internet con el amplificador de Twitter sembrando de estiércol nuestro buen nombre. Pues ya no hacen chistes de nosotros, como pasa cuando el tipo del que se hacía el chiste está a punto de morirse, que se llena todo de respetuoso silencio. Prefería el estruendo de las risas a esta mortuoria calma que se ha adueñado del ánimo de una región desorientada.
No sé cuándo fuimos adquiriendo esta nube negra que cubre nuestras cabezas. No somos malas personas. Los de aquí somos gente generosa y buena en general, criaturas amistosas que trabajan mucho y tienden a ser ambiciosas en lo que a su bienestar y familia se refiere. Esta es una región industriosa, pese a haber sido maltratada durante dos siglos seguidos, que ha levantado grandes empresas y ha buscado sus habichuelas en la exportación, que es algo para lo que no todo el mundo vale. Además somos gente orgullosa de su tierra y sus tradiciones, pese a haber tolerado que se borre nuestra identidad y gran parte de lo que nos caracterizaba.
En los 50 un alcalde que venía de Valladolid, un tal De la Villa, decidió destruir la ciudad de Murcia, una de las más bellas del país, para construir una avenida que rajase el casco antiguo por la mitad y acabase con la «finamente polvorienta» Murcia que Gaya tuvo siempre en su recuerdo. Se habla de los Baños Árabes, el gran tesoro, pero se derribaron conventos, palacios y casas para que alguien hiciese su agosto construyendo una gran vía que hoy es una calle más pero que separa a Murcia de su espíritu para siempre. Hoy no transitamos Murcia, habitamos su fantasma. Y todo aquello se hizo. Se puede aducir que en el franquismo no había espacio para la opinión ni la protesta y que otras ciudades sí cuidaron su esencia, pero a mí me duele la mía, que se perdió en parte con la verdadera Murcia.
Tal vez sea el terreno lo que nos condiciona. Quizá los huertanos miremos demasiado al cielo en nuestros cuatro metros de terreno. Tal vez mirando al cielo de la conveniencia, del falso futuro que traía la modernidad apresurada del aperturismo franquista dejamos de mirar a nuestro suelo y lo perdimos. Quizá por eso exterminamos nuestro mayor tesoro, la huerta, los huertos que fuimos aniquilando sin pensar en que el árbol que talábamos ya no volvería, porque los ladrillos son los enemigos de lo que del suelo brota. Tal vez a los de la ribera los despistasen los reflejos del azul de nuestro mar cuando fueron dejando que pasasen los camiones que llevaban el ladrillo. Tal vez los fuese cegando la riqueza de un campo del que salían cuatro almendras cuando los frutales empezaron a hacer imposibles las carreteras que serpentean por Torre Pacheco. Quizá pensaron nuestros padres, nuestros abuelos, quizá pensamos nosotros mismos que el desarrollo justificaba todo y que todo sería reversible. La realidad nos cuenta que no todo es reversible. Ante todo esto se podría pensar que esto no merece la pena, que todo está perdido, pero no es así.
No es así.
Todo esto nos debería despertar. Hoy, mejor que mañana, los murcianos deberíamos buscar algo que no siempre hemos tenido a mano: el espíritu crítico, y de la misma manera que defendimos el yacimiento de San Esteban cuando el consejero Pedro Alberto Cruz quiso desmontarlo para construir un parking, así deberíamos reivindicar algo más grande que el Mar Menor, más grande que la destruida huerta de Murcia, más incluso que la legendaria ciudad desaparecida bajo la piqueta: deberíamos reivindicar Murcia en su completa complejidad y belleza. Deberíamos despertar y descubrir el enorme privilegio de ser parte de esto, de esta gente y esta tierra con todos sus defectos y contradicciones, pero debemos hacerlo nosotros porque somos los custodios del legado que este reino representa y esta identidad ha aportado a la historia de Europa, desde Aníbal y sus elefantes a Isaac Peral pasando por San Isidoro, Ibn Arabí o Salzillo. Y usted, y yo, y nuestros hijos.
Murcianos, despertemos. Mañana será tarde.
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