Bicicletas
Anécdotas sobre la bici y los famosos hay unas cuantas. Se cuenta que Lennon se compró una y la metió en su cama la primera noche
Las bicicletas han dado muy poco de sí en el arte, en la literatura o en el cine –a excepción, claro, de 'El ladrón de ... bicicletas', la película de Vittorio De Sica– para lo mucho que se merecen. Nadie es capaz de imaginar al Agente 007 o a Sherlock Holmes persiguiendo a un asesino montados sobre uno de estos trastos. ¡Menuda sensación de precariedad y de ridículo!
En el mundo del arte, el cuadro que más fortuna ha logrado con la bicicleta como protagonista ha sido el titulado 'Final del siglo XX', pintado por Ramón Casas en 1897. Estaba destinado a lucir en una de las paredes de la famosa cervecería Els Quatre Gats de Barcelona, pero al final, por un misterioso azar, terminó convirtiéndose en uno de los iconos del Modernismo catalán. A Els Quatre Gats, que fue, además, restaurante, cabaré y lugar de tertulias, acudían con frecuencia personajes como Pablo Picasso, Gaudí e Isaac Albéniz. Pero la bici, con su inequívoca geometría, a pesar de ocupar un amplio espacio en la soberbia pintura, no es el principal motivo de atención de quienes lo contemplan, extasiados por la visión de los rostros barbados de esos dos esforzados personajes, vestidos de un blanco impecable, que representan al propio Casas y a su socio, Pere Romeu.
En un libro recientemente aparecido, que lleva el sugerente título de 'Los bajos fondos del corazón', en donde se habla de las emociones en la novela negra, su autor, el extremeño Eugenio Fuentes, menciona la bicicleta y su relación con el mundo de la literatura policiaca. Comienza por recordar a personajes como Bertrand Russell y George Bernard Shaw, dos verdaderos genios que, por las casualidades de la vida, terminaron chocando con sus respectivas bicicletas, y no por sus ideas, como suele ser común entre gente de tanto nivel.
Y recuerda, asimismo, que el Nobel Coetzee, cuyas novelas a mí me gustan tanto, en una carta que envió al estadounidense Paul Auster, le contaba que, durante su juventud, recorrió toda Francia, o una buena parte de ella, en bici, como los buenos ciclistas que acuden al Tour. En España tampoco se ha escrito demasiado sobre las bicicletas. En todo caso, la famosa obra teatral de Fernán-Gómez y también una novela de Javier García Sánchez, del que ya nadie se acuerda, titulada 'El Alpe d'Huez', de 1994. Y, por supuesto, esa joya de Miguel Delibes, 'Mi querida bicicleta', que se publicó a finales de los ochenta del siglo pasado. Relata el escritor vallisoletano que su primera bici fue una BH de color azul y que, al principio, pedaleaba describiendo eses, siempre a punto de caerse, aunque, en el último instante, cuando todo parecía perdido, lograba enderezar el manillar. Después, cuando se convirtió en un muchacho que soñaba con ser escritor y periodista, fue tal la habilidad que tenía en su manejo que llegó a recorrer cien kilómetros en un solo día para ir a ver un rato a la novia.
Anécdotas sobre la bici y los famosos hay unas cuantas. Se cuenta, por ejemplo, que John Lennon se compró una bicicleta y la metió en su cama la primera noche para tenerla lo más cerca posible. Cualquiera que haya montado en bici podría relatar su propia experiencia. Para mí la bicicleta está asociada al recuerdo de un día en el que íbamos cuatro montados en una de ellas, en dirección al cine de los Garres –la misma sala a la que también solía asistir mi amigo el exrector José Antonio Cobacho–, cuando, de pronto, apareció la pareja de la guardia civil y saltamos de ella todos a la vez, con tan mala suerte que tres de nosotros fuimos a parar de cabeza a la acequia, que iba de bote en bote por ser día de tanda. Los de la Benemérita no sólo no nos multaron, sino que fueron tan generosos que se metieron en el agua hasta el cuello para poder rescatarnos. Y, ya con todos a salvo, sólo nos dijeron que estábamos como cabras.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión