Soliloquio de salud y género

El síndrome de Yentl

A las mujeres se les diagnostica y trata de forma inadecuada por la falta de datos

El síndrome de Yentl define la invisibilización médica de las mujeres, cómo a las mujeres se les diagnostica y se les trata de forma inadecuada ... por la falta de datos científicos del sexo femenino. Este epónimo proviene del personaje que interpretó Barbra Streisand (Yentl) que, para estudiar medicina, tuvo que hacerse pasar por un hombre, cuando a las mujeres se las excluía del ámbito médico y del ámbito científico. De hecho, siguiendo la tradición, durante décadas, las investigaciones limitaron incluir mujeres en los ensayos clínicos en base a que las hormonas femeninas fluctuaban mensualmente y alteraban la consistencia de los resultados. Y, utilizando el mismo razonamiento, en los estudios preclínicos solo se empleaban animales macho.

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Fue Bernadine Healy, cardióloga, primera directora mujer de los Institutos Nacionales de Salud (NIH) de Estados Unidos, quien en 1991 acuño el término de síndrome de Yentl. Primero por conclusiones debidas a observaciones empíricas, más tarde con evidencias científicas, la doctora Healy describió cómo, tras un ataque cardíaco, las mujeres tenían peores resultados de salud. A partir de entonces, en diferentes enfermedades, al inicio principalmente cardiovasculares, se comenzó a investigar cuáles eran las desconocidas 'peculiariades atípicas' de las mujeres como colectivo. Y descubrieron que los síntomas clásicos del infarto de miocardio habían estado sesgados, ya que solo se habían tenido en cuenta los síntomas de los varones porque, tradicionalmente, los únicos síntomas que se habían investigado habían sido los de hombres jóvenes y blancos, sin tener en cuenta que las mujeres podrían presentar síntomas diversos.

Desde hace 60 años, esencialmente en los países más industrializados, los movimientos feministas han reinvindicado la equidad en salud forzando cambios en las leyes con el fin de conocer los signos y los síntomas de las diferentes enfermedades en las mujeres y para que los tratamientos sean más seguros para el colectivo femenino. A partir de 1991, aumentó la conciencia de hablar de la importancia de realizar investigaciones clínicas también en mujeres, priorizando esos estudios en todos los campos de la salud e incluyendo el sexo biológico como primera variable de investigación en los estudios de salud. Así, los Institutos Nacionales de la Salud (NIH) de Estados Unidos fueron promotores de estas concepciones que, aunque parecían evidentes, habían sido obviadas durante siglos. Sin embargo, a pesar de las realidades constatadas y, a pesar de promulgar leyes de investigación que impedían financiar proyectos que no tuvieran en cuenta la equidad y la concurrencia de mujeres en las investigaciones, lo cierto fue que pasaron lustros y décadas sin que se incluyeran mujeres en la mayoría de los proyectos de investigación sanitaria.

Adicionalmente, en los últimos años ha quedado reflejado que no solo es importante tener en cuenta el sexo biológico, sino que en las historias clínicas se deben incluir los factores interseccionales sociales, económicos y culturales, ya que son determinantes en la forma de enfermar, en la forma de sanar y en la de responder a los tratamientos. En este sentido, la Organización Mundial de la Salud remarcó la importancia de estudiar «el impacto de las diferencias biológicas, socioeconómicas y culturales (determinadas por el género de cada individuo) en la salud y la enfermedad de cada persona». Este concepto surgió como necesidad de cerrar la histórica brecha de género en la investigación médica y científica. De hecho, existen múltiples patologías, más de 700, en las que no tener en cuenta la dimensión de género va en detrimento de la salud de las mujeres pudiendo explicar que, aunque las mujeres tengan mayor esperanza de vida, su calidad de vida es significativamente peor que la de los varones, sufriendo los efectos de la cronicidad secundaria a enfermedades asociadas a la edad y la dependencia.

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El artículo de Bernardine Healy abrió el interés para que se realizaran estudios de investigación con perspectiva de sexo biológico primero, y con dimensión de género después, y que la salud de las mujeres fuera equitativa a todos los niveles estudiando sus peculiaridades, en pie de igualdad con los varones. Y, si bien el sesgo sistémico de género ha sido una realidad permanente durante siglos, la medicina debe revolucionar sus prácticas y protocolos, erradicando un legado contrario a la mentalidad científica. La irrupción de la medicina preventiva, participativa, predictiva y personalizada brinda esperanzas, pero esta temática crucial, desde el inicio, debería incluirse explícitamente en la formación de todos los profesionales sanitarios. Y es que, aunque en este siglo han cambiado los conceptos, todavía es necesario incidir en ello para que la salud de las mujeres sea visible evitando ser desfavorecidas en aspectos sociosanitarios.

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