Cuando yo era presidente regional del PP, vino a verme a mi despacho un señor de mediana edad que, de buena fe, y con cierto ... entusiasmo, me dijo que lo que de verdad le vendría bien a la Región de Murcia sería el trasvase del Sil al Segura. Al replicarle yo que la distancia y las dificultades orográficas encarecerían el coste del agua, mi interlocutor se puso en pie, desplegó un mapa de España y, señalando a Galicia y a Murcia, me dijo que el coste sería cero, porque todo el recorrido del canal sería cuesta abajo. En este tipo de situaciones, no suelo responder nada. Por no discutir. Y por no humillar al interlocutor, pese a que a veces exponen sus argumentos con cierta arrogancia.
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Sin embargo, recientemente, está propagándose una mentira que me ha irritado especialmente. Porque se trata de una mentira muy peligrosa para la convivencia democrática de los españoles. Con ocasión de la deficiente gestión política de la DANA sufrida en Valencia, algunos han lanzado, de mala fe, el bulo de que España es un Estado fallido; como si fuésemos, poco menos, que Somalia. Y otros personajes públicos, estos seguramente de buena fe, han hecho suya la expresión, y la repiten ufanos en sus artículos y comparecencias públicas. Con respecto a estas personas que actúan de buena fe, sólo diré que me sorprende la superficialidad, la frivolidad, la incultura y la estulticia con que algunos manejan el lenguaje. Lo que sí me importa, sin embargo, es replicarles a los que de mala fe han puesto en circulación este venenoso bulo. Primero, demostrando su falacia. Y, segundo, desenmascarando sus intenciones, para conseguir el repudio social de sus mentiras.
1. No es cierto, en absoluto, que España sea un Estado fallido. Y ni siquiera que haya peligro real de que llegue a serlo. Un Estado se compone de tres elementos: la nación, el territorio y la organización del poder.
La nación es un grupo social cuyos factores de cohesión son tan intensos que la hacen apta para organizarse en un Estado soberano. Los factores de cohesión son de un triple orden: un pasado común, un presente compartido y un futuro ilusionante.
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En sentido histórico y político, la nación española es una de las más antiguas y cohesionadas del mundo occidental. Desde hace siglos compartimos un pasado común. Poco a poco fuimos consolidando nuestra identidad como cristianos y como europeos. La cohesión de los pueblos que integran la nación española es indiscutible. Incluso, actualmente, la mayoría de los catalanes y los vascos se consideran españoles. Hemos superado juntos muchas crisis históricas de identidad, como la guerra de la Independencia, el desastre de 1898 o la Guerra Civil de 1936.
En el presente, compartimos el orgullo de ser españoles. Es un sentimiento positivo de pertenencia a una comunidad que ha alcanzado grandes logros, como nuestro idioma, nuestra cultura, nuestro ordenamiento jurídico, nuestras escuelas, nuestras universidades, nuestra agricultura, nuestra industria, nuestro comercio, nuestras comunicaciones, nuestra Sanidad, nuestra Justicia, nuestra Seguridad Social... Son logros de muchas generaciones, que los consideramos nuestros y de los que nos sentimos orgullosos.
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Y tenemos por delante un futuro ilusionante. Con la Transición política nos convencimos a nosotros mismos de que podríamos convivir en paz, en libertad, y con respeto a las ideas de todos. Y ahora miramos hacia el horizonte europeo, con la esperanza de una progresiva integración. Tenemos que hacer todavía muchas cosas juntos.
La nación española, pues, está suficientemente cohesionada. Es un grupo social apto para organizarse políticamente como Estado.
Y tenemos nuestro territorio perfectamente definido. Emociona contemplar cómo en Melilla se nos recuerda a los visitantes que, antes de la toma de Granada, Melilla ya era España. Cuando perdimos Cuba y Filipinas, sufrimos una crisis de identidad, que ya hemos superado ampliamente.
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Y, por fin, del tercer elemento de nuestro Estado podemos sentirnos orgullosos: nuestra Constitución de 1978 establece una democracia en la que se respetan el pluralismo y las libertades. Es verdad que hay disfunciones: podemos reformar la Constitución. Es verdad que algunos gobiernos no lo hacen bien: podemos cambiarlos en las urnas democráticas. Es verdad que algunos políticos son demasiado mediocres: podemos mandarlos a sus casas mediante nuestros votos. Pero la democracia, la libertad, las instituciones y la economía en España funcionan. Pueden fallar las personas, pero no las estructuras ni la organización.
Por eso, resulta una frivolidad y una irresponsabilidad que algunos personajes se atrevan a decir en público que España es un Estado fallido.
2. Lo malo es que algunos sí que saben lo que dicen, y lo dicen con mala fe, por aquello de que una mentira mil veces repetida termina siendo verdad. Son aquellos que a sí mismos se llaman antisistema, que se colocan al margen de las instituciones democráticas, en una impostada y patética autoproclamada supremacía moral. Son los que quieren acabar con nuestro modo democrático de vida, como lo hizo en su momento Hitler, o Nicolás Maduro. A estos especuladores de la mentira son a los que hay que destapar, y rechazar políticamente sus bulos.
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