El cambio climático dispara a la cabeza

Es en lugares como este donde reside la gente poderosa. Están acostumbrados a no sufrir en sí mismos los destrozos derivados del cabreo climático. Es indudable que duelen menos viéndolos por la televisión. En Nueva York reside, por ejemplo, Trump. Y se alza orgulloso el edificio de la ONU, donde los políticos discuten sin parar, aunque bien seguros de que los trastornos meteorológicos no les mancharán los pies de barro. No lejos de allí queda Washington, que tampoco es manco. Es donde vive el viejito y en sí mismo frágil Biden.

Si a los de Nueva York sumamos los de Washington, nos daremos cuenta de que estamos aludiendo a un personal que podríamos calificar de privilegiado. Lo componen los mismos que tienen en su mano atajar los cambios indeseables de un clima maltratado. Ellos son los que mandan en calidad de gerifaltes. Y, por lo tanto, les corresponden las mayores responsabilidades. Aunque sin desearle daño a ninguno, reconozcamos que no hay nadie mejor que ellos para soportar la venganza climática, en sus propias y bien alimentadas carnes.

Digo lo que digo porque estos genares que toman decisiones al más alto nivel, aprovechan la menor excusa para escaquearse. Tienen una habilidad especial para mirar hacia otro lado. Ayer mismo me topé en el periódico con la siguiente noticia: 'La tensión entre China y EE UU amenaza su compromiso climático'.

–Aquí también tenemos la tensión por las nubes. Solo que es tensión eléctrica.

¿Pues qué? Solo nos falta que esa carestía (¡y dale con calificarla de 'histórica'!) se acompañe de una mala DANA y nos ahogue.

Parece seguro que los importantes del mundo no van a reaccionar, mientras no les llegue también a ellos la consecuencia de ser 'gobernantes catastróficos' en 'zona catastrófica'.