La luz, esa golfa
LA ZARABANDA ·
Cuando la electricidad sube a diario, el Gobierno está obligado a declarar España 'país catastrófico'Ignoro a cómo se cotizaba la luz, recién acabada aquella guerra que no me cansaré de llamar incivil. Pero, incluso durante una época tan precaria, ... seguro que estaba más barata que ahora. El problema era que cada dos por tres se iba.
–¿Quién se iba?
¡Pues, coñe, la luz! Quién va a ser. A lo zagales de entonces, lo que más nos molestaba era que se fuese cuando estábamos viendo el cine.
–El NO-DO famoso, ¿no?
¡Qué va! El NO-DO nos pillaba siempre comprando pipas en el puesto que había enfrente. Me refiero cuando la Esther Williams salía de la piscina, haciendo parpadeos muy rápidos desde sus ojos claros serenos. Nosotros protestábamos cantando: «¡Que venga la luz, que venga la luz!». No había represalias porque estábamos en local cerrado y éramos muy críos para ser deportados. Si, por lo que fuera, la luz tardaba demasiado, el señor de la cabina ponía en marcha el gasógeno, que funcionaba quemando cáscara de almendra.
La luz se iba de cuando en cuando, desde luego, pero esta barbaridad de ahora, la subida progresiva un día sí y el otro también, resulta ser una anomalía tan grande, que ni siquiera se produjo en los años de hambruna. Lo que le está sucediendo a la electricidad es que se ha engolfado. Por lo que sea. Porque a quienes la manejan desde arriba les conviene y porque a quien debiera ponerle coto se la trae floja. O sigue vacacionando.
La acojonante carrera del precio de la 'lertricidad' es algo gravísimo. Persistir en un encarecimiento tan golfo sacude los cimientos de la normalidad social, que todavía siguen prometiéndonos que está al llegar.
–¡Sí, hombre! La 'nueva normalidad' de la que tanto presumen. Pero que no ha asomado aún, pues lo está impidiendo el botellón.
Estamos hablando de una anomalía tan grande, una ruptura tal de los esquemas, un fallo tan enorme de la maquinaria del Estado, que merece casi tanta alarma y toque de queda como el virus. Sin embargo, pasan los días y los informadores continúan repitiendo con regusto aquello del «máximo histórico». Como si fuera algo bueno. Cuando, más que de histórico, tendríamos que calificarlo de histérico.
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