Recuperar la confianza
Así me parece ·
Sánchez 'lo ha vuelto a hacer'. Cuando muchos le daban por muerto, otra vez ha resucitado. Y ha conseguido recuperar a Junts como socio parlamentarioMuchas democracias occidentales sufren, en mayor o menor grado, una cierta inestabilidad política. En Francia, por ejemplo, Macron pasa apuros para concluir su mandato de ... presidente de la V República. O en Alemania, donde ha habido que anticipar las elecciones generales. O en España, sin ir más lejos, las dificultades de Pedro Sánchez para gobernar estaban previstas y asumidas cuando fue investido presidente en virtud de apoyos parlamentarios muy heterogéneos y muy poco fiables. La semana pasada, al perder la votación en el Congreso sobre el decreto ley ómnibus, algunos indicaron que el presidente del Gobierno había apurado al máximo sus posibilidades; y que era inevitable que disolviese las Cortes y que convocase elecciones generales. Sin embargo, Pedro Sánchez 'lo ha vuelto a hacer'. Cuando muchos le daban por muerto, otra vez ha resucitado. Y ha conseguido recuperar a Junts como socio parlamentario. Al menos, momentáneamente, y para salvar el escollo. Y, al parecer, a bajo coste. Lo de la tramitación de la proposición no de ley para la cuestión de confianza es un simple sucedáneo, un remedio cosmético para salvar la cara de los separatistas.
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De todas formas, al margen de las trifulcas anecdóticas, todos saben que la inestabilidad política es debida a la fragmentación del Parlamento, y al propio sistema electoral, que permite que partidos de ámbito regional tengan una capacidad excesiva de influir en la política nacional. Y, siendo las cosas así, es comprensible que se eche de menos el bipartidismo que caracterizó algunos periodos de la historia de nuestra democracia, en los que había debates intensos, incluso cierta crispación, pero en los que no se dudaba de la estabilidad de los gobiernos ni de la duración de las legislaturas.
Se explica, también, que los estados mayores de los grandes partidos diseñen sus estrategias con el objetivo prioritario de ganar las elecciones generales con mayoría absoluta. Para ello, la estrategia del PSOE está muy clara. Primero, la renovación de los cuadros dirigentes en las regiones y provincias. Ferraz ha comprendido que es imprescindible reactivar la capacidad de electoralización de sus estructuras territoriales, que en otros tiempos funcionaban como una máquina bien engrasada. Al mismo tiempo, ha de cuidar el voto de imagen, en un doble sentido: primero, en plan positivo, haciendo llegar al ciudadano que son los socialistas los que se preocupan de sus problemas reales. De ahí su insistencia en lo bien que marcha la economía, en lo de las pensiones, o en lo de las ayudas y subvenciones. Y, segundo, en plan negativo, destacando los errores del PP y de Vox, y agitando el espantajo de que vienen los negacionistas a gobernar, incentivando el miedo, que tan buenos resultados les dio en las urnas del 23 de julio de 2023.
Por su parte, el PP hace algo parecido. Su objetivo estratégico prioritario es poder llegar a gobernar sin necesitar a Vox. Feijóo se esfuerza continuamente en marcar distancias, y en subrayar el incordio que supone la fragmentación entre dos partidos del voto de la derecha. En Génova 13 se añoran aquellos años de la refundación, en los que el partido pudo captar todos los votos del centro y de la derecha. En cuanto a la receta para ejercer la oposición al Gobierno, es la misma que empleó Aznar. El «márchese, señor González» ha sido sustituido por el «dimita, señor Sánchez». Visto desde fuera, quizás se echaría de menos un mayor esfuerzo para transmitir a la sociedad la alternativa del partido para solucionar los problemas de los españoles. Pero parece que con el 'no' a todo lo que proponga el Gobierno, es suficiente para ganar. Al menos, eso es lo que dicen las encuestas.
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En mi opinión, sin embargo, en el diseño de esas estrategias de los dos grandes partidos, deberían hacer una reflexión más profunda: el electorado se fragmenta porque mucha gente pierde la confianza en los partidos clásicos y busca opciones diferentes, fuera del sistema, que les prometan soluciones rápidas y fáciles para su situación personal, aunque se trate de propuestas simplonas y populistas. El éxito, primero de Podemos; después, de Ciudadanos; y ahora, de Vox, radica en la desconfianza social en los partidos clásicos. Pero, ¿por qué se perdió esa confianza? El análisis nos llevaría muy lejos. Habría que remontarse a la grave crisis de 2008, y a la incertidumbre social y económica, personal y familiar, a que fueron abocados muchos ciudadanos. Y también podríamos hablar de la devaluación de lo público, en general, y del Estado en particular, y de las dos graves crisis de solidaridad: la social y la territorial. Necesitaríamos muchas páginas para desarrollar todo esto. Pero, en el fondo, siempre ha sido muy sencillo: la confianza de los ciudadanos en los partidos se fundamenta en dos exigencias: la honradez y la eficacia. Y aquí está el camino para recuperar la confianza: habrá que convencer a los ciudadanos de que los políticos son honrados porque anteponen siempre el interés general; y, al mismo tiempo, de que son aptos y capaces, porque sus propuestas van a solucionar los problemas de los ciudadanos.
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