Nada es lo que parece

Los 'cojones' de Carlos Alcaraz

La palabra ha dado en el lenguaje español mucho de sí: expresiones, frases hechas, exclamaciones...

Viernes, 18 de julio 2025, 01:07

Hace unos días un brillante columnista de una conocida emisora de radio reflexionaba, con no poco humor y una adecuada dosis de ironía, sobre los ' ... cojones' a los que tantas veces se ha referido el tenista murciano Carlos Alcaraz, después de hacer público el consejo de su abuelo a la hora de afrontar los partidos: tener siempre muy presentes las tres ces, cabeza, corazón y cojones. La frase, al principio, pasó un tanto inadvertida, incluso fue considerada como una simple gracia. Pero, a base de repetirla una y otra vez, ha movido a la reflexión, sobre todo a quienes siguen la trayectoria del fenomenal deportista de El Palmar, que está que se sale.

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El columnista de marras llegaba a la conclusión de que el asunto de los cojones, al menos en el deporte, siempre ha sido un recurso de los más torpes. Un clavo ardiendo al que agarrarse cuando nos falta todo lo demás: técnica, preparación física y psicológica e inteligencia. Ahí está el ejemplo de la selección española de fútbol, que, a excepción de aquella copa de Europa que les ganamos a los rusos en terreno propio, con el famoso gol de Marcelino que tantas veces fue reproducido en el No-Do de Franco, nunca, hasta tiempos recientes, se ha comido una puñetera rosca a pesar de que siempre poníamos la furia y los cojones sobre la mesa y presumíamos de hombría, lo que nunca nos sirvió para nada. Además –y finalizaba así su columna– los cojones, para un tenista o un deportista cualquiera, no son sino un lastre, un peso muerto que hay que transportar de un lado para otro de la pista, colgando como el badajo de una campana.

Uno de los chistes malos que circulaban en el tardofranquismo, cuando el tío Paco estaba a punto de palmarla, era aquel en el que se decía que su única hija estaba condenada a no poder casarse con el Tigre de Gales, es decir, con el cantante Tom Jones, que, por cierto, sigue en activo a pesar de tener una edad en la que a cualquier ser humano sólo le podrían salir 'gallos' de la garganta. La cosa es que, si hubiera contraído matrimonio con Tom Jones y hubiera parido un hijo varón al que, sin ningún género de duda, le hubieran puesto el nombre del abuelo, el zagal hubiera terminado llamándose Paco Jones Franco, lo que hubiera sonado un poco ordinario y provocador.

La palabra cojones ha dado en el lenguaje español mucho de sí: expresiones, frases hechas, exclamaciones... En la España más machuna y sombría de hace unos años, se hacía todo por cojones. Y el que no hacía lo que se le mandaba, aunque fuera una temeridad, era porque no tenía cojones; es decir, que carecía de los atributos propios de la especie. Después, cuando desempeñó un papel más relevante la mujer, en el caso de ellas se hablaba de ovarios, que quedaba mucho más fino y moderno. Lo extremadamente bueno se convertía, pues, en 'cojonudo', hasta el punto de que una conocida marca de espárragos de Navarra se llama 'Cojonudos', que, según una leyenda urbana, fue una ocurrencia del nuestro rey emérito.

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La verdad es que queda muy feo decir en público, aunque uno pretenda ser natural, la palabra cojones. Con el tiempo, huevos o 'güevos', que viene a ser lo mismo, se ha ido imponiendo en una sociedad un poco 'light' en donde nada es lo que parece y las apariencias son el signo de nuestro tiempo, hasta el punto de darle más valor a la fotocopia que al documento original mismo.

Y a propósito de 'güevos', hace unos cuantos lustros un periodista deportivo le preguntó a cierto entrenador que, con un equipo muy modesto, estaba encaramado en los primeros puestos de la clasificación, cuál era el secreto de su éxito. 'Las tres bes' –replicó el hombre sin cortarse un pelo, con una seguridad pasmosa–. Y remató así la jugada: «'balor', 'boluntad' y 'buevos'».

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