Sistema electoral
Hay que establecer uno de distritos unipersonales, como en el Reino Unido, para que el candidato elegido le deba el acta a sus electores y no al partido
Algunos amigos me han sugerido que profundice en una cuestión que planteé la semana pasada: ¿Cómo impedir en un régimen democrático que personas como Donald ... Trump alcancen el poder político? ¿Cómo evitar que, utilizando las reglas de la democracia, sean elegidos personajes que terminarán destruyendo la propia democracia? No hay una respuesta unívoca, y universalmente válida, a esta cuestión. En cada país y en cada momento histórico las causas de la degradación de la democracia son diferentes. Parafraseando a Tolstoi, todas las democracias que funcionan bien se parecen entre sí. Sin embargo, cada democracia se degrada y se arruina a su manera.
Tenemos, pues, que centrarnos en nuestro tiempo, y en el pequeño rincón del mundo en el que vivimos. Y, aun así, no me atrevo a efectuar afirmaciones categóricas y dogmáticas. Seguramente, no todos estaríamos de acuerdo con un análisis de las deficiencias de la democracia española. Y, ni mucho menos, tampoco lo estaríamos sobre los remedios y soluciones a articular. Todo es opinable. No obstante, me atrevo a esbozar algunas observaciones:
1.- La mejora de la democracia española actual no depende tanto de la calidad de las personas, como de la calidad de las normas que regulan la elección de los dirigentes. No podemos confiar en que el electorado, por sí mismo, aprecie las virtudes o las deficiencias de un candidato. El electorado no suele contar con la adecuada información. Se miente mucho en la publicidad política, tanto en campaña electoral, como fuera de ella. El elector vota a su partido, a las siglas de su partido, y confía plenamente en la calidad de los candidatos que le propone su partido.
Tampoco podemos confiar en los dirigentes de los partidos que confeccionan las listas electorales. A veces no designan a los mejores, sino a los que el aparato del partido considera convenientes, por su lealtad, por su adaptabilidad, por la flexibilidad de sus criterios personales, o, simplemente, por su carencia absoluta de ellos. Y tampoco podemos esperar que la propia sociedad civil genere espontáneamente unos «vigilantes de la democracia».
No resulta nunca eficaz hacer política desde fuera de la política. No es frecuente que surja este tipo de personas, que no aspiren a ser grupo de presión y que se arroguen el papel de defensores de la democracia. Y, si surgiesen, habría que preguntarse cuál es su legitimación democrática; quién les ha elegido; ante quién tienen que rendir cuentas; cuál sería la justificación de que, por sí mismos, se coloquen en un plano intelectual y moral supuestamente superior al del resto de los ciudadanos.
2.- Si no podemos confiar en la calidad de las personas ¿qué podemos hacer los demócratas españoles, aquí y ahora, para mejorar nuestra democracia? En mi opinión, no es cuestión de cambiar a las personas, sino de cambiar las normas y, una vez establecidas, confiar en la calidad de las mismas. Y esto nos lleva a una propuesta muy ambiciosa, pero muy necesaria: hay que cambiar el sistema electoral.
Actualmente, los partidos políticos están muy cómodos. Tienen el enorme poder de hacer las listas electorales. Y nos proponen listas de candidatos cerradas, bloqueadas e inalterables, que los ciudadanos votamos sin rechistar, y sin conocer la personalidad de los candidatos. Votamos a las listas del partido, pero sin saber quiénes son realmente los candidatos. Votamos a ciegas, con plena confianza en los partidos. Y de este modo, no está garantizado que no se cuele ningún Trump.
3.- En mi opinión, habría que establecer un sistema de distritos unipersonales, similar al que funciona en el Reino Unido. En esta provincia de Murcia, por ejemplo, que cada cien mil votantes que figuren en el censo elijan a un diputado al Congreso y cada veinticinco mil, a un diputado en la Asamblea regional; y que cada término municipal sea dividido en distritos, para elegir cada uno a un concejal.
Las ventajas del sistema serían muy significativas. Los partidos se esforzarían en proponer en cada distrito al mejor, al que pueda convencer y vencer, y no al más dócil. El candidato podría conocer casi personalmente a todos sus votantes. Y, si sale elegido, podría rendir cuentas a sus electores, con carácter periódico; y estaría cerca de sus problemas y preocupaciones. El electo no le debería el acta al presidente del partido, o a su secretario general, sino únicamente a sus electores. El electo tendría entidad propia, personalidad propia, e incluso podría romper la disciplina de grupo en aquellos asuntos que afectasen especialmente a su distrito.
4.- El sistema tendría sus riesgos, pero se podrían sortear. Todo mejor que continuar como estamos.
5.- En fin, a nadie se oculta que el principal problema para esta reforma electoral radica en los propios partidos. Su implantación les significaría una pérdida de poder muy importante. Y parece que no están dispuestos. Se defenderán con uñas y dientes.
Sin embargo, y aunque sea con pocas esperanzas, nuestra obligación como demócratas es seguir insistiendo en esta propuesta. Porque solo así lograremos evitar que en España aparezca otro Donald Trump.
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