La obesidad y los medicamentos
En un breve espacio temporal un número creciente de las personas que transitan por calles o playas son –dígase en tono amable– gordas. Una percepción ... confirmada por las estadísticas, ya que, en las últimas décadas, más de la mitad de los adultos europeos tienen sobrepeso, y alrededor del 20% presenta obesidad. Nuestro país no escapa a esta tendencia puesto que más del 60% de adultos presenta exceso de peso, y uno de cada cinco niños obesidad. Este panorama de cuerpos rollizos se ha ido gestando a fuego lento entre bollería industrial, sillas cómodas y jornadas maratonianas frente a pantallas. Pero es simple reducirlo a la simple fórmula de «comemos más y nos movemos menos». La obesidad no es solo una cuestión de gula o de pereza, es un fenómeno cultural en el que confluyen factores genéticos, entorno social, hábitos alimentarios, nivel socioeconómico y, por supuesto, el marketing alimentario, tan seductor como engañoso.
La industria alimentaria ha perfeccionado el arte de vender tentaciones disfrazadas de salud. Basta con observar los anaqueles de los comercios plagados de consignas como 'bajo en grasa', 'sin azúcares añadidos', 'rico en fibra' y otros reclamos que prometen no solo una alimentación deliciosa, sino también saludable. A ello se suma la falta de tiempo –o de ganas– para cocinar con tranquilidad. La dietética, como pilar de una buena salud, ha quedado relegada. Perdido el sentido original, en el significado griego clásico, de lo que representaba la 'dieta' como abrazar un estilo de vida concreto, en armonía con el entorno, con el cosmos. La pérdida de esta debilitaría a la salud en su conjunto.
En este escenario social han aparecido nuevos protagonistas para revertir la obesidad, con modernos medicamentos desarrollados originalmente para tratar la diabetes tipo 2, noticia de impacto de la que los medios de comunicación se han hecho eco con profusión estos días. En resumen, son medicinas cuya función principal es regular los niveles de azúcar en sangre, al tiempo que disminuyen la sensación de apetito, lo que facilita una pérdida de peso significativa. En una sociedad obsesionada con adelgazar rápido, esto es oro puro. En poco tiempo estos fármacos han pasado de las consultas de endocrinología a las redes sociales, convertidos en el secreto (ya no tan secreto) de 'celebrities', 'influencers', ejecutivos estresados y vecinos del tercero. Las plataformas digitales están repletas de imágenes del antes y el después con testimonios de quienes celebran haber perdido varios kilos, gracias a una inyección semanal. Su uso se ha extendido tanto que incluso ha provocado escasez, junto a un preocupante tráfico ilegal, dificultando el acceso a quienes realmente lo necesitan, los diabéticos.
En este contexto se relega el significado esencial de practicar una dieta como modelo de comportamiento global para decantarse por soluciones farmacológicas, manejando el peso como una enfermedad a tratar con medicinas, no como síntoma de un problema. Cabe interrogase sobre esta promoción de atajos milagrosos sin abordar con decisión las verdaderas causas de la obesidad, sedentarismo, hábitos alimenticios erróneos y ritmo de vida fenético. No solo se trata de estética y cifras en una báscula, refleja un modo de vida.
En ciertos casos de obesidad severa, estos nuevos fármacos pueden ser útiles dentro de un abordaje médico integral. Pero no deberían ser vistos como la 'pastilla mágica', en este caso, la inyección, que soluciona lo que requiere un cambio estructural. Además, pueden producir efectos secundarios como náuseas, vómitos, diarrea o, en algunos casos, pérdida excesiva de masa muscular. Caso de abandonar su uso sin haber adoptado hábitos más saludables, es probable que el peso perdido se recupere con rapidez. Ante este panorama de gordura social urge poner el foco en la educación, especialmente en la infancia. Enseñar a comer es invertir en salud, como apunta en su naturaleza la etimología de la palabra sabor, derivada de 'sapere', saber. Comer bien es una forma de conocimiento. Esta epidemia europea de obesidad no es sólo un problema personal o de salud pública, es también un asunto económico. Las enfermedades asociadas al sobrepeso (diabetes tipo 2, hipertensión, enfermedades cardiovasculares...) suponen un enorme gasto sanitario para los sistemas públicos.
La obesidad es un problema que, a largo plazo, puede causar complicaciones de salud, pero no tiene una causa exclusiva, ni una sola solución. En una sociedad que busca simplificaciones frente a un problema complejo, está bien que la ciencia nos ofrezca herramientas, pero sin olvidar que la mejor medicina sigue siendo el equilibrio en lo que comemos, en cómo vivimos y en cómo nos cuidamos. Porque, al final, el verdadero cambio no viene en una jeringuilla, sino en los pequeños gestos del día a día.
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