Laberinto murciano del fornicio
NADA ES LO QUE PARECE ·
Hasta hace bien poco, en las 'guías secretas' de las ciudades figuraba un apartado dedicado a prostíbulos, puticlubs y casas de alterneApesar del decidido empeño por parte del Gobierno de la nación, así como de determinados colectivos, en suprimir la prostitución en España, imagino que no ... va a ser, ni mucho menos, una tarea fácil. Se oponen, claro está, quienes medran y se enriquecen con ello, quienes explotan a mujeres y a hombres sin piedad alguna, aprovechando su debilidad ante una sociedad que apenas los protege, y, sobre todo, la propia historia: esa tradición que se remonta a siglos atrás, quizá a milenios, en donde la prostituta fue siempre considerada como un mal necesario.
Hasta hace bien poco, en las 'guías secretas' de cada una de las ciudades españolas, aparecidas, con enorme éxito, durante la transición, figuraba un apartado dedicado a prostíbulos, puticlubs y casas de alterne. Así, de ese modo, el desaparecido y añorado Ismael Galiana y Adolfo Fernández, con no poca gracia y una pizca de sano humor, en su ya clásica 'Guía secreta de Murcia', tuvieron ocasión de referirse, sin entrar en morbosos detalles, a lo que ellos denominan, sin pelos en la lengua, el «laberinto murciano del fornicio».
En esas páginas, nos venían a recordar, en primer término, la impagable labor de nuestro cardenal Belluga al fundar una Casa de Recogidas en cuyo recinto, a las mujeres de vida alegre, a cargo ahora de un cura paciente y viejo, se les ofreció un lugar en donde refugiarse, una cama en donde dormir solas y un trozo de pan que llevarse a la boca. Más que cortar de raíz la prostitución, tarea harto difícil, se trataba, en suma, de 'corregir' a quienes se habían visto abocadas, sin remedio, a tal oficio. E insisten Galiana y Adolfo en dejar claro que, ya entrado el siglo XX, es decir, casi ayer mismo, estas mujeres descarriadas gozaron del respeto y la confianza de los usuarios, también conocidos como puteros. Y pone como ejemplo el hecho de que los nombres de la Teresa y la Bilbao figuraran, como razón social, sin rubor alguno, en el listín telefónico de la época.
En tales asuntos, la literatura ha dado muchos y variados frutos. Don Francisco de Quevedo, que tan mala fama se granjeó de misógino, dedicó uno de sus más ilustres sonetos, el titulado 'Puto enamorado', a aquellos varones que, previo pago, hacían uso de este servicio, con versos que ya forman parte de la historia: «Puto es el hombre que de putas se fía/ y puto el que sus engaños apetece;/ puto es el estipendio que se ofrece/ en pago de su puta compañía». Justo un siglo después, un ilustrado del XVIII, don Nicolás Fernández de Moratín, el padre de Leandro, el autor de 'El sí de las niñas', escribió, aunque no la pudo publicar en vida, la obra titulada 'El arte de las putas', que circuló de forma clandestina largo tiempo. Ni qué decir tiene que la Sacrosanta Inquisición la incluyó, de inmediato, en su Index Librorum Prohibitorum, latinajo que no necesita traducción alguna. Don Nicolás dejó meridianamente claro en sus versos que «no da utilidad el putaísmo,/ sino el hambre, lacerías y el abismo».
Si nos remontamos a unos cuantos siglos atrás, el medievalista murciano Ángel Luis Molina ha escrito varios artículos y algún que otro libro sobre el oficio más viejo del mundo durante la Edad Media. De entrada, las autoridades consideraron la prostitución como un servicio público, por lo que fue confinada a los burdeles para distinguir a estas sufridas mujeres de las consideradas buenas. La Iglesia, por su parte, siempre a la que salta, nunca perdió la esperanza de que estas mercenarias del sexo, condenadas al oficio por necesidad, por haber perdido la honra o por violación, terminaran convirtiéndose en santas, siguiendo así los ejemplos de María Magdalena, santa Teodora o santa Pelagia, la prominente actriz de Antioquía del siglo IV que volvía locos a los hombres de su tiempo.
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