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Médicos

La pandemia debería suscitar un debate público sobre la formación y selección de estos profesionales en España

Martes, 15 de diciembre 2020, 01:59

Las difíciles condiciones de trabajo de los profesionales sanitarios en tiempos de pandemia han potenciado un viejo discurso que creemos errado. Se puede resumir como un conjunto de letanías del siguiente tenor: los médicos están mal pagados y estresados; se tienen que ir fuera de España; sus estudios son los más difíciles; se les exige mucho; o, finalmente, no tienen el reconocimiento social que merecen. Es significativo que, pese a todo, ¿quién no habría querido ser médico? ¿Quién no quiere tener un hijo médico? Al menos un yerno o una nuera. O siquiera un amigo o amiga. Incluso, Dios nos perdone, un cuñado médico.

¿Sufren mucho los médicos? Según el informe de 2018 sobre estrés laboral del portal norteamericano CareerCast, el trabajo más estresante es el de los militares profesionales (con un salario promedio anual –referenciado a USA– de 21.738 €). Le siguen los bomberos (40.088 €), pilotos de aerolínea (87.869 €), policías (51.409 €), coordinadores de eventos (39.506 €), reporteros (31.553 €), locutores (47.287 €), ejecutivos de relaciones públicas (89.517 €), empleados séniores de una empresa (151.160 €) y taxistas (24.673 €). Solo en el discreto puesto once aparecen los cirujanos (ojo: no los médicos en general), con un salario promedio de 212.906 €. Y seguidos muy de cerca por los abogados (68.043 €) y camareros (24.619 €). El modesto undécimo nivel de estrés de los cirujanos está generosamente pagado.

Aunque con significativas diferencias, los médicos gozan en todo el mundo de un gran prestigio social y tienen gran capacidad de presión gremial. Su imagen pública también se ve reforzada por una exigente selección en las facultades de Medicina y por el férreo control corporativo del ejercicio de la profesión. Acceder a tales facultades es un proceso extremadamente competitivo en el que miles de brillantes estudiantes fracasan en su objetivo por un escaso margen en las pruebas de acceso.

La paradoja es que faltan médicos. Este es un problema endémico, pero la pandemia lo ha puesto dramáticamente en evidencia. Además, es un problema que se está agravando, pues se calcula que en diez años se habrá jubilado un 40% de los existentes.

Si faltan médicos, ¿cómo es posible que, según afirma la Organización Médica Colegial, miles de titulados en Medicina, cuya formación hemos pagado entre todos, deban emigrar para encontrar trabajo en el extranjero? La respuesta habitual es que están mal pagados y por eso se van. No es cierto. Los sueldos de los médicos españoles son homologables a los de sus colegas en países similares. Otra respuesta popular es aducir que los recortes han deteriorado la sanidad pública, un mantra que se da por argumento sin más análisis. La auténtica razón es que hay pocos médicos porque una cosa es un graduado en Medicina y otra un médico. Y en España para serlo se necesita la formación adicional que proporciona el sistema MIR, que está limitado a las plazas que oferta la sanidad pública. Así que, en plena crisis sanitaria, a pesar de tener a miles de brillantes graduados deseosos de trabajar, no podemos contratarlos porque no son médicos.

La pandemia debería suscitar un debate público sobre la formación y selección de los médicos en España. Mal puede protegerse al enfermo si no hay médicos para atenderlo. Repetimos que no es un problema nuevo; ya faltaban antes. La prueba es la cantidad de médicos extranjeros que trabajan en nuestro sistema sanitario. Nada tenemos contra ellos. No dudamos de su profesionalidad y buen hacer. Paradójicamente, exportamos médicos españoles e importamos extranjeros. Ello demuestra que no somos capaces de satisfacer la demanda con médicos nacionales. Y es evidente que deberíamos ser capaces de satisfacerla. Ahí están las miles de vocaciones frustradas y los que no pueden culminar su formación. ¿Entonces...?

Con la excepción de la odontología, que ha sabido flexibilizar y profesionalizar su especialidad, los médicos reciben una formación anticuada, lenta y extraordinariamente larga –es el único grado universitario que no se ha adaptado al nuevo sistema—. Por supuesto que queremos médicos excelentes y bien formados. También queremos los mejores arquitectos e ingenieros; es importante que no se caigan los puentes o los edificios. Sin embargo, estos pueden ponerse a trabajar en cuanto obtienen su titulación universitaria. Los médicos, por el contrario, deben adquirir su especialización tras seis años de instrucción generalista, prolongando su formación en torno a los diez años.

Toca entonces repensar con rigor un sistema que es falsamente selectivo –pues solo selecciona a la entrada a los estudios—, que proporciona una formación lenta, sobrecargada y poco flexible. Toca ser valientes e innovadores. En los próximos años faltarán médicos y no tenemos ninguna seguridad de que los que vengan de fuera vayan a estar mejor formados que los que se educan en nuestras universidades. Y es seguro que habrá decenas de miles de jóvenes que no habrán podido dedicarse a una profesión para la que podrían estar sobradamente preparados. Y si, finalmente, conseguimos que nos reciba el dermatólogo en una semana, algo habremos ganado.

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