Subir a la torre, el día del Corpus

Hasta el lugar subían horchateros, bolleros y vendedores de cascaruja «para expender su mercancía entre el gentío que allí se acumulaba»

Martes, 17 de junio 2025, 00:54

Por el pleito mantenido entre el Cabildo Catedral y el campanero José García, en febrero de 1922, cuando la corporación catedralicia se negó a subir ... el sueldo del empleado que se ocupaba del manejo y mantenimiento de las campanas de la torre, sabemos de una costumbre que ya languidecía en la Murcia de los abuelos de los de mi generación, y que estuvo en vigor al menos durante el s. XIX y primer decenio del XX, cual era la de subir a la torre del primer templo diocesano a lo largo del día del Corpus de cada año.

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El campanero en cuestión cobraba dos pesetas mensuales por las quince horas que, según él mismo, trabajaba todos los días de la semana, cantidad igual a la que habían cobrado su padre y su abuelo, quienes le precedieron en ese mismo empleo; advirtiendo al Cabildo que, de no aceptar una subida de hasta 4 pesetas, en el plazo de ocho días, abandonaría el oficio. A lo largo de su argumentación expositiva que ofreció a los canónigos, José García se refería a lo menguado de su sueldo, si se tenía en cuenta la dedicación de tantas horas a su empleo. Y hacía alusión a la desaparición de determinados «extras» que ya no percibía, entre los que mencionaba la poca afluencia de personas que subían a la Torre el día del Corpus, pues antes, la gente de la Huerta, sobre todo, se desbordaba ese día ya que existía un verdadero afán por presenciar desde allí la Procesión. Hasta el lugar subían horchateros, bolleros y vendedores de cascaruja «para expender su mercancía entre el gentío que allí se acumulaba», obteniendo por su acompañamiento y cuidados «más de cincuenta duros solo ese día». Pero «ahora se ha perdido esa afición», sigue afirmando el campanero en su argumentación, «y no sube más que algún turista, de los pocos que vienen por Murcia en esas fechas del verano».

José García, sin pretenderlo, estaba aportando en su escrito al Cabildo importante información sobre las preferencias de los huertanos y gentes en general de la capital en la fiesta del Corpus Cristi, siempre tan celebrada por la grandiosidad de la procesión eucarística, precedida de carros o plataformas rodantes, donde se representaban 'pasos' o escenas bíblicas, y que permanecía en la calle prácticamente toda la mañana. Ante la afluencia de pequeños y mayores, experimentando en directo el repicar de las campanas a lo largo del trayecto procesionil, en fecha siempre calurosa, no es extraña la presencia en los distintos pisos, e incluso en lugares concretos de la sucesión de callejones existentes hasta llegar a lo alto, de los inevitables vendedores de helados, hechos artesanalmente por ellos mismos, y toda la bollería y cascaruja preferida por «los de antes», entre la que nunca faltaban los 'altramuces' (o 'chochos'), dispuestos en cubos de cinc con abundante agua, ofrecidos al público en cartuchos de papel de periódico fabricados con rapidez y agilidad por la vendedora, sentada en baja silla de anea y con impoluto delantal blanco.

La contratación de otro campanero se notó mucho en la ciudad, una ciudad más pequeña y sin ruidos

El pleito entre el cabildo y el campanero no llegó a feliz conclusión, por lo que este fue despedido por los canónigos, a los que criticó duramente, «por su tacañería», en el diario 'El Liberal' del 28 de febrero, el concejal del Ayuntamiento Manuel Navarro. La contratación de un nuevo campanero se notó mucho en la ciudad, una ciudad más pequeña y sin ruidos, en la que todo el vecindario conocía el mensaje que, a cada hora del día y todos los días del año, emitían desde la Torre las campanas, a las que también el vecindario conocía por su propio nombre. (De 'la Nona', decía el campanero despedido que era «esa campana tan simpática cuyo sonido lleva la alegría a las almas, y la emoción a todos los corazones murcianos»).

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