Mares y océanos: las otras pandemias
Para la comunidad científica es evidente que la epidemia de la Covid-19 es consecuencia de la crisis ambiental y climática que sufre nuestro planeta. La pérdida global de los paisajes naturales ante el crecimiento desorbitado de las zonas urbanas, las explotaciones agrícolas y ganaderas intensivas (y su uso indiscriminado de pesticidas y antibióticos) y las infraestructuras, así como la movilidad turística internacional, están facilitando el surgimiento, propagación, prevalencia y virulencia de zoonosis cuyos reservorios son animales silvestres (personalizados en estos momentos en los murciélagos) hasta ahora restringidos a entornos en los cuales el ser humano está ausente o vive en pequeñas poblaciones.
Sin embargo, existen otras pandemias cuya prevalencia está causada o agravada por las actividades humanas. En los océanos los organismos marinos también se ven asolados por enfermedades infecciosas emergentes que amenazan su supervivencia.
A escala planetaria, el ejemplo más catastrófico es el de los arrecifes de coral: durante los últimos 40 años se ha perdido entre un 40 y un 75% de su extensión según las regiones, y aunque las causas de esta pérdida son múltiples, son las infecciones causadas o inducidas por la actividad humana, y sobre todo el cambio climático, las que están diezmando sus poblaciones.
En otro ejemplo funesto, desde 2013, millones de estrellas de mar de más de 20 especies diferentes aparecen muertas cada año en las costas del Pacífico norteamericano entre México y Alaska, afectadas por virus y otros patógenos aún poco conocidos.
Los moluscos también son aniquilados por enfermedades infecciosas, tanto en especies de acuicultura como en especies silvestres, como es el caso del síndrome de marchitamiento en abulones de la costa californiana, de origen bacteriano.
La frecuencia y virulencia de brotes infecciosos en peces marinos se han visto incrementadas por la intensificación de los cultivos marinos, tanto en las propias granjas, con el ejemplo de las desastrosas pérdidas de salmón de acuicultura en Chile a partir de 2007 por un virus de la anemia traído en ejemplares traslocados desde Noruega, como en el medio natural, con el notable caso de la epidemia mortal de una nueva y aún poco conocida enfermedad ulcerosa en la piel de numerosas especies de peces de las islas Galápagos.
La lista de ejemplos de graves pandemias en organismos marinos sobrepasa el limitado espacio de este artículo, pudiéndose citar ejemplos en algas (síndrome de la banda blanca en algas coralinas), fanerógamas marinas (enfermedad degenerativa de moho del limo en Zostera), esponjas (micosis en esponjas de baño), crustáceos (enfermedad del caparazón en langostas), equinodermos (mortalidad masiva de erizos diadema por vibrios en islas macaronésicas), mamíferos (morbilivirus en cetáceos), y un largo etcétera.
De estas pandemias marinas no se libran nuestras costas. Gorgonias, esponjas, corales y briozoos sufren necrosis y mortandades causadas por infecciones cuando el calentamiento estival del agua es excesivo. El dramático caso de la nacra ('Pinna nobilis'), una especie de molusco bivalvo endémico del Mediterráneo, preocupa especialmente, pues está siendo afectada desde hace 2 años por una enfermedad letal que apareció precisamente en aguas de Almería y Murcia, debida a un protozoo ('Haplosporidium pinnae'), que amenaza muy seriamente con provocar la extinción total de esta emblemática especie. Por otro lado, surgió en 2017 un brote de nodavirus que afectó a los meros ('Epinephelus marginatus') de la reserva marina de Cabo de Palos-Islas Hormigas, brote que se ha repetido desde entonces y que, aunque inocuo para el ser humano, puede llegar a ser bastante grave para esta especie clave de los fondos mediterráneos.
A la amenaza que suponen para la biodiversidad marina los brotes epidémicos de enfermedades infecciosas se suman los demás factores humanos que la destruyen (sobrepesca, contaminación, destrucción de hábitats y especies invasoras). Pero es el cambio climático y sus derivadas (calentamiento y acidificación del agua, cambios en la salinidad debido a riadas o sequías, incremento de la frecuencia de los grandes temporales, etc.), los que están catalizando la amplitud de las pandemias marinas, al actuar tanto sobre los huéspedes (aumento de la susceptibilidad a las infecciones) como sobre los patógenos (incremento de su rango de distribución y virulencia). También es destacable el papel de las basuras marinas, al haberse descubierto que los fragmentos plásticos facilitan la dispersión de patógenos.
La gestión de las pandemias marinas requiere de vigilancia, la cual puede ser organizada a través de iniciativas de ciencia ciudadana, como es la red de 'Centinelas del Mar' impulsada por la Universidad de Murcia. Pero, sobre todo (y esto también sirve para luchar contra los agentes patógenos que amenazan al ser humano), tenemos que conservar los ecosistemas en un estado óptimo de salud, con el fin de oponer barreras naturales a la transmisión de las enfermedades y permitir una mayor frecuencia de genotipos resistentes. Para ello, se han de acometer urgentemente medidas que reduzcan los impactos humanos sobre los paisajes y mitiguen el cambio climático, y potenciar otras acciones de conservación (como la creación de más áreas marinas protegidas) que garanticen el futuro de la biodiversidad, y el nuestro por añadidura.