La madurez de la Unión Europea
La UE ha vivido un maravilloso sueño adolescente. Las crisis de este verano son una urgente llamada a la mayoría de edad
La Unión Europea es la organización política que más en serio se ha tomado las políticas medioambientales. Es el resultado de regir una de las ... áreas más desarrolladas del mundo, en la que sus ciudadanos tienen gran sensibilidad verde y exigen políticas acordes. Pero no puede decirse que la UE haya sido arrastrada hacia ellas; las ha liderado y materializado en el Pacto Verde Europeo, que ha marcado una política de inversión sin precedentes.
Los fondos europeos se concibieron como una palanca para salir de la crisis económica generada por la Covid-19, pero, sobre todo, como un instrumento de transición energética. En este contexto han llegado la inflación y la invasión de Ucrania. Ambas son independientes, aunque la guerra haya alimentado la inflación. Fuera de Ucrania, el resultado más patente de la guerra es la crisis energética que, como el coronavirus, ha puesto de manifiesto una de las principales fallas del modelo europeo: la dependencia exterior en un mundo en el que cada vez pesamos menos. Dependencia militar, industrial y energética.
Aunque no lo parezca, la crisis energética y los terribles incendios de este verano son caras de estas políticas medioambientales. La UE no ha desarrollado un sistema energético propio porque no ha conseguido consensuar una política nuclear europea, impide la explotación de sus yacimientos de petróleo y gas, y no desarrolla lo suficientemente las energías verdes porque todo el mundo está a favor de ellas, pero si se ubican en un sitio donde no las ve. Los que más se oponen a la instalación de parques fotovoltaicos o eólicos son sus posibles vecinos y, después, los ecologistas. No hacer nada es, en resumen, la política. Y como hasta los ecologistas necesitan energía, hay que comprarla fuera; a países tan confiables como Rusia, Argelia o Venezuela.
Los incendios también son resultado de ese no hacer nada. Nuestros bosques y montes se han convertido en el corazón de las políticas medioambientales triunfantes; las que defienden la existencia de un estado primigenio y puro de los entornos naturales y rechazan cualquier intervención humana, más aún si implica rentabilidad económica. Cualquier acción que conlleve la alteración del desarrollo natural del monte o del campo es demonizada y vetada. Los diferentes tipos de pastoreo, la tala y subsiguiente explotación maderera, la caza y los trabajos que implica, la minería y, en general, las profesiones asociadas a la obtención de rendimiento económico de la naturaleza son dificultadas o directamente prohibidas. Se veta o reduce incluso la tala con fines de mantenimiento de cortafuegos, con los resultados previsibles y conocidos.
Es sintomática la aparición de un nuevo concepto para nombrar esta ideología: 'rewilding'. Suele traducirse como 'renaturalizar'. La lógica del mercado, que es muy plástica y adaptativa, ha visto en ello un nuevo nicho de oportunidad de negocio (y menos mal para los promotores, pues si el 'rewilding' tuviera que hacerse gratis nadie movería un dedo). Se suceden los proyectos de 'rewilding' desde todo los ámbitos: ingenierías, disciplinas biológicas, ONG. Incluso en el campo de los saberes humanísticos, los intelectuales más avispados piden subvenciones para iniciativas que atañen al 'rewilding': implicaciones éticas del 'rewilding', estética ambiental y 'rewilding', 'rewilding' en la era del Antropoceno.
Más allá del oportunismo, es evidente lo reaccionario de esta ideología, con máscara de modernidad. Sus principios son viejos: una concepción normativa e idealizada de la naturaleza y una antropología pesimista, que demoniza la acción humana, especialmente la intervención instrumental en dicha naturaleza. Es conocida la inteligencia que hay detrás de esta ideología: desde el naturalismo rousseauniano a la crítica de Heidegger a la técnica, pasando por nuestro Ortega. La ciencia puesta al servicio del capital explota y arruina la dulzura de la naturaleza. Y ello es extensible a la naturaleza animal; no otra cosa hay detrás de las críticas a las granjas y empresas análogas.
No hay duda de que el desarrollo debe pasar por la sostenibilidad y el cuidado del medio, pero tampoco que no hay sostenibilidad ni cuidado de la naturaleza sin desarrollo. Europa se encuentra en una encrucijada. La guerra de Ucrania ha subrayado lo que era evidente: que nuestro peso internacional militar, económico y político es cada día menor; que el cambio climático es un problema, pero que la aportación europea a su control es, en la práctica, irrelevante; que las políticas medioambientales, económicas y militares de la UE deben abordar desde ya estas múltiples dependencias y situar su acción en un mundo global e inestable.
La Unión Europea ha vivido un maravilloso sueño adolescente en el que todo parecía girar en torno a sus deseos. Las crisis de este verano son una urgente llamada a la mayoría de edad.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión