El Cordobés de los pobres
Platanito, que aún vive, se jacta de no haber dado jamás ni un solo premio con su lotería. Como si arrastrara, desde siempre, un viejo y aciago destino
Los mayores de sesenta, y algunos menores acompañados, aún recordarán a un torero que se paseó por los ruedos españoles y que respondía al apodo ... de Platanito. Su nombre de pila era el de Blas Romero, y vino al mundo en 1945 en un pueblo de Badajoz llamado Castuera, situado entre Don Benito y Cabeza del Buey. Una zona propicia para el nacimiento de valientes conquistadores y de aventureros como Blas que se lanzaron al mundo con lo puesto.
Platanito se codeó, allá por los sesenta, en una época del franquismo en la que el fútbol y los toros eran aún el opio del pueblo, con personajes como Sebastián Palomo Linares y Manuel Benítez el Cordobés, el quinto 'Califa', junto con Lagartijo, Guerrita, Machaquito y Manolete. Fue, justamente, el Cordobés quien, cuando ambos se hallaban en la cresta de la ola, llenando todas las plazas de nuestra geografía, como si fuera el oráculo de Delfos, le dijo: «Uno de los dos acabará vendiendo lotería». Y el premio gordo del sorteo recayó en Platanito, que aún sigue repartiendo cupones en los mercados de abastos de Madrid.
Platanito, como tantos otros de su misma profesión, no gozó de una infancia feliz. Tuvo nueve hermanos, una madre a la que conoció cuando cumplió los nueve años y un padre al que fue a visitar al manicomio y en vez de darle un abrazo le pidió tabaco. Fue carne de hospicio y huésped habitual de muchos correccionales, de donde, ya cumplidos los quince, comenzó a fugarse para torear de extranjis a la luz de la luna. Lo suyo, según los entendidos, fue un «toreo tremendista», que era una manera como otra cualquiera de jugarse la vida en cada pase.
Finalmente, dejó a un lado la faena clásica y correcta, y se decantó por la bufonada, que era lo que más divertía al público. Se montaba a lomos del toro, se comía un plátano delante del astado y llegó, incluso, a besar a una de estas temibles bestias en el hocico. Es probable que haya sido el único diestro en hacer el paseíllo completamente borracho, hasta el punto de que el médico de la plaza, al ver su estado de embriaguez, asegurara que, en caso de que tuviera una cogida, no haría falta aplicarle anestesia.
Ciertos críticos ortodoxos lo tildaron de «torero muy malo» al que sólo le interesaba vender entradas. Fue así como terminó fundando, y convirtiéndose en gerente, de una 'troupe' a base de enanos y payasos que le hizo la competencia al mismísimo, y bien consolidado, Bombero Torero.
Ganó mucho dinero y lo dilapidó conforme caía en sus manos. Sin el más mínimo pudor, declaró a cierto periódico que llegó a tener, al mismo tiempo, siete novias, sin contar a las muchachas que le llevaban a los hoteles, horas antes de cada corrida. Cobró tanta fama que cierto director de cine, a mediados de los sesenta, lo contrató para la película autobiográfica titulada 'Jugando a morir', en donde, además de Platanito, participaron reconocidos actores de la época, como José Sancho, Ismael Merlo y Alfonso del Real.
Pero su estrella fue declinando, oscureciéndose a marchas forzadas. Como un cuento de hadas contado del revés, terminó por arruinarse y recurrir a la venta ambulante de lotería, con un cartel en la solapa con el que recordaba a sus clientes que él había sido el verdadero Platanito, el Cordobés de los pobres. En cierta ocasión, Juan Gómez 'Juanito', el malogrado jugador del Real Madrid, que le tenía mucho afecto, le dijo que comprara doscientas mil pesetas de lotería y que la llevara a la Ciudad Deportiva en donde la repartiría entre los del equipo, para echarle así una mano.
Platanito, que aún vive, cercano ya a los ochenta años, se jacta de no haber dado jamás ni un solo premio con su lotería. Como si arrastrara, desde siempre, un viejo y aciago destino, escrito a fuego en sus entrañas.
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