¡A trombo y platillos!

Y digo alzando la voz: A ver, listos del universo, ¿cómo explicamos esto, cómo hemos dado lugar a esto y quién tiene la culpa de esto?

Como respuesta repetimos la misma escena de más arriba. Y cuando uno dice: '¡Pues, mira, vengo de vacunarme!', el otro hace los mismos aspavientos y se alarma: '¡Chacho! ¡No habrá sido con la Janssen!'. Esta es la peregrina situación en la que andamos inmersos. Los especialistas se comprometen a estudiar la cosa (en plan quitamiedos y tal), pero todos responden lo mismo: 'Vacunándose con AstraZeneca o con Jansen, los beneficios son mayores que los riesgos'. Tócate los cataplines. Pues que bien, ¿no?

Según me comenta el doctor Molina Boix (en solo dos palabras y hablando en cristiano), ocurre con esas dos vacunas lo siguiente: 'Son una paradoja'. Tocante a los efectos secundarios, hacen lo contrario de lo que se espera de ellas. Como quiera que le rebajan al vacunado el número de plaquetas, ello debería provocarle una hemorragia. Sin embargo, le generan trombos. Y, encima de todo, esos coágulos se aposentan en zona tan inusual como el cerebro.

Es lo que está pasando con AstraZeneca. Quieras que no, la autoridad sanitaria lo iba conllevando. Pero como la gente, si detecta algo raro, desconfía, hubo muchos que no acudieron a la cita para vacunarse con ese espécimen. Y en esas aparece la Janssen (versión americana producida por los de Johnson & Johnson) y sucede lo mismo que con la AstraZeneca. Que también es trombótica. En 0000 no sé cuántos pocos, pero trombótica. Y entonces dice la Unión Europea: '¡Benditas sean la Pfizer y la Moderna! Llenemos el gran capazo vacunatorio con estas dos marcas'.

Y, mientras, los pavos en la vía.