No es un sueño
La propuesta de un acuerdo PP-PSOE es una imperiosa necesidad. Y me sorprende, y me entristece, que los políticos actuales no lo hayan entendido
Todos los viernes, por la mañana, participo en una tertulia política en Onda Regional. La semana pasada, mis contertulios me reprocharon que continuamente esté propugnando ... un pacto entre el PP y el PSOE para afrontar algunos de los graves problemas que tiene España. Me dijeron que mi reiterada propuesta es poco realista, que es un sueño irrealizable; que, tal y como está de tensionada la vida política, es inimaginable que PSOE y PP se avengan a dialogar, a transigir y a llegar a acuerdos.
Reconozco que no me gustan nada en absoluto las cotidianas manifestaciones de crispación con que los políticos españoles envenenan los telediarios. Me desagrada contemplar las sesiones de control al Gobierno en el Congreso y en el Senado. Sin embargo, la propuesta de un acuerdo entre el PSOE y el PP no obedece a un deseo personal; no es una ocurrencia de un analista de provincias; no es un sueño, ni una quimera. Obedece a una imperiosa necesidad objetiva. Y es una necesidad tan evidente, que resulta sorprendente y preocupante que nuestros políticos actuales no la perciban así, y no se hayan puesto ya manos a la obra.
Tenemos muchos problemas en España que requieren un acuerdo entre el PP y el PSOE, de tal modo que se garantice que la solución acordada no sólo contará con un amplio apoyo social (la suma de los votantes de ambos partidos alcanza cerca del 70% del censo), sino que, además, se ha de tener la certeza de que las soluciones acordadas van a ser perdurables, que no van a cambiar de una legislatura a otra, al variar la composición de las Cámaras. La reforma del sistema educativo debería ser consensuada, para otorgarle la estabilidad de la que ahora carece. El sistema tributario debería ser reformado por consenso. Ni uno ni otro partido niegan el principio básico de la justicia tributaria de que pague más quien más tiene. Habrá que ponerse de acuerdo en las bonificaciones y exenciones, y en algunas definiciones de los hechos imponibles. La reforma laboral, para conseguir la reducción de la precariedad, la conciliación familiar, y la reducción de la jornada, también debería pactarse. Hace tiempo que muchas banderas tradicionalmente de la izquierda, las enarbolan también todas las derechas europeas modernas. Y lo mismo puede decirse de la vivienda, de la ecología, de la digitalización... y, por supuesto, de las relaciones exteriores y de la inmigración.
El mayor riesgo para la convivencia en paz de los españoles lo constituyen los separatismos catalán y vasco
Ahora bien, en mi opinión, el mayor riesgo para la convivencia en paz y en libertad de los españoles lo constituyen los separatismos catalán y vasco. Hay que neutralizar la influencia de los separatistas en el Gobierno de la nación. Hay que impedir que continúen su chantaje permanente. Y ello exige, necesariamente, que el PP y el PSOE se sienten a la mesa y acuerden, al menos, dos reformas. Una, la del sistema electoral. Con la introducción de un cociente nacional, que tuviera en cuenta los votos obtenidos por los partidos de ámbito estatal, los separatistas vascos y catalanes dejarían de ser decisivos en la formación de mayorías parlamentarias. Y otra, la reforma del Título VIII de la Constitución, para definir las competencias del Estado intransferibles e indelegables, garantizar la suficiencia de la financiación autonómica y asegurar la igualdad de todos los españoles ante la presión fiscal y en relación a los servicios públicos.
Además de responder a una ineludible necesidad política, esta propuesta de pacto entre el PP y el PSOE resultaría, incluso, muy conveniente para ambos partidos. Pedro Sánchez y su Gobierno dejarían de depender, al menos en los grandes temas, de los comunistas de Sumar y de Podemos, así como de los imprevisibles separatistas. Esto tranquilizaría a las bases y a los votantes del PSOE. Podrían dejar de hacer malabarismos para explicar lo inexplicable de la ley de amnistía y del cupo catalán. Sin duda, esto enfadaría a sus actuales socios de Gobierno. Yolanda Díaz pondría el grito en el cielo. Y Puigdemont hablaría de nacionalismo español. Pero ¿y qué? ¿Acaso esto preocuparía en las casas del pueblo de Éibar, Mataró o Utrera?
Y también le convendría al PP este pacto. Si Feijóo sigue dejándose llevar por el superficial y chabacano populismo de Isabel Díaz Ayuso, sin ninguna duda consolidará el voto de los entusiastas. Pero no pasará de los 140 escaños en el Congreso. Y necesita 176. Para ganar las elecciones y gobernar sin necesidad de Vox, Feijóo necesita convencer a esa franja de tres millones de votantes que se afincan en la moderación. Son gente que piensa y que no se deja arrastrar por el entusiasmo. El PP habría manifestado ser un partido centrado, moderado, capaz del diálogo y la transacción, sin lograse pactar con el PSOE de Pedro Sánchez. De no hacerlo, nunca ganará; o ganará, pero no gobernará sin el apoyo de Vox.
No, la propuesta de un acuerdo PP-PSOE no es un sueño, ni una quimera, ni una ocurrencia. Es una imperiosa necesidad. Y me sorprende, y me entristece, que los políticos actuales no lo hayan entendido.
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