La hora de la verdad

Jueves, 19 de junio 2025, 01:16

El caso es ya insostenible. Hoy, la crisis institucional que desde hace años corroe la política española ha dado un salto cualitativo. El juez del ... Tribunal Supremo ha señalado que existen indicios consistentes de que Santos Cerdán, secretario de Organización del PSOE y mano derecha del presidente del Gobierno, está implicado en delitos de corrupción, cohecho y pertenencia a organización criminal. La UCO ha hecho público su informe. Los hechos son de una gravedad extrema. Pedro Sánchez, que hace apenas unas semanas se envolvía en una épica emocional para salvar su imagen, ha solicitado su dimisión, y ha comparecido ante la prensa para pedir disculpas. Pero no ha asumido responsabilidad política alguna por la podredumbre que, con Cerdán, alcanza ya a los dos últimos secretarios de Organización de su partido: el ya olvidado Ábalos y su sucesor ahora caído.

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Con este episodio se confirma que no se trata de errores aislados ni de manzanas podridas, sino de un sistema que ha sido deliberadamente deteriorado desde la cúpula. El «sanchismo», más que una etapa de gobierno ha sido una maquinaria de supervivencia personal, donde las instituciones han sido instrumentalizadas, la moral pública rebajada por los suelos y la política transformada en un tablero de oportunismo sin límites.

Desde hace tiempo se vienen acumulando señales inequívocas de que la democracia española atraviesa una fase de profunda erosión. No solo se trata de los pactos con quienes niegan la legitimidad del propio Estado, ni del uso del BOE como instrumento de imposición ideológica, ni de la colonización partidista de los órganos de control. También, y sobre todo, se trata de la aceptación progresiva de la corrupción como parte del paisaje. Ya no escandaliza. Ya no derriba gobiernos. Es parte del guion.

Pedro Sánchez ha conseguido convertir un partido que fue clave en la Transición y en el asentamiento de la democracia en una estructura clientelar, subordinada a su voluntad. Los referentes históricos del PSOE han sido sustituidos por piezas dóciles, funcionarios del poder que aplauden sin pensar. La ética, que fue la bandera con la que accedió a la Moncloa, ha sido relegada a eslóganes vacíos. La regeneración prometida ha dado paso a la gestión del fango. Y hoy, ese fango llega al corazón mismo del partido.

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El problema no es solo que Santos Cerdán haya caído bajo sospecha. El problema es que su permanencia en el centro del poder socialista durante años no fue una casualidad, sino el reflejo de un modelo. Un modelo que premia la fidelidad ciega, el silencio cómplice y la obediencia absoluta. Un modelo que margina al crítico, premia al leal y convierte la mentira en herramienta de gobierno. Un modelo que ya no distingue entre el interés del país y la continuidad de un liderazgo.

No es casualidad que los escándalos se acumulen. Ni que las Instituciones hayan sido debilitadas hasta rozar la inoperancia. Ni que la corrupción institucional, más profunda y peligrosa que la meramente económica, se haya normalizado. Porque la verdadera corrupción no está solo en el dinero que cambia de manos, sino en la destrucción de los límites éticos que sostienen la convivencia. Y eso es exactamente lo que ha ocurrido bajo el sanchismo.

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Desde 2018, el Gobierno ha caminado por la cuerda floja de los pactos tóxicos, los discursos falsamente inclusivos y una estrategia de resistencia que desprecia la alternancia y alimenta la división. Se ha indultado a golpistas, se ha legislado a la carta para los aliados más extremistas, se ha pactado con herederos del terror y se ha sometido al Estado a un chantaje permanente. La amnistía, la reforma del Código Penal, la politización de la Fiscalía, la instrumentalización del CIS o RTVE... todo ha servido a un solo propósito: resistir en el poder. Al precio que sea.

La derecha institucional ha asistido a esta demolición con desconcierto. Mientras unos jugaban a otro juego, fieles a la cultura de la Transición, otros rompían todas las reglas. El resultado es un sistema desequilibrado, desfigurado, cada vez más alejado de los principios que lo fundaron. La Constitución de 1978, concebida como pacto integrador, ha sido convertida en un obstáculo por quienes la juraron solo para vaciarla desde dentro.

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Los hechos conocidos hoy exigen algo más que una dimisión apresurada y unas disculpas formales. Exigen una respuesta ciudadana. Exigen que se recupere la conciencia de que la democracia no se defiende sola, ni se regenera con palabras bonitas. Hace falta una reforma de fondo, que blinde las instituciones, recupere los controles perdidos y restaure la ejemplaridad como norma, no como excepción.

Hoy es un día de luto para quienes creen en la política como servicio público. Porque lo que ha estallado no es solo un caso de corrupción más. Es la confirmación de que se ha desmantelado, con cálculo frío, una cultura democrática basada en la responsabilidad y el respeto al adversario. Lo que queda es una estructura en ruinas, sostenida por propaganda, por fidelidades ciegas y por un relato emocional que ya no resiste el contraste con la realidad.

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Pero también es el día en que muchos ciudadanos pueden decir: basta. Basta de resignación. Basta de cinismo. Basta de fingir que esto es normal. Porque no lo es. Lo que ha ocurrido hoy debería marcar un punto de inflexión. Y si no lo marca, si se pasa página como si nada, entonces sí estaremos ante una democracia menguante, incapaz de defenderse de quienes la erosionan desde dentro.

España merece más. Merece instituciones sólidas, partidos responsables, medios libres, justicia independiente y ciudadanos comprometidos. Y, para lograrlo, el primer paso es dejar de aceptar la decadencia como algo inevitable. El segundo, exigir rendición de cuentas. Y el tercero, construir una alternativa moral y política que no aspire solo a ganar elecciones, sino a sanar una democracia herida.

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Los integrantes del Grupo de Opinión «Los Espectadores» son:

Jesús Fontes, Javier Jiménez, José L. Garcia de las Bayonas, José Izquierdo, Blas Marsilla, Luis Molina, Palmiro Molina, Bernardo Escribano, Francisco Moreno, Antonio Olmo, José Ortíz, Francisco Pedrero, Antonio Sánchez y Tomás Zamora.

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