Lugares de memoria
El 16 de junio se celebró en la zona liberada por el soterramiento el Eunoia Fest. Ese asfalto hablaba, condensaba un significado tan intenso que costaba obviarlo
Los lugares que habitamos y transitamos están cargados de significado, aúnan experiencias, ideas y sentimientos. En ese sentido podemos decir que el espacio también tiene ... memoria. Sin duda, los lugares llevan asociada una memoria individual, la generada a partir de nuestras experiencias: recordamos con viveza en qué plaza o terraza conocimos a alguien especial, en qué portal vivía una compañera de colegio durante la infancia, en qué cine vimos aquella película que nos marcó, dónde estábamos cuando sucedió un acontecimiento histórico extraordinario.
En una charla reciente la arquitecta Izaskun Chinchilla comentaba la experiencia de un taller con niños que había realizado en Londres, junto a otras colegas, sobre edificios patrimoniales del barrio donde vivían, en el que les preguntaban si los identificaban y qué rasgos consideraban memorables de esos inmuebles. A las responsables del proyecto –«arquitectas ingenuas», decía ante el descubrimiento– les sorprendieron sobremanera los motivos que señalaron los niños y niñas para considerarlos remarcables. Aunque ellas esperaban cuestiones relacionadas con el estilo, los materiales empleados o algún otro elemento arquitectónico (es decir, lo que se ajustaba a su mirada experta) todos los participantes recordaban exclusivamente la experiencia que habían tenido con esos edificios: la iglesia donde habían cantado por primera vez en el coro, la estación de tren en la que habían recibido a sus familiares. Frente al acercamiento técnico y profesional, la sorpresa mayúscula al conocer que el objeto único de remembranza, que hacía valorar y apreciar esos espacios, fuera la experiencia íntima.
Pero, además de esta evocación personal, hay otra memoria colectiva, que se construye a través de experiencias compartidas en esos espacios y también se transmite –y en ocasiones se disputa– de diferentes formas. A esta contribuyen, por ejemplo, las placas que recuerdan en la fachada de algún edificio o en otra construcción que allí vivió alguien célebre o tuvo lugar un acontecimiento popular, pero también la memoria oral de las personas, que siguen identificando esos lugares, dotándolos de sentido y transmitiéndolo. De las primeras cosas que me contaron mis vecinos sobre la plaza carmelitana en la que vivo desde hace más de una década fue que acogió un refugio antiaéreo durante la Guerra Civil; ni un rastro físico se conserva de aquella construcción y probablemente queden ya muy pocas personas en el barrio que conserven un recuerdo directo, lo que no quita que a mí me haya llegado vívido y cercano tantos años después. El historiador francés Pierre Nora acuñó el concepto de lugar de memoria para designar los lugares donde se cristaliza y expresa la memoria colectiva y, aunque este concepto no encierra para el autor solo una dimensión material sino también simbólica, es inevitable pensar en la forma en que arraiga y se concentra el recuerdo colectivo en espacios y territorios.
Muchos espacios urbanos tienen, además, un significado sociopolítico importante. Por ejemplo, rara vez se deja al azar la elección del lugar para un acto de protesta o el recorrido de una manifestación, pues dónde se convoca o por dónde transita ofrece ya una primera información valiosa: en primer lugar, claro, los lugares centrales de la ciudad, donde se consigue visibilidad y se provoca impacto; cortar la Gran Vía genera un efecto inmediato, interrumpir el tráfico de una calle de las afueras obviamente no. Pero también aquellos asociados al poder: la sede de un gobierno, una administración pública u otra institución. El lugar elegido marca habitualmente quién es el destinatario de la reivindicación o el contenido de la demanda; no hace falta explicarlo siguiera. Por eso, precisamente, esos espacios o recorridos han sido con frecuencia objeto de disputa, en el seno de movimientos y organizaciones, porque tomar la decisión sobre dónde acabar una manifestación o realizar una cacerolada señala claramente al responsable del agravio.
El pasado 16 de junio se celebró en la zona recientemente liberada por el soterramiento de las vías del tren, junto a Santiago el Mayor, el Eunoia Fest, un festival de cultura urbana y moda sostenible promovido por el Ayuntamiento de Murcia, durante el cual se entregó un galardón a la Plataforma Pro Soterramiento, en reconocimiento a todos los vecinos y vecinas que lucharon por el soterramiento de la vía férrea. He de reconocer que ver aquel día bailar, rapear, desfilar o pintar exactamente en el mismo lugar donde no hace tanto pasaba el tren en superficie y se levantaban las barreras de protección, pero también donde la ciudadanía se concentró durante un año ininterrumpido en acampadas, cortes de vía, conciertos, caceroladas y un sinfín de actos de protesta, me provocó una mezcla de asombro y emoción. Ese asfalto hablaba, condensaba un significado tan intenso que costaba obviarlo, abstraerse, para centrarse solo en el desarrollo del festival. Que, en el futuro, este lugar de memoria mantenga su capacidad para perdurar dependerá de la transmisión de la que hablaba, pero también de la nueva actividad que allí se desarrolle, que haga posible revisitar y transmitir el recuerdo de una movilización colectiva que cambió para siempre la historia de la ciudad.
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