Sin mascarilla y con la querida

Pero, vaya, así fue desde la edad del bronce, cuando surgieron las campanas. Y así seguiremos hasta que el planeta se expanda y expanda, esfumándose finalmente en la nada. Como es natural, unas cuantas de esas disposiciones tienen que ver con la ya excesiva pandemia. Sobre las mascarillas (de las que todavía no está dicho todo), no llevarla en el coche nos costará cien euros de multa. Y ochenta si la cuelgas en el retrovisor.

–¿Y vale colgar un rosario, un crucifijo o un par de alborgas en miniatura hechas de esparto?

Eso lo ignoro. Pero acerca de la mascarilla bailante, se argumenta que dificulta la visibilidad.

–Aunque sea lo más higiénico.

Aunque sea. Otra cuestión. Si viaja con nosotros un conviviente (o incluso tres), no hay que ponérsela.

–¿Y si la que acompaña es la querida de uno?

Vaya. Aquí me ha pillado el lector. Yo creo que dependerá del grado de convivencia que tenga con el nazareno. (Todos sabemos que las hay a jornada completa y por horas). Me imagino que la DGT confeccionará unas tablas de temporalidad que nos saquen de dudas. Desde mi punto de vista, la barragana en concreto, como quiera que convive con el barragano, el diccionario de la lengua la tiene por allegada. En fin, los detalles sobre lo que deberemos hacer en todos los casos de juntamento posibles, nos los dirá Moncloa a través del telediario.

¡Ah! Que no se me olvide. Los menores de seis años, aunque viajen con la querida, no necesitan mascarilla. En esto, la norma ha sido comprensiva, como no podía ser de otra manera.

–Y dígame. ¿Qué opina de la famosa entrevista de Évole con Aznar?

El caso es que me cogió cenando. Pero vale. Era Aznar, desde luego.