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Libertad para el toreo

Nos llaman fascistas, esa etiqueta que la mediocridad asigna a diversas expresiones

Lunes, 6 de julio 2020, 09:08

El toreo es único. No admite comparación. Ahora se le compara cuantitativamente con otras actividades que son más frecuentadas. Pero el valor del toreo, que es arte, es cualitativo. Al contrario que otros espectáculos, el toreo se esconde a la sociedad y no se publicita, ni promociona. El fácil camino de la tediosa comparación no vale; ya saben, los cerdos, los gansos, el langostino... Animales todos que nutren al hombre, que es carnívoro desde que lo parió su madre. Así que vamos a dejarlo. Mas si se trata de la protección de una especie, nadie más protector que el taurino. Sobre el toro se edifica todo, y eso incluye una crianza privilegiada en su medio natural. Los 'anti' no pueden entenderlo y no vale la pena tratar de convencer a la cerrazón absoluta, a la condena apriorística.

Si se sitúa al antagonista en el terreno de una condena, y a sí mismo en el reino de la verdad, es imposible, inútil cualquier debate. No condenamos a los antitaurinos, tiene que haber 'gente pa to', pero reclamamos el respeto que la persona merece. Un respeto que incluye no despreciar la muerte de un niño porque quiso ser torero, ni festejar groseramente la muerte de un torero. Ya saben, 'torero muerto, abono pa mi huerto'.

Los aficionados de todo orden somos calificados con crueldad, desaforadamente y de forma ajena a un sistema de libertades que también nos ampara. Ya nos llaman fascistas, esa etiqueta que la mediocridad asigna a diversas expresiones del pensamiento, de la conducta, de la preferencia, del gusto... Hay miles, millones de fascistas aplaudiendo el arte de torear en todo el mundo. Todos a la hoguera y no importan los matices. Los matices, que son la mejor expresión de la idea. Pues nada, desterrados, arrojados a la prohibición.

Sin valerme de nada más que de mi memoria, ordenada de forma aleatoria, proporciono esta lista de 'fascistas':

Miguel Hernández, amigo de Cossío y que señaló al toro como «animal varón», contrapuesto a los bueyes destinados al yugo. Lo hizo en 'Viento del Pueblo'. Gerardo Diego, que señaló a la verónica como un lento desmayo que huele a abril y a mayo; y es así. García Lorca, que disertó sobre el duende; el duende «que se aloja en una herida» y «que no se ve, pero está». Rafael Alberti, que quiso ser escudero de Garcilaso, pero fue banderillero de Sánchez Mejías y puso la chufla en boca del Niño de la Palma para decirle al toro «te lo digo y te lo repito para no comprometerte, que tenga cuernos la muerte a mí se me importa un pito». D. José Ortega, que vio en la Fiesta algo consustancial con España. ¿Discutible?, quizá, pero su autoridad académica avala su opinión. Manuel Machado, tan brillante como su hermano, «antes que poeta, su deseo primero fue haber sido un buen banderillero». Paco Rabal, que fue torero Juncal. Espléndido. Pablo Picasso, que le diseñó 'vestíos' a Luis Miguel Dominguín. Francisco de Goya, que lo evocamos en las Goyescas, que puso en imágenes terribles su tauromaquia. Ernest Hemingway, que vistió a Tyrone Power de torero en la película que adaptó su 'Sangre y Arena'. Woody Allen, que se confesó admirador de Juan Belmonte. Salvador Dalí, genial aficionado de Cadaqués. Orson Welles, cuya ceniza está en Ronda y dijo que los españoles contemporáneos de Manolete gozaron de ese honor. Bizet, que dio luz al toreador de Carmen, con desafortunado nombre de Esacamillo. Ava Gardner, talento, belleza y afición en una barrera. También son frecuentes los premios Nobel en las plazas: Fleming, García Márquez, Neruda, Vargas Llosa...

Sobre todos están los aficionados de todo el mundo, seres humanos acreedores al respeto por su libertad, que se sienten orgullosos de su pasión por la Fiesta Brava, por la emoción honda que el toreo les transmite y que no escriben versos, ni pintan cuadros, ni hacen películas, ni disertan un ensayo filosófico, ni componen una vibrante partitura. Pero tienen sensibilidad para percibir la emoción que el toreo les proporciona. No somos partidarios de maltratar a los animales, sino enérgicos defensores del toro de lidia, que es un hermoso animal que nuestra afición sostiene. No somos asesinos, ni fascistas; somos personas normales, diferentes, diversos en nuestras ideas, plurales, civilizados, respetuosos. No hay tarde de toros que pueda ser prevista como «de alto riesgo». Somos pacíficos y nos congrega y aúna una afición común que cultivamos complacidos, pues nace de muchos misterios el de la bravura. El de la casta, el del temple y el valor, el de «callada música del toreo», el de la alegría de un ole.

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