Vivir al día
Así me parece ·
No se trata de favorecer el bipartidismo, sino de beneficiar la proporcionalidad, evitando la representación desproporcionada de algunos partidos regionalesEn política no se debe vivir al día. Decía Ortega y Gasset que los políticos que viven al día están condenados a morir al atardecer, ... como las moscas efímeras. Hay que saber mirar hacia el horizonte. El cortoplacismo conduce inevitablemente al desastre. La diferencia entre un político y un hombre de Estado radica en que el político piensa sólo en las próximas elecciones, mientras que el hombre de Estado se preocupa por las futuras generaciones.
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Se comprende perfectamente que Feijóo, como presidente nacional del PP, se ocupe obsesivamente de los problemas que día a día le acucian. Su obligación es alcanzar La Moncloa. Pero en el partido que preside hay dos almas. Seguramente a él le gustaría ser moderado, fomentar el diálogo con el PSOE y el Gobierno, y llegar a acuerdos de Estado, en asuntos en los que ha de prevalecer el interés general, lo que Don Felipe VI ha llamado «bien común», en su discurso de Nochebuena. Y seguramente, también, esa era su intención cuando vino de Galicia y dijo aquello de que no había llegado a la política nacional a insultar. Sin embargo, cada vez que da un paso hacia la moderación, se encuentra con la contestación, o con el abierto reproche, de Isabel Díaz Ayuso. El tándem Miguel Ángel Rodríguez-Isabel Díaz Ayuso es temible. Ya se cargaron a Pablo Casado. Y cada vez está más claro que la presidenta de la comunidad autónoma de Madrid quiere erigirse en la única cabeza visible de la oposición a Pedro Sánchez. Pero es que, además, Feijóo también considera que, si opta por la moderación, dejaría un amplio espacio para Vox. De ahí que el presidente del PP se haya instalado en la crispación, en una oposición radical y a veces irracional.
Entendemos, pues, la dedicación obsesiva de Feijóo por el día a día. Pero esta dedicación obsesiva no debería ser exclusiva. El presidente nacional del PP debería dejarse un margen para la reflexión a medio y a largo plazo. Debería darse cuenta de que, de seguir las cosas así, el PP no ganará las elecciones generales por mayoría absoluta. Y entonces Feijóo, como presidente del Gobierno, tendría problemas para gobernar que serían muy parecidos, o casi idénticos, a los que tiene que sortear Pedro Sánchez. Un PP que ganase las elecciones generales, pero sin mayoría absoluta, quizás podría conseguir fácilmente la investidura, pero, o bien metiendo en el Gobierno a Vox, o bien pactando con los separatistas catalanes y vascos y con otras diversas fuerzas parlamentarias que fragmentarían el Congreso. La primera solución no sería buena. Ya se ha visto en los pactos de gobierno con Vox en seis comunidades autónomas, entre ellas Murcia, en las que se han roto los pactos y ahora mismo hay dificultades para aprobar los presupuestos de 2025. Y la otra solución significaría vivir en La Moncloa, y subirse en el Falcon, pero angustiado por el permanente chantaje de los separatistas, nacionalistas y partidos locales. Es decir, asumir desde el principio que se van a padecer las mismas zozobras y tribulaciones que el actual Gobierno de la nación.
El tándem Miguel Ángel Rodríguez-Isabel Díaz Ayuso es temible. Ya se cargaron a Pablo Casado
Si, en este mirar hacia el horizonte, Feijóo aceptase esta primera reflexión, el siguiente paso debería ser preguntarse si hay alguna solución, si se puede hacer algo ahora para evitar en el futuro que el Gobierno de España tenga que padecer tanto riesgo de inestabilidad.
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A lo largo de la historia de nuestra democracia, cuando el Gobierno de la nación ha necesitado el apoyo parlamentario de los diputados separatistas vascos y catalanes, se ha tenido que pagar un alto precio en perjuicio de los intereses generales de España. De este modo, el objetivo prioritario de los dos grandes partidos españoles, el PP y el PSOE, debería ser evitar que esto volviese a ocurrir en el futuro. Y, para ello, hay que pactar dos grandes reformas:
1. Por un lado, la reforma del Título VIII de la Constitución. Las competencias y la financiación autonómica deben dejar de estar en almoneda. Hay que fijar con claridad las competencias del Estado, y declararlas no transferibles y no delegables, de forma que en el futuro no se pueda volver a trapichear con ellas. Debemos desterrar la posibilidad de que se repita esa sinvergonzonería política de prometer transferencias o delegaciones de competencias a cambio de apoyos parlamentarios. Hay que acabar con este proceso ininterrumpido de destrucción del Estado.
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2. Y, por otro lado, la reforma del sistema electoral. Si primamos la proporcionalidad, se impone un cupo nacional de diputados, elegibles en virtud de los votos de los partidos de ámbito nacional no aprovechados en los distritos provinciales para elegir diputados. No se trata de favorecer el bipartidismo, sino de beneficiar la proporcionalidad, evitando la representación desproporcionada de algunos partidos regionales.
Claro que todo esto requiere que el PP y el PSOE se sienten a dialogar, a transigir y a llegar a acuerdos. Justo todo lo contrario de lo que hacen ahora. ¿No se dan cuenta de que esta forma de actuar les puede llevar a morir al atardecer, como las moscas efímeras?
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