Apoder comerse un buen arroz le pasa como a ciertos vinos andaluces: que no viaja. Que tiene su ecosistema y muere si lo sacas de ... ahí. De esos ciertos vinos con delicado equilibrio de flora y tal se dice que no saben igual si van a otra parte porque «se remontan». Un arroz como es debido si se hace en el sitio equivocado también se remonta.
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Yo sólo confío en arroces cocinados, como muy al sur, en el límite de Santa Pola, en una franja de unos 100 kilómetros hacia el interior que baja desde la frontera francesa, dando un salto inclusivo a la cocina tradicional de Mallorca, evidentemente. En Santa Pola, con el arroz, siempre rindo respetos a la memoria de su ilustre marinero don Santiago Bernabéu y Yeste y de su registrador de la propiedad don Mariano Rajoy Brey (al mismo tiempo que lo quitaban de presidente del Gobierno apareció también una enorme valla a la entrada de Santa Pola que decía «Bienvenido, Mariano»). Hay bienhumorados que aseguran que aún se puede comer algún arroz al horno tan abajo como la Vega Baja, pero llegando a Torrevieja ya no hay nada que hacer. A mis amigos gallegos –otros que no son Mariano Rajoy–, acostumbrados al grisáceo 'porridge' revuelto que perpetran con el arroz en todo el norte, siempre les digo que se vengan para acá, que los voy a llevar a comerse los mejores arroces de Murcia que siempre están en Alicante. El señor Pamiés me llevó el otro día por un campizal algo inquietante que al parecer es un parque natural pantanoso de Elche. «Los cadáveres por muerte violenta de los pueblos de alrededor suelen aparecer aquí». Tras algunas revueltas llegamos a 'Estanquet'. Y en Estanquet, aparte unos hígados que eran una enmienda a la totalidad de estos tiempos, se mandaron un arroz y conejo con caracoles que no llegaba a los bordes de la enorme paella, una tirada de arroz como una sembrada, crujiente de hierro negro que rascábamos con las púas del tenedor, sin gacha ninguna, sin aceitazo de los churros ni fondo descongelado. El caramelizado conejo era como solían ser los conejos, antes de convertirse en un ser irreconocible entre ardilla y rata que te dicen que hay que servir con la carne rosada. Retiramos, sí, los pimientos rojos que suelen estorbar en casi cualquier cosa, ¡Un arroz no es al chilindrón! Me acordé del actor Alfredo Mayo pinchándolos con navaja durante el opresivo arroz que sale en 'La Caza' de Saura y creí que en los pimientos me iba a encontrar algún pelo de su bigotillo franquista.
A veces oigo sin querer algún murmullo acerca de que guisan un arroz mencionable en no sé qué venta de algún camino de postas retirado, más al sur de Santa Pola, incluso en Andalucía, dicen sin avergonzarse. Nada. Esos arroces no alcanzan. ¿No llegan, dice usted? No llegan. No parece haber interés en aprender a guisarlos. Mariano Rajoy, siempre hondamente preocupado por la calidad de su comida (más que por en qué manos dejaba el país) era un señor de arroz y ahí me las den todas. 'Estanquet' le hubiese quedado a mano de su antigua notaría, lástima. Es uno de esos sitios donde siempre crees verlo entrar por la puerta.
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