Fulgencio Saura Mira ha vivido
El último romántico todavía sigue pintando
Fulgencio Saura Mira (Murcia, 1938) empezó a trabajar con Saura Pacheco (1905-1999), su padre, quien hizo vida de sastre aunque, sobre todo, se dedicó ... a la pintura y, especialmente, a la acuarela, siguiendo los pasos de Ceferí Olivé i Cabré. Saura Mira todavía se imagina, a veces, como aquel niño que cargaba con los bártulos de pintar por morerales y bancales primorosos donde su maestro empieza a inculcarle, de la manera más natural, un sentimiento de admiración por la huerta; si no como reino onírico, entonces todavía con originales rasgos de su hipnótica biodiversidad, hoy devastada, sí como territorio con todas las posibilidades estéticas.
Los caminos de la creación no están vedados ni son tan distantes. Renoir, uno de los artistas impresionistas más exquisitos, necesitaba sentir la emoción de la vida, la agitación a su alrededor.
En el fondo, la vida alrededor es lo que mejor ha representado en su hacendosa existencia Fulgencio Saura Mira, más sosegado con el tiempo y la experiencia, más cuidadoso con la armonía y la composición, más refinado en su inapelable querencia barroca. La vida de una región como la nuestra, injustamente limitada a lo festivo y gracioso, al hecho burlesco y baladí, que Saura Mira desmonta con infinidad de contraejemplos en investigaciones académicas, que no son pocas, y en su amplia («vertiginosa» dirá Ricardo Montes Bernárdez) producción artística y literaria. No es la Murcia tópica, sino un territorio con un pasado que no deberíamos desatender.
Este creador «subyugado por mi tierra» (así reza uno de sus libros), conocedor en profundidad de la idiosincrasia regional [fue secretario de los ayuntamientos de Totana y Alcantarilla, además de cronista oficial de Alcantarilla y Fortuna], minucioso narrador de vivencias pasadas (descritas siempre «con el corazón»), resulta ser un admirador de Proust. Sobre este detalle se preguntó una vez Antonio Crespo, estudioso de «nuestro pintor-literato», si pensándolo bien, «¿no es toda la obra de Saura Mira una búsqueda del tiempo perdido?».
Resulta emocionante que alguien pueda dedicar una vida entera a compartir el conocimiento atesorado en nueve décadas, en tantas ocasiones a través de la prensa escrita, ampliando el imaginario de los lectores y enriqueciendo las hemerotecas. Puede que sea, como contó en una ocasión a Juanma Piñero, «el último romántico».
Quizás por enamorarse de un árbol viejo o de una gaviota solitaria. Quizás por ser testigo de un ayer mucho más genuino. Y no es que Saura Mira sea morriñoso; es que ha vivido mucho. «Nuestra vida se compone de instantes fugaces que por azar, por los estremecimientos, por las emociones, surgen en nuevas tonalidades», escribió en 'Al encuentro de Proust' (KR Editorial, 1999). ¿Quién puede disentir?
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