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Largo mayo

La Covid-19 ha impedido la celebración de los ritos de primavera populares en todo el territorio de la Región

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Sábado, 30 de mayo 2020, 00:53

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«Mayo longo, mayo longo, todo cuberto de rosas, para algúns telas de morte, para outros telas de bodas. Mayo longo, mayo longo, fuches curto para min, veu contigo a miña dicha, volveu contigo a fuxir» (Rosalía de Castro)

Hace unos días, leía en la prensa un relato de un médico que se quejaba de que le mandaban escribir sobre algo que no quería. Debía contar lo que había vivido en el hospital las últimas semanas, y no podía hacerlo sin llorar. Según se me indica, supuestamente, yo debería poner ahora la mirada en el ojo de la llave que nos adentra en lo que pasó antaño, esa lección que no aprendemos.

Cada año, cuando llega la primavera, la huerta de Murcia (o lo que queda de ella) se transforma: los árboles frutales brotan sus olorosas flores, las aguas iluminadas por el sol discurren por los brazales y acequias con nuevo ímpetu gracias a la monda realizada previamente, una nueva luz brilla en los carriles, sendas y veredas. Es un tiempo de «alegre canto» (como señala el musicólogo Tomás García en su tesis doctoral sobre las fuentes para el estudio de las fiestas tradicionales de invierno). Este año, la Covid-19 ha impedido la celebración de los ritos de primavera populares en todo el territorio de la Región, tanto el de paisaje huertano, de secano y marítimo. No hemos podido festejar la Semana Santa con sus procesiones, el Bando de la Huerta ni el Entierro de la Sardina. En este mes de mayo, tras un abril inusualmente lluvioso, tampoco hemos podido cantar los tradicionales Mayos ni festejar el rito de fertilidad de la Santa Cruz; ni podremos realizar la procesión por antonomasia que es la del Corpus.

Los Auroros han enmudecido en el tiempo de Cuaresma y de Pasión, igual que las bandas y las bocinas. Pasa la primavera sin seguidillas, parrandas ni malagueñas...

Si repasamos nuestra historia, vemos muchos episodios parecidos provocados por otras epidemias, sequías, plagas, etc. que dejaban mermadas las familias, niños huérfanos, casas vacías, y tierras baldías... Después del luto, volvía la alegría. La aceptación de la muerte y resignación dolorosa ante la adversidad no impedían la vuelta a la alegría y la fiesta. Quizá más necesaria por ello.

Hay una reflexión que me ronda estos días en los que se pide a la ciudadanía responsabilidad para atajar la pandemia. No podemos exigir responsabilidad de quienes desconocen las consecuencias, aunque hayan estado confinados, como si de un nuevo juego virtual se tratara. Se ha escondido la consecuencia de la Covid-19, reduciéndola a números y escalada y 'desescalada', pero se han escondido los féretros y las imágenes de dolor de los enfermos y sanitarios en la UCI. La sociedad de los 'mass media' retrasmite en directo una guerra, la caída de un niño en un pozo, y esconde a los que han sido 'triados', como apestados que son mandados al cementerio aún con vida. En el Parlamento no se habla de las 'colas del hambre'...

El dolor es signo de enfermedad, alerta y reclama un remedio. Padecer sin causa no tiene sentido, pero ocultar el padecimiento impide la cura. Ignorar el padecimiento de alguien, reduciéndolo a una cosa, no rehabilita al resto, sino que enferma a toda la sociedad. Podemos, Dios lo quiera, vencer al virus, pero quedar enfermos infectados por la eterna pandemia que divide las llamadas dos Españas, donde el veneno de la ideología (no las ideas) impide el diálogo y la convivencia. En todas las desgracias hay desaprensivos que buscan su propio beneficio. Dan la espalda a la desolación.

«Tantos en el pueblecico del cólera perecieron, que las personas en él puras almas se volvieron, quedándose el pueblecico sin gente, que daba miedo... Páece ser que, desde entonces y como triste recuerdo de aquel cólera espantoso 'Ánimas' se llamó el pueblo [...] De las hambres, de los cóleras, cuentan historias los viejos... ¡no pasó una vez solica el cólera por el pueblo! [...] Vino el cólera a mi casa... Era hermosa como un cielo y en un carro me la echaron revuelta con otros muertos» (Vicente Medina). Hace falta una vacuna que cure esta tierra.

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